Desigualdad y estancamiento secular son dos preocupaciones medulares que invaden la mente de los ideólogos de la burguesía. Ambas inquietudes marchan entrelazadas. Resulta difícil definirlas como teoría, se trata más bien de una constatación de la situación y las tendencias actuales del capital. Merecen ser analizadas con detenimiento sobre todo porque guardan un halo de confesión sobre que algo anda muy mal –al menos pensando en términos estratégicos- bajo las actuales relaciones capitalistas de producción. Lo que es bueno para la humanidad no lo es para el capital
Un estudio de publicación reciente de los investigadores de la London School of Economics, Emmanuel Saenz y Gabriel Zucman, siguiendo la ruta de Thomas Piketty, concluye que al interior de la sociedad norteamericana la desigualdad social se está acercando a niveles récord. Mientras Piketty concluía en El capital en el siglo XXI (para una crítica, ver acá) que el asombroso incremento de la desigualdad en Estados Unidos debía asociarse fundamentalmente a la evolución de la desigualdad del ingreso, Saenz y Zucman llegan a una constatación diferente. Concluyen que en realidad el dato más sorprendente, es el incremento en la desigualdad de la riqueza. Si la participación de la clase media en la riqueza total de la sociedad norteamericana alcanzó su cumbre a principios de la década de 1980, la tendencia se revirtió netamente a partir de aquel momento. Con respecto a la parte de la riqueza de este sector, los aumentos en el valor de la propiedad habrían contribuido escasamente, debido a que las deudas hipotecarias crecieron en paralelo. Más tarde la Gran Recesión redujo los precios de la vivienda aunque mantuvo inalterados los valores de la deuda, contribuyendo a una contracción aún mayor de la riqueza de la clase media. En la actualidad las 16.000 familias norteamericanas que integran el 0.01% más rico de la sociedad, controlan el 11,2% de la riqueza total lo que significa un retorno a niveles récord. A su vez, el 0,1% más rico alcanzó en 2012 un nivel de participación en la riqueza total creada casi tan alto como en 1916 y 1929 –los niveles más elevados de desigualdad en la historia- y tres veces mayor que en la década del ’70. Mientras los investigadores señalan con total naturalidad que cerca de la mitad del 90% de la sociedad es en general poseedora de una parte de la riqueza cercana a cero, para el caso de la clase media constatan que no sería en la actualidad beneficiaria de una porción de la riqueza significativamente mayor que hace 70 años.
Demasiados viejos y pocos niños
Las páginas de la prensa anglosajona y en especial las de la financiera, suelen estar bastante nutridas del asunto del estancamiento secular. Un artículo reciente de The Economist se pregunta por las causas que explican la tendencia a la reducción del crecimiento del PBI en los países centrales tomados de conjunto desde los años ‘80.
El artículo –y la mayor parte de los economistas como Summers, Krugman o el mismo Piketty, consideran este aspecto-, concluye que más allá de otros múltiples factores explicativos, la dilucidación más cabal se encuentra en la demografía…Sí, en la demografía. La reconstrucción posterior a la segunda posguerra y el rápido crecimiento alentaron un veloz incremento de la tasa de natalidad que nutrió la generación de los denominados “baby boomers”.
El artículo recuerda que a mediados de la década del ’60 estos hijos del boom se incorporaron a la fuerza de trabajo pero luego la tasa de nacimientos decreció y a esta altura, aquellos niños, ya se están jubilando. Para peor, siempre según el artículo, una baja tasa de natalidad se combina con una aparentemente excesiva tasa de longevidad…Una persona de 65 años, dice, puede esperar vivir 20 años o aún más…y lo peor, agregamos, sin trabajar. Y resulta que el “costo” para la sociedad de mantener a las personas de “edad” (¿de qué edad?) es mayor teniendo en cuenta pensiones y asistencia sanitaria entre otros enseres.
En los términos de los economistas -o del capital que habla por ellos-, las personas “mayores” no tienen utilidad alguna ya que siquiera representan una promesa de “plusvalía futura”. Fundamentalmente, continúa afirmando el artículo, la mano de obra ya no es cada vez mayor, en los hechos, se espera que se contraiga en Italia, Alemania y Japón. La UE está a punto de perder 40 millones de trabajadores en los próximos 40 años. De modo tal que el aumento de la esperanza de vida, que para los seres humanos que le han regalado gran parte de sus mejores años al capital, es una bendición, para los economistas es una verdadera desventura. Es algo así como un “desahorro” de plusvalor (o una pequeñísima devolución) a cambio de una promesa…de nada. Más infeliz aún es una situación de longevidad y baja natalidad combinadas que constituye todo un combo de “altos costos” para el capital con baja promesa de plusvalor futuro. ¿Solución?
Al que quiere celeste, que le cueste (o capital vs. tiempo libre)
El artículo continúa aleccionando sobre el secreto del crecimiento económico consistente en tener muchos trabajadores haciendo que funcionen de manera eficiente, o sea aumentado la productividad. Pero en un contexto de longevidad y baja natalidad se avizora, según afirma, que la “productividad” tendrá que trabajar muy duro para contrarrestar la situación demográfica.
En otros términos, los jóvenes tendrán que pagar con más plusvalía relativa la vida “improductiva” (en el sentido de la producción de plusvalor) de los viejos o mejor aún, tendrán que producir una cuota mayor de plusvalor cuando jóvenes, para pagarse esa absurda prolongación “improductiva” de sus vidas.
Evidentemente la conquista de tiempo libre aunque más no sea por el aumento de la expectativa de vida y no -Dios no lo permita-, por la reducción del tiempo de trabajo, es, se la mire por donde se la mire, una gran desventura para el capital. Estas cuestiones parecen sin embargo, más bien declaraciones de principios que verdaderas causas del estancamiento secular. Aunque la obtención de nuevas fuentes de trabajo abundante y barato sean siempre una bendición y en gran parte –recordar China-, una contratendencia al bajo crecimiento capitalista de las últimas décadas.
Y volviendo al incremento del precio de la vivienda…
Resulta que hablando de este tema que enunciábamos al principio, se llega por otra vía justamente a la cuestión de la productividad. Asunto que según el mencionado artículo de The Economist (y muchos otros economistas), constituye una segunda causa explicativa del estancamiento secular. El articulista recuerda el señalamiento de Summers de que los períodos de alto crecimiento económico siempre estuvieron precedidos por acumulación de deuda y burbujas de activos.
Aunque también mostró Summers que el registro de los países industrializados durante los últimos 15 años resulta particularmente desalentador en cuanto a la posibilidad de mantener un nivel de crecimiento sustancial con estabilidad financiera. El autor del artículo remarca entonces que en otros períodos históricos las burbujas tuvieron impactos económicos positivos. Tal fue el caso de los ferrocarriles y los canales construidos en medio del frenesí de la especulación en el siglo XIX y cuya consecuencia redundó en un elevado incremento de la productividad. Por el contrario, los beneficios económicos del reciente auge de la propiedad inmobiliaria, dejan bastante que desear. Vuelve a interrogarse entonces sobre el porqué de tantas burbujas recientes.
Pero acá la respuesta asume una lógica circular. Apoyándose en un tema central del ensayo de Summers, el autor explica la cuestión remitiendo a la existencia de tasas de interés reales bajas que fomentaron la inversión en activos financieros de todo tipo. La circularidad del argumento consiste en que las tasas de interés reales bajas han actuado frecuentemente como respuestas gubernamentales al bajo crecimiento de la economía y a la escasa inversión de capital.
Sin embargo –y Estados Unidos es un caso paradigmático- la inversión “productiva” continuó siendo particularmente baja. Y acá la cuestión vuelve a vincularse con el incremento de la desigualdad y todos los puntos parecen converger. Por un lado y como apuntan los economistas del estancamiento secular, los elevados precios de los activos exacerbaron la tendencia a la desigualdad ya que los ricos posen naturalmente más activos que los pobres. Por otro lado y como indican los investigadores de la desigualdad, no sólo los ingresos del 50% más pobre de la población norteamericana se mantuvieron estancados durante las últimas tres décadas, sino que la “clase media” durante el boom inmobiliario se llenó de deudas y estaría retornando a su lugar en la distribución del ingreso de hace 70 años.
Por último algo que no dice ninguna corriente económica “consagrada” y que es el extraordinario aumento de las tasas de explotación del trabajo durante la ofensiva neoliberal y que prosigue en su decadencia. Aunque en la actualidad, dados los límites para el crédito al consumo y las tasas de endeudamiento de la población, el tema devino un problema económico (para la realización del capital) y político (en cuanto a la “legitimidad” de la democracia) que está preocupando a un amplio espectro de nobles humanidades.
Paula Bach
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