El acuerdo opositor para desplazar del poder a Benjamin Netanyahu.
El acuerdo de gobierno al que arribó la oposición israelí, con el propósito de destronar del poder a Benjamin Netanyahu, es una especie de Frankenstein político. Integrado por ocho partidos, abarca desde fuerzas que están a la derecha del actual primer ministro, hasta un partido árabe-israelí. Por eso, recuerda al personaje de Mary Shelley, que era un ensamble monstruoso de múltiples criaturas.
Los líderes de esta coalición son el periodista Yair Lapid y el empresario Naftali Bennett. El primero recibió el encargo de formar gobierno luego de que Netanyahu fracasara en formar una mayoría parlamentaria propia, tras las elecciones de marzo, la cuarta en menos de dos años. Con el objetivo de poner fin a la hegemonía de “Bibi”, estos dos líderes políticos habrían llegado a un compromiso político el 10 de mayo, pero que quedó en suspenso a raíz de los bombardeos contra la Franja de Gaza. Con el alto al fuego, las negociaciones se reanudaron.
El acuerdo establece una rotación en el cargo de primer ministro entre estas dos figuras. Bennett, el primero que ocuparía esa posición, es un empresario del sector tecnológico y referente de la derecha religiosa. Partidario de la anexión de Cisjordania y contrario a un estado palestino (aun en sus formas más devaluadas), en 2013 fundó un partido pro-colonias (Yesha) y luego se transformó en el líder del partido Yamina. Fue ministro de defensa, educación y economía de Netanyahu, con quien estuvo negociando hasta último minuto una coalición de derecha que no prosperó.
Lapid saltó a la política desde su posición de periodista crítico de la corrupción del gobierno de Netanyahu, hace ya muchos años. En 2013 hizo una resonante elección, pero se integró al gobierno del Likud como ministro, de donde fue eyectado un año más tarde. Define a su fuerza como de “centro, con una ligera inclinación hacia la derecha” (Middle East Eye, 31/5). Su “centrismo” consiste en que a lo largo de su carrera se ha pronunciado tanto a favor de la política de anexión de los colonos como de la solución de dos estados.
Para alcanzar la meta de 61 diputados, este dueto sumó un arco variopinto que incluye también al bloque Azul y Blanco de Benny Gantz (un exmilitar que comandó las fuerzas israelíes durante la operación “Margen protector”, de 2014); Nuestra Esperanza (desprendimiento del Likud); Israel, nuestra casa, de Avigdor Liebrman (acérrimo defensor de los colonos); el laborismo y el Meretz (centroizquierdistas); y el Raam, un partido árabe-israelí. La suma da 61 bancas justas.
En los próximos días, el parlamento israelí debería emitir un voto de confianza para consagrar el nuevo gobierno. Sin embargo, el titular de este cuerpo es un hombre del Likud, quien tiene pensado dilatar la convocatoria todo lo posible. ¿Por qué? Porque en el ínterin, Netanyahu intentará quebrar la coalición opositora. Esta es tan frágil que le bastaría a “Bibi” con dar vuelta a un solo diputado para que la investidura fracase. Con el propósito de contrarrestar esta maniobra, la oposición busca desplazar de la jefatura de la cámara al Likud para acelerar el trámite, pero no está claro que lo logre debido a disensiones internas.
Mientras tanto, bajo el objetivo de quebrar al Yamina, Netanyahu acusó a Bennett de traicionar a sus votantes y formar un gobierno de izquierda, lo que fue retrucado por el empresario diciendo que su gobierno estará aún más a la derecha que el Likud y que no vacilará en atacar a los palestinos. El reparto de ministerios, por lo pronto, parece otorgar los principales lugares a la derecha (defensa, finanzas).
Estamos ante dos escenarios posibles. Uno, que Netanyahu logre agrietar a la coalición opositora, en cuyo caso se reabriría la incertidumbre y la posibilidad de una quinta elección. Dos, que el acuerdo opositor se consolide. Pero en este caso, se alumbraría un gobierno extraordinariamente precario, surcado por todo tipo de contradicciones y de apetitos contrapuestos.
Israel atraviesa una crisis política de fondo. Vale recordar aquí que el gobierno de unidad Netanyahu-Gantz, con el que se pretendió clausurar la larga crisis, solo duró unos pocos meses y desembocó en la elección de marzo.
Los partidos árabes-israelíes
Sin dudas, la participación de un partido árabe-israelí en el nuevo gobierno es uno de los datos más destacados de la nueva coalición. No ocurría algo así desde 1992, cuando una formación árabe-israelí ayudó a encumbrar a Yitzhak Rabin.
Quien da ahora su apoyo a una figura como Bennett, partidario de la anexión total de Cisjordania, es el Raam, dirigido por Mansour Abbas. La lista Arabe Unida, en cambio, no se integró a la coalición, si bien se ha mostrado proclive a un acuerdo parlamentario para desplazar al titular de la cámara.
Abbas justifica su política -que incluyó negociaciones para formar gobierno con el propio Netanyahu- en nombre de conseguir cosas para los palestinos. Por caso, habría obtenido el compromiso de que se suspenda una ley que impone multas a las construcciones árabes ilegales. Pero al mismo tiempo, según los medios, a otro partido de la coalición, el derechista Nueva Esperanza, se le prometió evitar las construcciones palestinas en el área C de Cisjordania (Jerusalem Post, 3/6).
Es absurdo pensar que se puedan obtener concesiones para la minoría árabe-israelí, que vive sojuzgada y padece un régimen de apartheid, por parte del sionismo, cuya naturaleza consiste precisamente en un avasallamiento constante del pueblo palestino, por medio del avance de la colonización.
Las masas árabes-israelíes y palestinas vienen actuando en sentido contrario a la orientación del Raam. Es la lección que deja la última crisis, con las movilizaciones masivas contra el desalojo de familias en Jerusalén Este y la histórica huelga general contra los bombardeos sobre la Franja de Gaza.
No hay salida posible para Palestina de la mano del sionismo y su inviable proyecto de colonización y limpieza étnica. Es necesario oponerle la lucha por el derecho al retorno y por una Palestina única, laica y socialista, como parte de una federación socialista de pueblos de Medio Oriente.
Gustavo Montenegro
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