El economista galo, autor del influyente libro El capital en el siglo XXI, reflexiona sobre el auge de la extrema derecha en su país. "Francia y Alemania han demostrado ser egoístamente miopes con respecto a España e Italia al renunciar a compartir sus tipos de interés". "Hay que acostumbrarse a vivir con un crecimiento débil". "La idea según la cual hay que insistir en purgar los presupuestos a base de más austeridad para curar al enfermo me parece completamente insensata".
Thomas Piketty (Clichy, Francia, 1971), economista de la Paris School of Economics, es especialista en el estudio de las desigualdades económicas desde una perspectiva histórica comparada. Es autor de El capital en el siglo XXI, del que se ha vendido más de un millón de ejemplares en todo el mundo y que, recién editado en castellano y catalán, le ha convertido en uno de los economistas más influyentes de la actualidad.
La Paris School of Economics, de reciente creación, tiene su sede en los locales de la École Normale Supérieure (13 premios Nobel y 10 medallas Fields a sus espaldas), en el boulevard Jourdan. No es uno de esos colosales edificios del siglo XIX, en piedra tallada, donde todavía conservan sus sedes históricas otras instituciones académicas como la Sorbona o la facultad de Derecho de Panthéon-Assas. Se trata de un conjunto de edificios relativamente moderno pero avejentado. El vinílico desgastado del suelo y el color amarillento de algunas paredes revelan que, si hablamos de capital, no es físico sino humano.
Tres chinchetas en la puerta del despacho de Piketty sujetan una hoja de papel con su nombre. De la cuarta sólo queda un agujero. Su despacho mide unos 15 metros cuadrados, veinte como mucho, y está forrado de estanterías repletas de libros. No tiene asistente personal. No viste traje ni corbata, tampoco chaqueta. Desde el primer momento se muestra amable, sonriente y natural. Un punto tímido. Aunque da la sensación de no haber roto un plato en su vida, se expresa sin titubeos y, por momentos, incluso con vehemencia.
Hay quien ve en el título de El capital en el siglo XXI un guiño a la obra de Karl Marx El capital. ¿Considera usted que la confrontación ideológica entre capitalismo y marxismo sigue vigente?
La disyuntiva no es capitalismo o marxismo. Hay diferentes maneras de organizar el capitalismo y hay diferentes maneras de superarlo. Lo que mi libro intenta es contribuir a este debate. En cuanto al marxismo, yo formo parte de la primera generación posterior a la guerra fría, la primera generación postmarxista… Cumplí 18 años con la caída del Muro de Berlín [el día de la entrevista se cumplían exactamente 25 años]. He leído a Marx y hay ideas interesantes en él, contribuciones notorias, pero El capital se escribió en 1867 y estamos en 2014. Lo que yo intento es introducir en el siglo XXI la cuestión del capital, su estudio, esto es lo que significa para mí el título del libro.
No hay que olvidar que este trabajo habría sido imposible sin las tecnologías de la información, que permiten reunir y tratar datos históricos en una escala imposible para Marx o incluso Kuznets. Es fácil criticar a los economistas del pasado, pero ellos trabajaban a mano. No contaban con las herramientas de las que nosotros disponemos y, sobre todo, no tenían la perspectiva histórica que hoy sí tenemos y que nos permite contar la historia del capital y de las desigualdades. Esto es lo que mi libro intenta. No pretende anunciar una revolución, solamente intenta poner a disposición de los lectores las investigaciones históricas que hemos podido reunir sobre más de veinte países y que abarcan tres siglos. El libro es, ante todo, una historia del capital.
Su libro estudia de manera empírica, entre otras cosas, la relación entre distribución de la renta y crecimiento. ¿Se puede hablar de causalidad directa en el sentido de que una mejor distribución de la renta tiene por efecto una mayor tasa de crecimiento?
