En una sucinta crítica publicada en su blog, Rolando Astarita objeta que nuestro artículo titulado «¿Por qué el gobierno no puede domar la inflación?» implica un abandono de la concepción de marxista en pos de una tesis «subconsumista», que ubicaría «las contradicciones del capital al nivel de la distribución (salarios bajos/ganancias elevadas/debilidad de la demanda) y no al nivel de las relaciones de producción (capital/trabajo, sean los salarios relativamente elevados o bajos)». Aclaremos la cuestión a nuestros lectores.
El cuestionamiento de Astarita refiere a un párrafo en que, luego de que afirmáramos que la desvalorización de los ingresos de la población trabajadora limita cualquier expectativa de reactivación económica y productiva, concluimos que ello permite identificar un aspecto de la dinámica intrínseca del capitalismo. Para ser exactos, citemos: «En un régimen en que la producción social se mueve por la búsqueda de ganancia, la cual depende de la explotación de los trabajadores, es fácil comprender por qué los empresarios buscarán por todos los medios posibles reducir el ‘costo laboral’; pero, contradictoriamente, con ello minan el poder adquisitivo de los consumidores y terminan contrayendo el mercado, que es donde deben realizar la ganancia mediante la venta de sus mercancías».
A esa afirmación nuestro crítico contrapone la teoría de Marx, y sentencia que «la realidad es que en el sistema capitalista la demanda de la clase obrera solo representa una parte del valor agregado por el trabajo. La parte conformada por el trabajo no pagado, esto es, la plusvalía, jamás puede ser realizada por los trabajadores. Es realizada por los capitalistas, ya sea adquiriendo bienes de consumo, o acumulando capital (adquisición de medios de producción). Por eso, y contra lo que dice Iván Hirsch, la realización de la ganancia no puede depender de los salarios. La compra de bienes salariales solo realiza el equivalente a lo invertido por los capitalistas en capital variable. Por eso, salarios bajos pueden ir de la mano de elevadas ganancias, y en tanto estas se reinvierten, de elevada demanda. Una situación que ha sido relativamente común en la historia del capitalismo».
Responderemos a la acusación en dos partes. Primero repondremos el análisis del propio Marx, que aparece mutilado. Luego volveremos sobre el tema en cuestión, que no es una abstracción teórica sino un planteo concreto sobre la crisis que atravesamos en Argentina, de la cual la inflación es expresión y agravante, y ante la cual el gobierno se muestra impotente.
Contradicción inherente al régimen social capitalista
En una nota al pie del tomo II de El Capital, se lee precisamente lo siguiente. «Contradicción del régimen de producción capitalista: los obreros como compradores de mercancías son importantes para el mercado. Pero, como vendedores de su mercancía -la fuerza de trabajo-, la sociedad capitalista tiende a reducirlos al mínimum del precio. Otra contradicción: las épocas en que la producción capitalista pone en tensión todas sus fuerzas se revelan en general como épocas de superproducción, pues las fuerzas de la producción no pueden emplearse hasta el punto de que solo se produzca más valor, sino que además pueda realizarse; pero la venta de las mercancías, la realización del capital-mercancías y también por tanto de la plusvalía, se halla limitada no por la necesidad de consumo de la sociedad en general, sino por las necesidades de consumo de una sociedad en que la gran mayoría de cuyos individuos son pobres y tienen que permanecer necesariamente en ese estado». [1]
La contradicción particular del capitalismo se basa entonces en la tendencia a la ampliación ilimitada de la producción (desarrollo de la fuerzas productivas) al mismo tiempo limita el consumo de las masas. Por ese motivo, si bien es cierto el señalamiento de que la mayor parte de los productos es consumida productivamente por el capital, como sucede con los medios de producción, no lo es que se trate de una dinámica enteramente independiente del consumo individual. Para decirlo coloquialmente, una cosa no quita la otra.
