El fracaso del #13N ha sido estrepitoso. A diferencia de ´cacerolazos´ del pasado, que reunieron a verdaderas multitudes, en esta ocasión los manifestantes no llegaron ni a un millar. En los barrios acomodados de la zona norte de la Ciudad de Buenos Aires, la calma fue casi total. En Callao y Santa Fe, epicentro de las demostraciones anteriores, se llegó al colmo de los colmos de un carerolazo: los manifestantes terminaron agrediendo a un fotógrafo del diario Clarín.
El pobre resultado del #13N, sin embargo, era totalmente previsible. Después de todo, el acuerdo del gobierno con Chevron, la entrega del petróleo a los grandes monopolios, así como los negocios financieros que ha puesto en marcha Kicillof, le han quitado a la derecha motivos para cacerolear. Es cierto, eso sí, que continúa el corralito cambiario, uno de los reclamos más esgrimidos en las manifestaciones anteriores. Pero hay que admitir que el gobierno ha puesto a disposición de los especuladores bonos atados al dólar oficial, que se consiguen al precio regalo de 8,47 pesos por dólar. Un seguro de cambio gratuito, cuando todos prevén una devaluación en el corto plazo, es un motivo suficiente para que las ollas Essen queden sobre las hornallas.
Otro de las animadores principales de las marchas del pasado era la Iglesia. La mano del clero había llevado a que los colegios católicos salgan a la calle, con la cacerola bendecida. Sin embargo, el acuerdo del gobierno con el Vaticano ha llevado a los hombres de sotana a actuar con mucha prudencia. El propio papa Francisco cambió su consejo de "hacer lío" por el de "cuiden a Cristina", con el que despide a todos los que peregrinan por el templo de Santa Marta. Claro que el jesuita ha recibido lo suyo: el gobierno armó un Código Civil a su gusto y piacere, y acaba de bloquear una vez más el tratamiento del proyecto de ley que establece la legalización del derecho al aborto.
Esta vez ni el grupo Clarín se jugó por el cacerolazo. Quizá lo consideraba una causa perdida que lo llevaba a una exposición innecesaria, cuando está jugado en negociar con el gobierno los términos de la nueva ley de telecomunicaciones. Aún hoy, los especialistas se preguntan si el tiro al gobierno no le saldrá por la culata, pues puede terminar beneficiando a su principal rival, que ahora tendrá la posibilidad de involucrarse en el negocio de las telefónicas, cuando éstas no tienen la infraestructura para competir con el cable.
En definitiva, el fracaso del #13N muestra que los capitalistas quieren que el gobierno concluya su mandato, y en la medida de lo posible, termine de arreglar los litigios aún abiertos con el gran capital.
Sin embargo, mientras la burguesía llama a la calma crecen en el país los reclamos obreros por el salario, por la reapertura de las paritarias, contra los despidos y las suspensiones, por un bono de fin de año que permita recuperar lo perdido con la inflación o con el impuesto al salario. Respaldar estas luchas, generalizarlas, y desarrollar una alternativa política de la izquierda y los trabajadores es la tarea del momento.
Gabriel Solano
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