O el derrumbe del relato “nacional y popular” del cristinismo.
La cumbre entre la vicepresidenta Cristina Kirchner, la generala del Comando Sur de los Estados Unidos Laura Richardson y el embajador yanqui en la Argentina Marc Stanley, ha dejado en la incomodidad a la mayor parte del arco político patronal argentino. Es que, de un lado, esta cumbre corta en seco el relato camporista que pretende presentar a la vicepresidenta como el ala “nacionalista” de la coalición oficial. Y del otro, fastidia a la oposición derechista de nuestro país, que se ve relegada en su objetivo de ser los lamebotas “number one” del imperialismo yanqui.
Que lo de Cristina es un total acto de cipayaje lo confirma, por sobre todo, el momento político internacional y nacional en la que se realiza esta cumbre. No tiene la menor importancia que Richardson sea mujer o que haya sido confirmada en su cargo por unanimidad en el Senado norteamericano, como tratan de ponderar algunos medios “progres”. Pues a nadie se le escapa que la visita de Richardson se produce en el momento mismo en el que la Otan, con Estados Unidos a la cabeza, recrudece su ofensiva contra la invasión rusa en Ucrania, aportando armamento pesado al ejército de Zelenski. Es decir, los yanquis pretenden tener a “su patio trasero” en orden en momentos donde se recrudece la escalada bélica en Europa y en el mundo se debate la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial.
Los objetivos que abiertamente declaró perseguir la mandataria del Pentágono no dejan lugar a dudas del carácter colonial de la visita a la que Cristina accedió. Teniendo presente el ingreso de nuestro país a la Ruta de la seda y la instalación en Neuquén de una base espacial bajo control del ejército chino, el imperialismo apuesta a limitar la injerencia del gigante asiático en la Argentina. Por eso Richardson se interesó por la posible participación de China en el proyecto de construcción del Polo Logístico Antártico (una base aeronaval proyectada en Ushuaia), por la firma del contrato para la construcción de Atucha III y por la posible compra de aviones militares chinos de parte de Argentina.
Incluso, la cumbre también representa un acto de sometimiento desde el punto de vista de la situación política y económica local -signada por el acuerdo del gobierno con el FMI. La vicepresidenta le ha dado al imperialismo una señal inconfundible, despejando cualquier fantasma que la colocara en la vereda opuesta al pacto con el Fondo. En realidad, esta señal ya había sido dada hace un mes atrás, cuando junto al embajador norteamericano anunció su proyecto de crear un “aporte especial” sobre las divisas fugadas al exterior para pagarle al FMI. Es decir que para Cristina la repatriación de la riqueza creada por los trabajadores no debe volver al pueblo argentino sino que debe ser destinada al imperialismo mundial.
Es ilustrativo que la vicepresidenta y el ministro de Defensa Jorge Taiana se hayan detenido a reivindicar, en las reuniones mantenidas con Richardson, la soberanía de las Islas Malvinas. Da cuenta de los niveles de hipocresía que manejan los funcionarios del Frente de Todos. En el 40 aniversario de la guerra todas las fracciones del oficialismo defienden el pago de la deuda al Fondo Monetario Internacional. Es decir, defienden destinar las riquezas del país a financiar, directa o indirectamente, las bombas y las bases de la Otan, entre ellas la que los ingleses sostienen en las propias Islas Malvinas.
El guiño de Cristina a Richardson y Stanley busca, finalmente, lograr su propio reaseguro en la crisis política nacional, en momentos donde continúan los choques y coletazos por el control del Consejo de la Magistratura. Es conocida la injerencia del imperialismo yanqui en los aparatos judiciales de los Estados latinoamericanos. La “lucha contra la corrupción”, leitmotiv del Departamento de Estado norteamericano, ha sido el instrumento del que se ha valido el imperialismo para asestarle el golpe, por ejemplo, al gobierno de Dilma Rousseff, cuando este dejó de serle útil.
El ropaje “nacionalista” o “izquierdizante” con el que se ha pretendido embanderar el cristinismo, ante el debate y la aprobación del acuerdo con el FMI, ha demostrado ser justamente eso, solo un ropaje.
Pablo Giachello
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