Este escenario explica el fin de los buenos modos de Guzmán. El ministro fue a C5N para anunciar que seguirá al frente con la compañía de quienes “apoyen la gestión”. La “gestión” hace referencia al acuerdo con FMI, que reivindicó como “la política” del gobierno. Con ese planteo se opuso a cualquier aumento de las retenciones a la agroexportación, aunque dijo que la renta agraria ha subido en forma desproporcionada como resultado del aumento de los precios provocado por la guerra. La mención a la renta agraria levantó las cejas de la Mesa de Enlace.
Guzmán asegura que la disparada inflacionaria de marzo constituye “un pico”, para refutar a su colega Felletti, que dice que “todo va para peor”. La opinión pública se va acostumbrando a la idea de que el ministro de Economía es un charlatán, aunque para el ya mencionado Agustín Rossi debiera ser candidato al premio Nobel, por el éxito que le atribuye a la fracasada renegociación de la deuda pública con privados y con el FMI. Ocurre que el mismo Guzmán está empeñado en una suba de tarifas que podría llegar al 80%, si quiere mantener los gastos en subsidios en valores constantes. También se ha comprometido en devaluar a mayor ritmo el peso. Con estas medidas, la inflación debería dispararse a un rango más cercano al ciento por ciento interanual. El tránsito entre la inflación y la hiperinflación ha despertado la adormecida inquietud de la burocracia sindical, que teme un reguero de ‘huelgas salvajes’ si no aborda el aumento de salarios con mayor empeño. Los ‘economistas’ han empezado con el cuento de que la suba de salarios traería aún más inflación. El movimiento obrero enfrenta una situación límite, cuando ninguna paritaria alcanza a frenar una desvalorización, que ya cuenta con un 30% en tres o cuatro años.
Las contradicciones del ‘crecimiento’
La noticia de que la actividad económica de febrero representó un aumento de casi nueve puntos porcentuales frente al año anterior no le aportó al gobierno ni cinco minutos de respiro. El FMI está reduciendo las proyecciones de crecimiento en toda América Latina para el período que denomina pos pandemia – que no terminó y que anuncia nuevos estallidos – China, Estados Unidos, Tailandia. Un aumento de la producción significa, de todos modos, un aumento del consumo, de la inversión y de las importaciones, o sea que alimenta la inflación y reduce el saldo del comercio exterior. Guzmán utiliza el sentido común para prever el desempeño de un régimen social que se desarrolla por medio de contradicciones. Por ejemplo, la ocupación laboral volvió a niveles ‘pre-pandemia’, aunque por debajo de 2018, lo cual fortalece a la clase obrera para luchar contra la desvalorización de los salarios. Al mismo tiempo, Guzmán se propone aumentar la tasa de interés, que aborta esa ‘recuperación’. Con ese aumento de intereses está creando una bicicleta financiera (venta de dólares para comprar bonos en pesos, a corto plazo, a una elevada tasa de retorno), cuyo plazo de estallido se prevé en tres o cuatro meses, dando el tiro de gracia al ministro y a todo el gobierno. La cotización de los títulos de la deuda en dólares descuenta un default en dos años o menos.
La pelea abierta y descarnada entre el ministro y su secretario de Comercio sirvió, como ocurre siempre, para que nos enteremos de algunas cosas. Por ejemplo, que la mitad de los precios que las patronales agroalimentarias se comprometieron a retrotraer semanas atrás quedaron intactos (Infobae, 12/4); que el meneado “fondo de la harina de trigo”, que debía formarse con recursos aportados por la exportación de derivados de la soja, se encuentra frenado (Id).
La división del gobierno traduce otra fractura, que es la de los intereses capitalistas frente a la crisis. El agronegocio, para repatriar los dólares, reclama la “libertad de precios”. La Unión Industrial, por el otro lado, acaba de reclamar un subsidio del 40% sobre el gas del “invierno”, so pena de tener que cerrar las fábricas (La Nación, 11/4). Es el mismo reclamo que han colocado en las rutas los transportistas de granos, en relación al gas oil. El dislocamiento económico –nacional y mundial- excede por completo al gobierno fracturado de Fernández. La crisis de gabinete que podría suceder a los choques entre Felleti y Guzmán no va a superar ninguna de las contradicciones económicas que resultan del defolt irresuelto de Argentina, por un lado, y de la guerra de alcance internacional, del otro.
De Argenzuela a la Peruanización
Los columnistas de “La Nación” hablan de la “peruanización” de la Argentina – cadena de gobiernos que no terminan sus mandatos. Los Bullrich-Macri, con este cálculo, juegan a pudrirla. No cuentan con el apoyo de Biden; por eso Macri fue a ver a Trump, su compinche en evasión fiscal. Los Larreta-Morales, para no perder posiciones en la disputa opositora, se han lanzado a la disputa (represiva) de la calle, para ganar el voto ‘moderado’ para 2023. El albertismo, como viene ocurriendo, acompaña esta escalada con sus propios ataques a movilizaciones y piquetes.
La política de “adelantar paritarias” para poner bajo control el ajuste de los salarios parece haber entrado también en un impasse. Está planteada una crisis de poder político. El empeño de la Corte por presidir y controlar el Consejo de la Magistratura es una pieza estratégica con vistas a una crisis de gobierno – o a la formación de gobiernos paralelos. Por eso, ha recurrido a un hecho extraconstitucional indudable, como poner en vigencia una ley derogada por el Congreso hace seis años, con el pretexto de una inventada falta de equilibrio en la representación de un Consejo, que es sinónimo mismo de elitismo y burocracia.
En septiembre pasado hablamos de “una crisis terminal”, ahora se observa el agotamiento de la “resiliencia”, o sea de la paciencia política de los trabajadores. La tendencia general de la política en Argentina, no la describen las encuestas, sino que emergerá de una lucha de poder, por parte de la clase obrera, más o menos inminente.
Marcelo Ramal
12/04/2022
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