El vagabundo y su pibe
Chaplin protagonizó, escribió, dirigió, produjo y musicalizó la película, en un momento en que su popularidad ya era muy grande.
Una mujer sola y de bajos recursos -interpretada por Edna Purviance-, sin chance de hacerse cargo de su bebé recién nacido, lo abandona en un auto de lujo, junto a una carta donde pide que lo adopten. El auto es robado y cuando los ladrones se dan cuenta que tiene el bebé dentro, lo abandonan en un barrio pobre. Es entonces que hace su aparición el vagabundo interpretado por Chaplin, o Charlot, ese personaje entrañable, pícaro y único, quien intenta sacarse de encima al chiquito cómo puede pero, finalmente, termina adoptándolo.
Pasan cinco años y allí están los dos, viviendo en una modesta “casa”, mostrándonos al bebé convertido en nene (Jackie Coogan, quien de adulto interpretaría al Tío Lucas de “Los locos Addams”). Padre adoptivo e hijo están completamente mimetizados. Son el uno para el otro.
La película bordea el melodrama pero está llena de situaciones cómicas, protagonizadas por ambos protagonistas, que aplican todo su ingenio para sobrevivir en la calle.
Amor, corazón y denuncia
El dueto que forman Charlot y el chico es formidable, la pantalla vibra de amor y ternura cuando vemos a estos dos seres desplazados por el sistema, ingeniándoselas para seguir adelante con sus vidas, siempre juntos. No hay moralismos en la manera de Chaplin de mostrar la pobreza, combinando drama y comicidad – tragicómica como suele ser la vida misma. Chaplin, sacando lo mejor de la expresividad de su actriz, nos deja claro que la madre abandona al bebé porque no tiene chance de darle un futuro digno. La cruda realidad de miles de mujeres, ayer y hoy.
Chaplin puso no solo su inventiva e intelecto en este film, sino también su corazón. Este creció junto a su hermano mayor, Syd, mendigando en las calles de Londres, viviendo en orfanatos y haciendo espectáculos callejeros. Su padre estaba ausente y su madre tenía problemas psiquiátricos que la hacían estar internada permanentemente. Chaplin sabía muy bien de lo que hablaba en “The Kid”: el desamparo; la ausencia de figura paterna (la del padre natal del “pibe” que el vagabundo toma en sus manos); la fragilidad de la mujer sola, abandonada y sin recursos. La emotividad y emociones fuertes que veremos en pantalla será en gran parte producto de su historia, su formación y su sensibilidad extrema.
Las figuras de autoridad son satirizadas. En una de las escenas más emotivas de la historia del cine, el jefe del orfanato, su empleado y, de nuevo, un policía, son mostrados como seres crueles que quieren separar al chico de su papá adoptivo. Vemos la lucha encarnizada, cuerpo a cuerpo, que emprende Charlot para que no le quiten a su hijo. El Estado es denunciado como el ente que, no solamente nunca hizo absolutamente nada por mejorar las condiciones de vida de los protagonistas, sino utilizando la represión y la fuerza para derribar esa enorme pared de amor construida por Charlot y el pibe.
Cuando los dos protagonistas sortean los escollos del estado y se funden en uno de los abrazos más visual y simbólicamente fuertes del cine, la emoción más profunda inunda el interior del espectador.
La película fue un enorme éxito de taquilla y crítica y le abrió el camino a Chaplin para realizar otras obras maestras, como “Tiempos Modernos” o “El Gran Dictador”, donde la denuncia política y el mensaje social son centrales en la trama. Recordemos que Chaplin fue acosado por el estado en EE. UU., por ser simpatizante comunista y, finalmente en 1952, tuvo que exiliarse por la persecución política.
Otras miradas, otros clásicos
A lo largo de la historia otros grandes directores lograron mostrar la situación de dolor y desarraigo de niños pobres y abandonados.
“Alemania, año cero” película neorrealista del italiano Roberto Rossellini, estrenada en el año 1948, sigue los pasos de Edmund, niño de 12 años, en una Berlín derruida por la guerra y ocupada por los aliados. El filme es crudo y excelente y muestra cómo el protagonista intenta, vagando por las calles, sin éxito, encontrar una forma de superar el destino que parece tan gris.
“Los Olvidados”, del español Luis Buñuel, se estrenó en 1950 y logró un enorme revuelo por retratar la vida de niños de suburbios mexicanos que son empujados a una vida de violencia y delincuencia. Una mezcla de neorrealismo italiano con elementos de surrealismo, que solo un maestro como Buñuel podría utilizar de manera tan eximia para alojar temas que no están del todo en la superficie de la trama.
“Los 400 golpes”, de Francois Truffaut, de 1959, considerada una de las mejores películas de la historia del cine, retrata la vida de un adolescente -interpretado por Jean-Pierre Léaud, alter ego de Truffaut- que acaba en un reformatorio parisino.
“Crónica de un Niño Solo”, del director argentino Leonardo Favio, es otra obra maestra sobre niñez quebrada, estrenada en 1965. Polín es un niño pícaro y vivo que logra escaparse del horrible orfanato donde vive para encontrar la frialdad y la crueldad de la calle. Considerada en una encuesta hecha por el Museo Nacional del Cine como la mejor película de la historia del cine argentino.
Actualidad y conclusión
¿Qué pasó con los niños en estos 100 años que median entre “El Pibe” y hoy? Que hizo por ellos el capitalismo, que venía a traer prosperidad, oportunidades y un brillante futuro para las generaciones venideras? Antes de la pandemia 1 de cada 6 niños del mundo (356 millones) vivía en situación de extrema pobreza. Con el Covid, según un análisis de Unicef y el Banco Mundial, esta cifra está empeorando significativamente y lo seguirá haciendo.
Cuando formulamos el planteo “socialismo o barbarie”, esta última palabra nos puede remitir a muchos tópicos (guerra, miseria, destrucción del medio ambiente, exterminio de razas o etnias, etc). Pero donde la palabra cuaja muy hondo es el de estas infancias destrozadas. No tenemos tiempo que perder. Pasaron 100 años, pero la tarea es la misma: socialismo o barbarie.
Matias Melta
13/06/2021
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