La correlación y la causalidad son ambas muy complejas y no van en un solo sentido. La desigualdad puede ayudar al crecimiento hasta cierto punto, pero más allá de un determinado nivel de desigualdad se obtiene, sobre todo, un efecto negativo que reduce la movilidad en la sociedad y conduce a la perpetuación en el tiempo de la estratificación social. Esto tiene un impacto negativo sobre el crecimiento. El otro efecto negativo se produce a través de las instituciones políticas: una desigualdad muy fuerte puede conducir a la captura de las instituciones democráticas por parte de una pequeña élite que no va necesariamente a invertir en la sociedad pensando en el conjunto de la población. Por eso el crecimiento en el siglo XXI va a depender en gran medida de la inversión en educación y en formación, de que ésta no sea únicamente para una pequeña élite sino para la inmensa mayoría de la población.
Más allá de las previsiones de coyuntura económica, ¿qué se puede esperar del crecimiento en los próximos años? ¿Qué le sugieren las palabras desarrollo sostenible y decrecimiento?
Creo que tenemos que acostumbrarnos a vivir de manera sostenible con un crecimiento débil. El problema es que, tanto en Francia como en otros países europeos, seguimos teniendo en mente esa especie de fantasía de “los treinta gloriosos” [expresión que hace referencia a las tres décadas transcurridas entre la Segunda Guerra Mundial y la crisis del petróleo de 1973] según la cual necesitamos por lo menos un tres, un cuatro o un cinco por ciento de crecimiento para ser felices. Esto no tiene ningún sentido. Solamente en las fases correctivas en las que unos países recuperan el retraso con respecto a otros, o bien en fases de reconstrucción, se dan tasas de crecimiento tan elevadas.
Hay que meterse en la cabeza que una tasa de 1% o 1,5% anual es, en realidad, un crecimiento muy rápido si se prolonga en el tiempo. Con tasas de crecimiento así durante un periodo de treinta años, que es el equivalente a una generación, se obtiene un incremento de renta que equivale a un tercio o incluso la mitad del PIB.
Por otra parte, que haya que vivir de manera sostenible no es un argumento para defender un crecimiento nulo. Un tasa de crecimiento entre 1% y 1,5% anual en el largo plazo es fuente de progreso y no es un objetivo imposible. Ahora bien, para alcanzar un ritmo de crecimiento así hay que abandonar la actual política de austeridad. Eso en primer lugar. Y sobre todo hay que invertir en educación superior, en innovación y en medio ambiente... Hablo de invertir en medio ambiente porque es evidente que habrá que encontrar nuevas fuentes de energía renovable, visto que con las fuentes actuales no vamos a poder mantener una tasa de crecimiento del 1% o 1,5% anual indefinidamente.
A la vista de las últimas previsiones de la Comisión Europea, no parece que estemos cerca de alcanzar esa velocidad de crucero. ¿Cree usted que la austeridad es una purga necesaria para recuperar la senda de crecimiento?
La realidad es que vamos camino de una década inmersos en un clima de recesión y de austeridad. Digo esto porque el PIB por habitante estimado para Francia en 2014 o 2015 es inferior al de 2006 o 2007. Esta es la situación. Llevamos casi diez años de completo estancamiento de la renta per cápita, de la riqueza del país, del poder adquisitivo… A partir de aquí podemos discutir todo lo que queramos sobre cuál tiene que ser la recaudación del Estado, cuánto el gasto público o cuánto el peso del sector privado en la economía, pero el hecho es que la riqueza total disponible es inferior a la que había en 2007. No hemos recuperado el nivel anterior a la crisis. Es normal que, en una situación como ésta, el ambiente sea depresivo.
La idea según la cual hay que insistir en purgar los presupuestos a base de más austeridad para curar al enfermo me parece completamente insensata. Digo esto pensando en Francia, pero lo mismo vale para Italia, con tasas de crecimiento negativas en 2013 y en 2014. Es verdad que el crecimiento en España es un poco mejor ahora, pero no olvidemos que todavía sufre un retraso considerable en términos de renta per cápita con respecto a las demás grandes economías europeas.
