Un informe alerta sobre el crecimiento de la deuda privada mundial y los riesgos de ello ante los ajustes monetarios y fiscales. El ejemplo de Argentina.
Voceros oficiales se mostraron entusiasmados porque el FMI revisó favorablemente su pronóstico sobre nuestro país y afirmó que espera un crecimiento del 4% del PBI en 2022. En realidad deberían prestar atención a otro informe del FMI recientemente publicado, que advierte sobre los efectos desastrosos que puede tener el bestial endeudamiento privado en ascenso, justo cuando los Estados abandonan los beneficios fiscales y monetarios volcados en la pandemia (algo que el propio Fondo impone en sus programas). También en este aspecto, Argentina es un caso ejemplar de la crisis.
El Fondo Monetario relevó que la deuda privada mundial aumentó en un 13% del PBI mundial en 2020, superando los niveles registrados desde el estallido de la crisis financiera mundial en 2008-2009, y con un ritmo que no está lejos del salto de la deuda pública. Atento a ello, advierte que los niveles de apalancamiento van a desacelerar la recuperación económica pospandémica en los próximos años, y que “los gobiernos deben tener en cuenta el impacto del endurecimiento de la política fiscal y monetaria en los consumidores y empresas más presionados financieramente al determinar el ritmo de salida de las políticas de apoyo extraordinario”.
Para dar una magnitud del asunto, un periodista de Ámbito Financiero (19/4) agrega que esto “es especialmente importante en países donde una ola de quiebras en sectores muy afectados por la pandemia podría extenderse al resto de la economía”. El FMI asegura que el ajuste del gasto público y la suba de las tasas de interés -es decir, la política económica que viene de pactar con el gobierno argentino- reducirán la inversión de las empresas y pondrán en problemas a “las grandes deudas de los hogares”. Conclusión: el fondo reconoce que puso una losa sobre la economía nacional.
Esta confesión de los efectos recesivos de las subas de tasas, que el Banco Central acata, hay que verla a la luz de un cuadro ya complicado. El Indec acaba de reafirmar el estancamiento en la actividad económica, lo que revela que sigue la huelga de inversiones de los capitalistas. En 2021 creció además la morosidad bancaria de las empresas, y en el caso de las personas físicas se duplicó. La consultora Focos Marcket identificó además una caída en el financiamiento con tarjetas de crédito, que en el primer trimestre del año tuvo un ritmo diez puntos menor que la inflación. Esto echa nafta al desplome del consumo, que ya en 2021 estuvo en niveles similares a los de la crisis de 2002 -tras la megadevaluación de la salida de la convertibilidad-, según números del centro Cifra.
Todo lo dicho refuta de plano el discurso del gobierno de que apuesta a formar un fuerte mercado de capitales local. Mientras dice eso, el Estado concentra casi el 90% de los créditos bancarios, emitiendo bonos del Tesoro indexados a la inflación. Esto por supuesto boicotea cualquier perspectiva de que un financiamiento interno ayude a despegar a la economía. La vía sería tomar créditos en el exterior, pero el altísimo riesgo país hace que su costo sea inaccesible, cuando por lo demás la deuda externa privada es uno de los principales canales de la fuga de divisas.
El último informe del Banco Central estima que la deuda externa privada supera los 78.000 millones de dólares, una cifra gigantesca de la que más del 40% corresponde a endeudamiento de empresas con firmas del mismo grupo en el extranjero; un recurso de “autopréstamos” que permite que las compañías giren divisas al exterior como pagos de intereses sorteando el cepo cambiario. Del resto una porción importante (superior a los 13.000 millones de dólares) son créditos con bancos privados y sociedades financieras, agentes intermediarios de la fuga de capitales.
La política de los principales bancos centrales del mundo de subir las tasas de interés y abandonar los estímulos monetarios amenaza con desatar una repatriación de capitales hacia las casas matrices, que para Argentina sería lapidaria. La deuda externa privada entre empresas del mismo grupo duplica los dólares privados depositados en las reservas del Banco Central, por lo que una estampida se llevaría puesto al sistema bancario.
Si esto es así es porque los dólares que ingresan por el superávit comercial no se invierten en el país ni se depositan en el sistema financiero local. En 2021 los activos externos del sector privado argentino, es decir los capitalistas criollos tienen colocado afuera, crecieron en casi 17.800 millones de dólares (Infobae, 23/3), superando el saldo positivo del comercio exterior generado por el boom de los precios agrarios. Otro aspecto importante es que “los activos externos acumulados por los privados son de bajísimo rendimiento, incluso negativos, mientras que los pasivos son previsiblemente más onerosos”, sostiene un economista del Conicet (Página 12, 17/4).
Se comprende la impostura del kirchnerismo de embanderarse con un proyecto de blanqueo de capitales fugados como vía para pagarle al Fondo, lo cual revela en realidad que se abstienen de formular cualquier rumbo alternativo a la entrega nacional al FMI. Y es que este programa que nos hunde en la recesión para pagar la deuda favorece además a los protagonistas de la fuga, empezando por la banca que lucra con las tasas de Leliq y siguiendo porque más de la cuarta parte de la deuda externa privada es de petroleras y empresas de electricidad y gas (Ámbito Financiero, 19/1), premiadas con tarifazos y naftazos sucesivos.
Como el Fondo Monetario Internacional es consciente de los resultados de la austeridad monetaria y fiscal que pregona, agrega como sugerencia a los gobiernos “promover una reasignación rápida de capital y mano de obra hacia las empresas más productivas”, es decir la eliminación del capital sobrante con la desaparición de empresas no rentables, y su secuela de despidos y desocupación. Es sin embargo lo que se ha evitado durante la crisis mundial desde hace más de una década, porque la magnitud de las quiebras resultantes y su efecto arrastre sobre todo el mercado financiero tendría consecuencias imprevisibles (es paradigmático el caso de Evergrande en China). Por el contrario, todos los paquetes de estímulo fueron a engrosar negociados bursátiles. El límite para resolver la bancarrota capitalista es el capital mismo, un síntoma de su agotamiento histórico como régimen social.
Iván Hirsch
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