En el tomo III de su obra cúlmine, Marx desarrolla el punto. Refiriéndose a la masa de mercancías producidas, advierte que «si no logra venderse o solo se vende en parte o a precios inferiores a los de producción, aunque el obrero haya sido explotado, su explotación no se realiza como tal para el capitalista (…) Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas. No solo difieren en cuanto al tiempo y el lugar, sino en cuanto al concepto. Unas se hallan limitadas solamente por la capacidad productiva de la sociedad, otras por la proporcionalidad entre las distintas ramas de producción y por la capacidad de consumo de la sociedad. Pero esta no se halla determinada ni por la capacidad productiva absoluta ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo a base de condiciones antagónicas de distribución que reducen el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo susceptible de variación dentro de límites muy estrechos…». [2]
Más adelante, afirma que «aquí la producción solo es producción para el capitalista y no, a la inversa, los medios de producción simples medios para ampliar cada vez más la estructura del proceso de vida de la sociedad de los productores. De aquí que los límites dentro de los cuales tiene que moverse la conservación y valorización del valor capital, la cual descansa en la expropiación y depauperación de las grandes masas de los productores, choquen constantemente con los métodos de producción que el capital se ve obligado a emplear para conseguir sus fines y que tienden al aumento ilimitado de la producción, a la producción por la producción misma…». [3]
Y luego referirá a la tendencia a la sobreproducción de mercancías y al abarrotamiento de los mercados como producto de que en la medida en que el único fin del capital es la obtención de ganancia y no la satisfacción de necesidades, y eso lleva a ampliar la masa de productos, «tienen que surgir constante y necesariamente disonancias entre las proporciones limitadas del consumo sobre bases capitalistas y una producción que tiende constantemente a rebasar este límite inmanente». [4]
Esta contradicción, bastante explícita de hecho, se manifiesta con particular gravedad en la actualidad de nuestro país. En nuestro artículo referíamos a ello mostrando las alertas tanto de consultoras como de la Cámara de la Mediana Empresa acerca del derrumbe de las ventas en prácticamente todos los rubros de consumo popular (en algunos casos con contracciones del 30% en los últimos dos años). La combinación de aceleración inflacionaria en artículos de primera necesidad y topes salariales (cuando no congelamientos, reducciones nominales, despidos, robo de la movilidad jubilatoria) tiende a colocar a capas crecientes de la clase obrera con ingresos por debajo de su valor -es decir de lo que requieren para vivir. Esto deprime el mercado interno y agrava la recesión económica.
Obviamente la contracción del consumo interno no es el único factor de la crisis. Se suma una enorme depresión de la inversión, que finalmente reduce el consumo productivo de los propios capitalistas. Una demostración palpable es la altísima capacidad ociosa de la industria. Esta verdadera “huelga de inversiones” es el resultado -y a su vez un factor- del agravamiento de la declinación del capitalismo argentino. Es también un arma de las patronales para extorsionar por una recomposición de la tasa de beneficio a fuerza de reformas laborales, jubilatorias y tributarias, que han marcado la agenda tanto del kirchnerismo como del macrismo.
Ganancia y saqueo
También apuntamos en nuestro artículo en cuestión que lo dicho no contradice el hecho de que existan sectores empresarios que estén haciendo jugosos negocios mientras declina la economía nacional. El caso paradigmático es el de la soja, donde el boom de la cotización internacional se combina con una brutal depreciación de los costos en pesos. Pero es ciertamente sintomático que este auge del negocio vaya paralelo a una contracción de la superficie cultivada y las toneladas producidas de la oleaginosa. Revela que parte sustancial de las ganancias no se reinvierten. Es una de las claves del saqueo nacional que explica, por la vía de la fuga de capitales, por qué Argentina se encuentra sumida en un declive secular -cuya manifestación más inmediata es el empobrecimiento generalizado, que como vimos retroalimenta la contracción del mercado interno.
