Un viaje hacia las utopías revolucionarias (CLXXII)
En esos días, de finales del invierno y de principio de la primavera de 1974, la actividad de la Triple A se había intensificado, en el marco de un claro crecimiento de las organizaciones revolucionarias y populares que cuestionaban las políticas generadas por el gobierno de María Estela Martínez de Perón y de José López Rega, que respaldaba la burocracia sindical liderada por Lorenzo Miguel.
Esta, veía con preocupación el crecimiento de las corrientes antiburocráticas en el cordón industrial de las grandes ciudades y especialmente en las riberas del Paraná, el Gran Buenos Aires y Córdoba.
El mismo día que era asesinado, luego de ser sometido a brutales torturas, nuestro compañero y amigo Alfredo Curuchet, Héctor Sandler, a la sazón diputado nacional, defensor de presos políticos, que participara en el Consejo Editorial del diario “El Mundo”, recibía una “comunicación” del “Somatén” criollo organizado a instancias del “General” el año anterior, en la que le daban “72 horas para irse del país”.
Similares amenazas recibieron Esteban Righi, que había ocupado el Ministerio del Interior durante la “primavera camporista”, Luis Brandoni, que encabezaba la Asociación de Actores, y numerosos periodistas.
Héctor, con el que me unía una gran amistad, decidió, acompañado por varios amigos, solicitarle al presidente de la Cámara de Diputados que le permitiera refugiarse en el Congreso para enfrentar la agresión de los fascistas.
Así lo hizo y se vivieron momentos dramáticos cuando los sicarios rodearon el citado edificio y, con evidente luz verde de la policía federal, prepararon el ataque a este emblemático edificio, para secuestrar a nuestro amigo.
La crisis institucional que esto suponía, ya que se trataba del asiento del Poder Legislativo, determino que realizaran gestiones, algunos dirigentes opositores ante el Poder Ejecutivo Nacional, para frenar la agresión.
Al mismo tiempo la revista “Mayoría” publicó una lista de los condenados a muerte, el 27 de ese mes, entre los que estaba Agustín Tosco.
La valiente respuesta del “Gringo” no se hizo esperar y ese mismo día en un comunicado de prensa señaló “… La argumentación” que ahora esgrime esa organización fascista para justificar su “sentencia” es por haber asistido al sepelio del doctor Alfredo Curuchet en “representación de altos cargos” que ejercía en los Comités Militar y Político del ERP.
Esta falsa imputación persigue “justificar” un secuestro o atentado que termine con mi vida. Sería más difícil, para la “AAA”, difundir que el propósito de eliminarme es por todo un esfuerzo sin pausa y sin claudicaciones al servicio de la clase obrera y del pueblo trabajador en el campo sindical y por una permanente prédica en favor de la unidad de las fuerzas obreras, populares, democráticas, progresistas y revolucionarias, sin cuyo concurso será imposible defender la plena vigencia de los derechos humanos y recorrer el camino que nos lleve a la total y definitiva liberación nacional y social argentina y latinoamericana …
Consecuente con este planteo Agustín extremo las medidas de seguridad y amplió el grupo de compañeros que lo acompañaba como autodefensa.
Ese mismo día y, cuando se desarrollaba la reunión de la Mesa Nacional del FAS para delinear los caminos a seguir para contrarrestar esta ofensiva y mantener los espacios de legalidad; una noticia nos sacudió.
A plena luz del día, un grupo de aproximadamente 10 sicarios irrumpió en el edificio en el que vivía Silvio Frondizi y mientras lo reducían para llevárselo apareció, intentando protegerlo, su yerno Luis Angel Mendiburu; que fue asesinado en el acto.
Al mismo tiempo, por pedido de Silvio, que estaba malherido por los agresores dada su resistencia; su hija y su esposa se refugiaban en el departamento de la primera.
Les conté a los compañeros como había fracasado cuándo intente convencerlo, a este gran revolucionario, que abandonara el país para evitar este desenlace.
Al mismo tiempo que nos trasladábamos al domicilio de nuestro amigo recordé que Alberto Mayansky me había contado que los crímenes se decidían en la residencia presidencial de Olivos y que las filmaciones de los secuestros, se exhibían en ese lugar.
