martes, 8 de diciembre de 2020

Que opinen todos “libremente” (sólo si hay negocio)


“No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu erecho a decirlo” , es la frase se atribuye erróneamente a Voltaire pero en realidad es de su biógrafa Evelyn Beatrice Hall. 

 Ahora resulta que lo “neutral”es “progre”, que puede decirse cualquier cosa como homenaje al “derecho” (aparentemente democrático) de permitir que cualquiera diga lo que se le antoje, en cualquier lugar y a cualquier hora. Que bajo el argumento, siempre en abstracto, de la “libre expresión” (¿de quiénes?) hay que darle palestra a los dichos (y hechos) que le salgan de las amígdalas a quien consiga, gratis o pagado, un altavoz. En suma, parece muy “pluralista”, ser copartícipe de la neo-colonización ideológica que habíamos acordado no volver a permitir en nuestras vidas. Resulta que ahora es de gente “abierta”, reducir la democracia al oficio -rentable- de quedar bien con todos. Los sirvientes de los medios profesan su voltreanismo con aire mesiánico. 
 En auxilio de semejante mascarada, “ni tardos ni perezosos” los mercenarios disfrazados de periodistas se procuran un “punto medio” (inexistente por otra parte) para granjearse “audiencias plurales” y no exactamente porque respeten las diferencias tanto como adoran los puntos del rating. Ya aprendimos lo suficiente del mercado de la “opinión pública” como para creer en la buena voluntad pluralista esos que, en realidad, inclinan todas las balanzas de sus intereses al lado del negocio, sea éste mercantil o político… o todas sus combinaciones. No compremos emboscadas del liberalismo mediático de comerciantes equilibristas. 
 Convencidos de que pontifican argumentos incontestables, algunos pícaros de los “mass media” han encontrado un camino “verosímil” para garantizarse amplitud de clientelas. Dan lugar a unos y otros por “igual” con un zopenco “sentido común” hijo del desparpajo y disfrazado de “librepensador”: “todos pueden decir lo que se les dé la gana”; que se es “libre de opinar” y que, al amparo del subjetivismo y el individualismo (“todo es según el color del cristal con que se mire”). Sueltan la lengua bajo el capricho de conspiraciones o compulsiones. Vivimos bajo el imperio de un verdadero torneo de irresponsabilidades lenguaraces. En especial cuando de detecta que, en una controversia asimétrica, el “más fuerte” procede de manera feroz, grosera y ultrajante, que se pasa de una discusión al ataque -e insulto- personal. Aunque parezca muy “educadito”, haciéndose pasar por democrático el oficio de vender publicidades o propagandas, a tiros y troyanos. Es inaceptable que, sea quien fuere, convoque al asesinato de personas o de grupos, lo disfracen como lo disfracen. Es inaceptable la burla, el linchamiento o la calumnia. Es inaceptable la apología del hambre, la pobreza o la explotación de las personas bajo el interés de unos cuantos magnates. 
Es inaceptable la violencia verbal o física, la tortura, la persecución y el espionaje. Es intolerable la destrucción de los ecosistemas, el dispendio de los recursos naturales y el tráfico de especies. Es inaceptable la trata de personas, la esclavitud de los pueblos frente a las narco-dependencias y los narco-negocios. Es inaceptable todo aquello que denigre a la especie humana, omita sus derechos fundamentales y pretenda frenar el desarrollo colectivo para, a cambio, privilegiar el lujo y el monopolio de unos cuantos. Semejante in-aceptabilidad es histórica y recorre las entrañas de las más cruciales luchas en el ascenso humano aún incompleto y demorado. No es aceptable que le pongan micrófonos a los paladines de lo anti-humano. Aunque tengan discursos muy bien enmascarados y mucho dinero. 
 Crece la humanidad cuando fija posiciones firmes e irreconciliables como lo hicimos contra el nazi-fascismo. Crece cuando abraza la democracia participativa y se ocupa de garantizar lugar a las razones que piensan e incluyen a todos. Crece la especie humana cuando se compromete, y no transige, en defender la vida y el buen vivir, no cuando se traiciona todo para entregar negocios a cofradías de mafiosos. Lleven el apellido que lleven. Nuestra historia es la de una especie que asume decisiones y las desarrolla de manera dialéctica… superadora. No habría civilizaciones sin una estructura y superestructura, enormes, descansadas en compromisos irrenunciables. 
 Algunos ahora (no sin hacerse sospechosos) vociferan la defensa de espacios para escuchar lo “diferente” que, ya desenmascarando, no es sino dar micrófono a criminales imperdonables aunque algunos gocen de libertades arropados por el jet set de la impunidad y la impudicia. Son corifeos retrógradas que en nombre de un liberalismo (de los negocios) pavimentan la libre circulación de ofensivas ideológicas contra la especie humana toda y contra sectores específicos víctimas de las canalladas del sistema. Y ganan fortunas con eso. Hay ejemplos a raudales. Tal estrategia, que no es nueva, se renueva según las urgencias de las derechas que no encuentran cuadros nuevos y se ven obligadas a resucitar a sus muertos vivientes envueltos en celofanes demagógicos. Levantan a sus cadáveres ideológicos para que den conferencias, seminarios y ruedas de prensa. Los insertan en todo tipo de programaciones televisivas o radiofónicas, de prensa escrita o de “redes sociales”. Sacan a pasear a sus difuntos intelectuales para que esparzan las pestes (que creímos superadas) como si fuesen baluartes filosóficos o “tesoro de la juventud”. Y hay charlatanes mercenarios, que limosnean rating a cualquier precio, muy prestos a bajarse los pantalones para hacer de “patiños” ideales al portavoz de las canalladas que lavaran la cara de sus crímenes… ante públicos “pluralistas”. Dicen que tienen “todo el derecho”. Y no lo tienen. Que lo decidan las víctimas. 
 No es aceptable decir cualquier sandez y menos aceptable es su defensa desvergonzada. Aunque se tengan títulos o licencias. Aunque se digan en tono “culto” o con histrionismo de erudito. Es imperativo sostener mucha firmeza en este terreno. Nos han asfixiado con su verborrea estiércol. No se trata de prohibir las ideas ni el derecho a sostenerlas libremente, de lo que se trata es de asegurarse de que, tales ideas, no trafiquen impúdicamente para infligir más penurias a los más débiles, ni más opresión a los históricamente oprimidos. Ofende la inteligencia de los pueblos que han debido fumarse, hasta el hartazgo, las justificaciones más obscenas del capitalismo en todas sus variedades. Hay que dejar en el mausoleo de la manipulación la “buena voluntad” volteriana y, a cambio, “con los pobres de la tierra la suerte echar”. Y más que ocuparse de dar micrófono a los canallas, hay que expropiarlo desde las luchas sociales que realmente tienen cosas nuevas para decirle a la Historia toda. Hay que democratizar las herramientas de comunicación y de producción de sentido. No más emboscadas plañideras defensoras de la libertad burguesa. Hay que democratizar la palabra. Ponerle a los micrófonos la semántica emancipadora de pueblos en combate contra la dictadura eterna del discurso de los mismos. Los de siempre. 

 Dr. Fernando Buen Abad Domínguez. Director del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride, Universidad Nacional de Lanús. Miembro de la Red en Defensa de la Humanidad. Miembro de la Red Verdad. Miembro de la Internacional Progresista. Miembro de REDS (Red de Estudios para el Desarrollo Social)

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