Esta es una de las consecuencia del carácter semicolonial de la economía nacional, explotada por grandes pulpos que dominan las ramas de exportación donde se concentra el negocio. Esto importa al tema que estamos debatiendo en forma directa, porque Argentina vende al exterior principalmente materias primas (y derivados) pero es enteramente dependiente de la importación de bienes de capital e insumos industriales claves para el proceso productivo. Este aspecto vuelve más atinada la afirmación que Astarita intenta refutar, porque vivimos en un país en el que la fabricación de medios de producción es mínima y por el contrario la industria se centra en servicios y bienes de consumo. Por eso su crecimiento tampoco elimina las crisis, sino que genera un déficit comercial que se suma a la crisis de balanza de pagos de la deuda.
La incidencia del factor que señalamos en nuestro artículo tiene entonces, en términos concretos, mayor importancia en la realidad de Argentina de la que puede derivarse en abstracto de la dinámica interna del capitalismo en general. Las presiones del FMI, y de modo más general del imperialismo y el capital financiero, tienden a agravar este círculo vicioso.
Un planteo transicional
En este sentido, y a modo conclusión, creemos importante rechazar la imputación de que situamos «las contradicciones del capital al nivel de la distribución y no de las relaciones de producción», y que nuestro planteo «induce a pensar que la solución a esa debilidad [del consumo] pasa por aumentar los salarios». Lo que nosotros hicimos fue en primer término demostrar la estafa del discurso del gobierno, que prometía «poner plata en el bolsillo de la gente» como fuente de reactivación económica, cuando en efecto sucede todo lo contrario. Por lo demás, un aumento general de salarios y jubilaciones y su indexación a las variaciones de precios aportaría una «solución», aunque sea provisoria, al mal de la inflación destruyendo los ingresos de los trabajadores.
Un salario igual a la canasta familiar, el 82% móvil para las jubilaciones, un seguro al desocupado, y el reparto de las horas de trabajo sin afectar los salarios, plantearían para ser viables la necesidad de una transformación de fondo, cesando el pago de la deuda, nacionalizando la banca y el comercio exterior; o sea, medidas que solo puede tomar un gobierno obrero. Esta es la base del programa de transición, un planteamiento que no es “redistributivo” ni keynesiano sino revolucionario, y que Astarita rechaza.
Finalmente, ¿en qué consisten las relaciones de producción capitalistas, si no es en la relación entre los propietarios de los medios de producción y los asalariados? La «distribución» está condicionada por las relaciones de producción capitalistas y por la lucha de clases. Que las leyes del desarrollo del capitalismo preparen las condiciones para su agotamiento y su superación no invalida, sino que se expresa irremediablemente, en la paradoja de que las crisis de sobreproducción se manifiestan como una incapacidad de vender mercancías mientras que aumenta la insatisfacción de las necesidades humanas. Esto no reduce el problema a una «puja distributiva», sino que es el terreno en el cual se evidencia el carácter histórico del capital y su incapacidad de resolver las necesidades de las masas.
Señalar esta contradicción es el punto de partida para orientar a los trabajadores a la lucha contra todo el régimen social. Para el caso argentino, en particular, implica presentar un programa para terminar con la confiscación a los salarios y jubilaciones, y denunciar a su vez que esta confiscación ni siquiera redunda en un desarrollo productivo en términos capitalistas. Evidenciar el parasitismo de este saqueo nacional plantea como perspectiva necesaria la pelea por la independencia de clase -en especial del nacionalismo burgués- y por el gobierno de los trabajadores, para reconciliar en última instancia la producción con las necesidades sociales, lo cual requiere de la expropiación del capital para abrir paso a una economía planificada por la clase obrera.
Iván Hirsch
[1] Marx, Karl. El Capital, Tomo II. Fondo de Cultura Económica, México, 2012; p. 283.
[2] Marx, Karl. El Capital, Tomo III. Fondo de Cultura Económica, México, 2012; p. 243
[3] ídem; p. 248
[4] ídem; p. 254
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