Este, diputado peronista amigo de Rodolfo Ortega Peña y de Luis Eduardo Duhalde, completo su información señalando que para las Fuerzas Armadas, Silvio estaba en el vértice del movimiento revolucionario argentino y que estaban decididos a “castigar” su intento de defender los guerrilleros guevaristas en Catamarca.
Al llegar al domicilio del, sin duda, más importante intelectual revolucionario de la Argentina moderna, ya se había establecido un cerco policial y una ambulancia de la Policía Federal retiraba el cuerpo, sin vida, de Mendiburu; secretario y docente de la Universidad Tecnológica Nacional.
El Rector de esta, un ingeniero santafesino Julio Villar, había recreado en la misma un clima de amplitud académica, incorporando a la planta profesoral, entre otros, a Alicia Eguren y a Alba.
Pocas horas más tarde los medios daban cuenta de que se había encontrado el cadáver de Silvio con más de 42 balazos que reflejaban el odio del fascismo a quién era portador de una de las inteligencias más lúcidas de esa época.
Julio ofreció la sede de la UTN para llevar a cabo el velatorio de ambos y mientras se realizaban los trámites para apurar la entrega de los restos, el ex Rector de la Universidad de Buenos Aires en la década del 60, hermano de Silvio, Risieri, que vivía en el exterior, hizo llegar su pedido que se postergara la inhumación hasta su llegada.
Como había sucedido con Rodolfo, el cortejo que trasladaba los cadáveres de los vilmente asesinados encabezado entre otros por aquél, fue atacado por efectivos policiales encabezados por el comisario Alberto Villar.
Los represores “legales”, demostrando su connivencia con la agrupación criminal para estatal, secuestraron los féretros y el mencionado cofundador de la Triple A responsable del operativo manifestó que, por órdenes del Poder Ejecutivo Nacional, no permitiría acto alguno para despedir a estos.
Solos los familiares intervendrían en la ceremonia.
Los miles de compañeras y compañeros, que enarbolando banderas de todas las organizaciones revolucionarias y populares integraban el cortejo fúnebre se enfrentaron con los represores que disparaban con balas de plomo; al mismo tiempo que se desarrollaban tensas negociaciones para concretar la inhumación de los caídos.
Nuevamente los diputados nacionales Mario Abel Amaya y Rafael Marino intentaron disuadir a la plana mayor de la Policía Federal; sin éxito.
En ese clima, de sólo “sombras”, transcurría ese mes en el que varios compatriotas se habían refugiado en la Embajada de México y había sido asesinado el pequeño hijo, de sólo cinco meses, de Raul Laguzzi; que ocupara el decanato de la Facultad de Farmacia y Bioquímica durante la gestión de Rodolfo Puigross.
En mi condición de abogado, junto con otros colegas, nos abocamos a la tarea de intentar lograr la libertad de los numerosos detenidos durante el sepelio de los restos de Silvio y Luis; enfrentando a una fuerza represiva, cada vez más decidida a no aceptar interferencias; que nos hostigaba de todas las formas posibles.
Cuando volví a mi casa, ya avanzada la noche, me esperaba Susana que había participado en la refriega, ya que se sentía muy dolida por la muerte de Silvio a quién admiraba y con el que había sostenido largas e interesantes conversaciones, desde principios de los 70, cuando se planteó, desde la experiencia de los Comité de Base, conformar un Frente Antimperialista y por el Socialismo.
Mi hermana, con cara de preocupación, me señaló que con este crimen y el de Cuqui, sólo quedábamos yo y el “negro” Rafael Perez, con el que había compartido la lucha en el movimiento estudiantil en los 60, de aquellos cinco que habíamos denunciado el asesinato de 17 combatientes guevaristas; en lo que se conocía como la “Masacre de Capilla del Rosario”.
Que el número se reducía porque Felipe Martin viajo al exterior.
El PRT, me adelantó, entendía que nosotros -Alba, yo y los chicos- debíamos viajar al exterior, para lo cual estaban dispuestos a hacerse cargo de los gastos que demandara el viaje y la estadía en Francia.
En su capital, París estaban organizando una oficina de solidaridad, a cargo de Rodolfo Mattarollo; a la que nos sumaríamos.
La propuesta me tomó desprevenido y le señalé que lo pensaría.
Cuándo me acosté no podía dormir pensando en tantos compañeros caídos. En Luis Pujals, