sábado, 8 de noviembre de 2014

Ganancias empresarias siderales, mejora distributiva de alcance limitado



Si hay un punto donde el balance de la década kirchnerista es presentado como positivo, es en la distribución del ingreso. Comparando con los guarismos de comienzos del siglo XXI, los indicadores muestran mejoras, que desde sectores del kircherismo se atribuyen al “modelo”, con lo que pueda este significar a estas alturas. La misma Cristina Kirchner afirmaba que “los trabajadores están alcanzando el fifty fifty del PBI”.

La trampa de los indicadores

El balance positivo de la década se magnifica a través de varias decisiones en la forma de medir y presentar los datos, altamente discutibles. Una de ellas es la referencia usualmente tomada, que compara lo ocurrido desde 2003 en adelante tomando como base de comparación los momentos más álgidos de la crisis de 2001. Junto con el colapso de la economía, se profundizó la desigualdad en la distribución del ingreso, cualquiera sea la forma en que la midamos. Lógico, los sectores de mayor nivel de ingreso tienen mucha mayor capacidad para cubrirse de los vaivenes de la economía. Y de hecho, vastos grupos entre ellos fueron grandes beneficiarios de medidas que golpearon duramente sobre los ingresos de los trabajadores. No sorprende entonces que se haya magnificado la regresividad distributiva. Comparando con esos años, el kichnerismo magnifica los logros.
Pero hay más. Los indicadores habitualmente utilizados no explican enteramente qué ocurre con los ingresos de los distintos sectores. Veamos.
En la actualidad, esencialmente existen dos medidas de distribución del ingreso. Una es la llamada Distribución funcional del ingreso y la otra es la distribución personal del ingreso.
La distribución personal del ingreso analiza la evolución de ingresos dividiendo a la población en 10 partes iguales ordenadas por ingreso, cada parte se denomina decil. Sobre la base de estos agrupamientos, compara la evolución de los ingresos. Una de sus herramientas lo constituye el coeficiente de Gini, que compara la relación entre el decil que más gana y el que menos gana. Esta medida es la más recurrida. El Coeficiente varía entre 0 y 1, en donde 0 representaría la perfecta igualdad, (todos recibirían el mismo ingreso) y 1 completa desigualdad (una sola persona recibe todos los ingresos de un país).
En los últimos años el índice ha descendido desde la crisis del 2001. A inicios del 2004 el índice rondaba 0,47 puntos, mientras que el segundo trimestre de 2014 se mantuvo en 0,377 puntos por este descenso es que el gobierno afirma que se redujo la desigualdad y hay más equidad en la “década ganada”.
Sin embargo, esto es sólo una parte de la película. Es que el Gini, como dijimos, no muestra toda la película. No nos dice, por ejemplo, si los sectores de mayores ingresos han visto aumentar o disminuir su participación en “la torta”. Por eso hay que observar qué sucede en los deciles que dividen a la población según sus ingresos y qué sucede con cada decil, para no quedarse solo con la foto engañosa del Gini.
Esto se puede calcular sobre el ingreso total familiar o sobre el ingreso per cápita familiar. La última alternativa es mejor porque la cantidad de personas por familia no es similar en todas las familias. Si comparamos que sucede entre los deciles, entre el segundo trimestre del 2004 y el mismo trimestre de este año, se observa que el primer decil de mayor ingreso se lleva un porcentaje mayor del ingreso total que en 2004 de 8,6% a 9,7%, el segundo y tercer decil de más ingresos también aumentaron de 10,3% a 10,9% y 12,3% a 12,6% respectivamente.
Como vemos, la caída del coeficiente de Gini durante el período reciente va acompañada de un aumento en el porcentaje que se llevan los deciles de mayores ingresos del ingreso total respecto al que recibían en 2004.

Reparto de la torta

El análisis de la distribución del ingreso a través de la distribución personal es criticable desde varios aspectos. Como plantea el investigador Javier Lindenboim “Esta forma de apreciación de la distribución del producto de una sociedad presenta un carácter genérico, esto es independiente de la forma de organización social de la producción” (Distribución funcional del ingreso en Argentina. Ayer y hoy). La consecuencia es que “dicho carácter genérico no permite apreciar cuales son los mecanismos a través de los cuales se llega a esa particular manera de asignación de la riqueza generada” (Ibídem)
Una visión más certera ofrece la Distribución funcional del ingreso, que analiza el ingreso generado según los agentes de la producción, es decir propietario capitalista o trabajador asalariado (incluyendo en la actualidad una categoría de ingreso “mixto” para ponderar los que aúnan ambas figuras). De esta forma permite medir la participación de la masa salarial total en el ingreso y representar cómo se asigna el producto total entre los asalariados y los capitalistas. Por este motivo no es casual que se haya abandonado su publicación a mediados de los setenta, hasta desaparecer en la década del 90 y en su reemplazo se publicaba la distribución personal del ingreso.
En 2002 la mega devaluación implicó un mazazo a los trabajadores por la caída del salario real. Se produce una importante caída de la participación salarial siendo a inicios del 2002 sólo el 30%. Tomando este dato tan bajo es que el kirchnerismo montó el relato que los trabajadores mejoraron su situación.
Bajo este gobierno vuelve a publicarse la cuenta generación del ingreso que permite aproximarse al análisis de la distribución funcional del ingreso. La cuenta generación del ingreso muestra a inicios de 2004 que la participación asalariada (remuneración al trabajo asalariado) es del 30,6%. Apenas mejoró del período post crisis. Mientras que la parte que se llevaban los capitalistas (excedente bruto de explotación) representaba 63,5% en el mismo año.
En los últimos años, el porcentaje de remuneración al trabajo asalariado viene aumentando: hasta 2011 rondaba el 40%, mismo porcentaje que existía entre 1997 y 2001. La parte que se llevan los capitalistas tuvo mejor “suerte” en la década ganada con un promedio de 57,16% hasta 2011 mientras que en los 90 rondaba el 50%. Es decir, que los trabajadores hasta 2011 apenas se acercaron a los valores de la década pasada mientras que los empresarios están mejor que en la era menemista.
En esta capacidad para imponer un techo bajo a la recuperación de la participación asalariada en el ingreso, se pone en evidencia cómo los capitalistas supieron sacar el jugo de las conquistas que lograron con la ofensiva flexibilizadora de los ’90 en las relaciones capital/trabajo y preservaron durante esta década. Esto permitió que, incluso en los años en que mejoraba el salario real por las negociaciones de las paritarias, la mejora de la productividad mantuviera planchado costo laboral.
El costo laboral considera la evolución del salario que pagan los empresarios, pero relacionándolo con la productividad del trabajo y los precios que reciben los patrones por las mercancías producidas. Podríamos decir que es un indicador de cómo evoluciona la tasa de explotación (a menor costo laboral, mayor tasa de explotación).
Para el período 2001-2012 la productividad ascendió 33,3%, y el costo laboral unitario descendió 18,5% (Pablo Manzanelli, Competitividad y productividad en un modelo de desarrollo inclusivo, Documento Debate, Cifra). Los empresarios cedieron mejoras salariales a cambio de fuertes aumentos de productividad. El resultado es que el costo laboral no fue perjudicado, incluso descendió.
Esto significa jornadas más extensas para los trabajadores o con mayor intensidad en los ritmos de producción mientras que para los patrones el costo disminuyó y el excedente empresario disparó con la devaluación y durante el kirchnerismo alcanzó niveles superiores al momento previo a la crisis del 2001.
La participación salarial en el ingreso generado: se recuperó en relación al 2001, momento de crisis, pero no en relación al promedio de participación salarial en el ingreso de toda la década previa. La tasa de explotación conquistó un nivel más alto, que la recomposición salarial de estos años no ha anulado ni mucho menos.
Un dato curioso es lo que sucede a partir del 2012 y 2013, la publicación del IndeK muestra que la remuneración al trabajo asalariado escala del 44,7 % al 51,4%. Este dato resulta llamativo porque no fueron los años de mayor crecimiento del salario durante la última década. De hecho, fueron varios los estudios que señalan desde 2007 un cambio en la dinámica y una tendencia a frenarse de la recuperación del salario real. Hasta el CENDA, fundado por el hoy ministro Kicillof, reconocía hace unos años esta realidad.

La clase obrera, entre el infierno y el purgatorio

Mucho hablaba Néstor de salir del infierno. Buena parte de la clase obrera sigue en él.
De acuerdo al informe del Indec publicado para el segundo trimestre de este año sobre la Evolución de la Distribución del Ingreso en 31 aglomerados urbanos, la mitad de la población sobrevive con $ 2.333 o menos por persona por mes. En los hogares, el 60% apenas alcanza los $2.800 por mes. Sólo cuando se consideran los ingresos individuales de las personas, se observa que la mitad de la población apenas llega a los $5.000. Si tomamos la canasta que estimó la Junta Interna ATE Indec para enero 2014 actualizada con una inflación 30% se ubica en $11.846. Es decir que la mitad de los trabajadores no alcanzan la canasta familiar, lejos de salir del infierno.
Ambas mediciones de la distribución del ingreso muestran recomposiciones parciales pero en los marcos de una mayor participación del capital y los sectores de mayores ingresos en el total generado. El porcentaje de remuneración al trabajo asalariado sigue lejos del fifty fifty.
Si bien la óptica del índice de Gini muestra una caída, la mirada al interior de los deciles no representa una mejora profunda de los sectores de menores ingresos.
Estas estadísticas muestran como el capital sigue apropiándose de una importante tajada de la torta a costa de las malas condiciones en los que se encuentran los trabajadores, heredadas de los 90 y continuadas en la era K.

Glosario

La Distribución funcional del ingreso se divide en primaria y secundaria, la primaria es la calculada antes de impuestos y secundaria después de la deducción de impuestos. Esta mide la participación de la masa salarial total en el ingreso. “La distribución funcional del ingreso constituye la expresión monetaria de distribución del valor total creado por los asalariados entre lo que a ellos les corresponde como salario (es decir, masa salarial) y el excedente” (Lindenboim, El debate sobre la distribución funcional del ingreso).
Específicamente “El numerador de dicha expresión está compuesto por el producto entre el salario medio y la masa total de asalariados. Por su parte, el denominador es alguna de las expresiones del total producido por la economía en un año (por ejemplo PBI a costo de factores, a precios básicos o a precios de mercado.”(Lindenboim, Distribución funcional del ingreso en Argentina. Ayer y hoy).
La cuenta generación del ingreso se obtiene a partir del PBI del que surge el Valor Agregado Bruto (VAB), valor que se distribuye entre Remuneración al trabajo asalariado (retribución a los asalariados), Ingreso Mixto Bruto (retribución a los monotributistas, cuentapropistas) y Excedente Bruto de Explotación (representa el porcentaje que se llevan los capitalistas).

Mónica Arancibia

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