El resultado global de las políticas de austeridad en los últimos cuatro o cinco años es, de manera objetiva, muy malo. Estados Unidos tenía una tasa de paro muy similar a la zona euro hace unos años y hoy en día la diferencia es enorme. El paro disminuyó allí, a pesar de que el nivel de deuda de ambas economías era muy similar en la situación de partida. No hay duda sobre quién ha elegido la estrategia adecuada.
¿Qué otra estrategia tendría que haber seguido la zona euro para salir de la crisis?
Creo que es necesario poner en común las deudas públicas y los tipos de interés (de la deuda pública). Francia y Alemania han sido extremadamente egoístas. Han demostrado ser egoístamente miopes con respecto a España e Italia al renunciar a compartir sus tipos de interés. Una moneda única con 18 deudas públicas y 18 tipos de interés asociados a esa deuda no funciona. Los actores financieros no tienen confianza en este sistema. Sólo podremos salir de esta crisis si creamos un fondo común de deuda pública con un sólo tipo de interés. El Banco Central Europeo podrá entonces estabilizar ese tipo de interés con menor dificultad de la que tiene actualmente con 18 diferentes.
Ahora bien, si queremos gestionar la deuda de manera común necesitamos también un Parlamento de la zona euro que tome decisiones a este respecto, entre otras cosas sobre el nivel de déficit común. Esto es lo que ha faltado hasta ahora en las proposiciones de reorientación de la construcción europea que Hollande ha esbozado en Francia, y de lo que también se ha hablado en España e Italia. Finalmente no se han traducido en una propuesta concreta de unión política y, al mismo tiempo, presupuestaria. Ambas cosas son necesarias.
Habla usted de reformar el diseño institucional de la zona euro. ¿Qué diferencias habría entre el actual Parlamento Europeo y ese Parlamento presupuestario al que usted hace referencia en la última parte de su libro?
Hoy en día tenemos un Parlamento Europeo en el que están representados 28 países y, por otra parte, el Consejo Europeo de Jefes de Estado o de Gobierno y el Consejo de Asuntos Económicos y Financieros (integrado por los ministros de Economía y Finanzas). Son varios los problemas de esta arquitectura democrática. El primero es que no todos los 28 países representados en el Parlamento Europeo quieren avanzar hacia una mayor integración política, fiscal y presupuestaria. El segundo, que el Parlamento Europeo no representa en absoluto a las instituciones de los Estados-nación y, en concreto, a los Parlamentos nacionales.
Por eso creo que hace falta, en paralelo al actual Parlamento Europeo, una Cámara parlamentaria de la zona euro o, en todo caso, una Cámara formada por los países de la zona euro que quieran avanzar hacia una unión política, presupuestaria y fiscal, y que tendría que construirse a partir de los diferentes Parlamentos nacionales. Cada país estaría representado en proporción a su población, ni más ni menos, lo mismo Alemania y Francia que los demás. El cometido de esta nueva Cámara consistiría en votar cuestiones tales como un impuesto común sobre sociedades o el nivel de déficit comunitario.
No son pocos los que piensan que, en lugar de más integración, lo razonable sería retornar a las monedas nacionales.
No, para mí no es la buena solución. Ahora bien, si no se proponen alternativas rápidamente creo que el retorno a las monedas nacionales será un escenario cada vez más difícil de descartar. Concretamente, la única respuesta que se ha dado en Francia a aquellos que quieren salir del euro consiste en decirles que es imposible, que está prohibido, que ahora que hemos entrado ya no se puede dar marcha atrás… Esta respuesta es extraordinariamente débil y no va a aguantar mucho tiempo más.
La salida a la crisis radica en avanzar en la unión de los países de la zona euro. En cierto modo, la peor de las situaciones es la actual porque hemos perdido la posibilidad de devaluar la moneda, hemos perdido soberanía monetaria nacional y a cambio tendríamos que haber ganado nuevas formas de soberanía fiscal y presupuestaria, mayor capacidad para recaudar impuestos de manera más justa, mayor capacidad de resistencia para protegernos frente al riesgo de especulación sobre los tipos de interés de la deuda pública. Hasta ahora Francia y Alemania han ganado en este juego, pero la única alternativa a la salida del euro es una unión de la deuda, una unión fiscal. Si no nos damos prisa, creo que las fuerzas políticas en favor de la salida del euro terminarán por ganar la partida.
¿Qué se puede esperar de Francia en la construcción de esta nueva arquitectura institucional europea precisamente ahora que la extrema derecha encabeza los sondeos? ¿Europa debe preocuparse?
Hay que preocuparse, absolutamente. No creo que el Frente Nacional vaya a llegar al poder en el Elíseo, a la presidencia de la República, pero sí puede conseguir la presidencia de varias regiones. El próximo año hay elecciones regionales y, dado el modo de escrutinio, es perfectamente posible que dos o tres regiones, incluso más, caigan del lado del Frente Nacional.
En un sistema electoral como el de las elecciones presidenciales estamos acostumbrados a que el Frente Nacional pierda, incluso si es el partido más votado en primera vuelta. Sin embargo, en las regionales el partido más votado obtiene una prima equivalente a la cuarta parte de los escaños (el resto se reparte de manera proporcional). Si el Frente Nacional consigue el 30% o el 35% de los votos en una región, la derecha el 25% y la izquierda el 20%, por ejemplo, la prima al partido más votado hace que el Frente Nacional aspire a tener la mayoría absoluta en esa región.
Va a ser un shock enorme en Europa. Hasta ahora el Frente Nacional solamente ha ganado en algunas ciudades pequeñas, pero si regiones enteras pasan a ser gobernadas por la extrema derecha entonces la historia será otra. No va a ser una broma. Se van a crear tensiones en algunas zonas del país y el resultado puede ser extremadamente violento.
¿Hasta ese punto?
Estamos realmente al borde del abismo de una crisis política, económica y financiera. De acuerdo en que la crisis es responsabilidad de todos lo países, pero no entiendo que Alemania siga pensando que tiene interés en mantener esta visión tan rígida de la austeridad… a fin de cuentas, ni siquiera allí el crecimiento es elevado. Que conste que la responsabilidad también es de Francia, por no hacer verdaderas propuestas progresistas y de refundación democrática de Europa. Y seguimos esperando propuestas de España y de Italia. En cualquier caso, creo que la situación es grave y que las elecciones regionales en Francia el próximo año van a ser un shock.
Muchos lectores se inquietan porque interpretan su libro como la evidencia de un futuro con menor crecimiento y peor distribución de la riqueza. ¿Hay argumentos para el optimismo?
Por supuesto que sí. Esa es mi manera de ser. ¡Ya lo siento si algunos llegan a conclusiones pesimistas tras la lectura del libro! Yo creo en el progreso social, económico y democrático. Y en el crecimiento. Pero hay que acostumbrarse a vivir con un crecimiento débil. Insisto en que un crecimiento débil que se mantiene en el tiempo es compatible con el progreso. Hace treinta años no disponíamos de las actuales tecnologías de la información, por ejemplo. Si se organizan bien, si nos dotamos de las instituciones adecuadas para que todo el mundo se pueda beneficiar, estas tecnologías constituyen una enorme fuente de riqueza.
Creo en el progreso técnico y en la mundialización, y el libro no es pesimista con respecto al futuro. Simplemente, para que estas cosas beneficien a todos, hacen falta instituciones democráticas, sociales, educativas, fiscales y financieras que funcionen correctamente. El problema es que, después de la caída del Muro de Berlín, nos imaginamos por un momento que era suficiente con basarse en las fuerzas naturales del mercado para que el proceso de mundialización y de competencia beneficiase a todos. Creo que ahí está el error. Hay que repensar los límites del mercado, los limites del capitalismo, y repensar también las instituciones democráticas.
Daniel Fuentes Castro
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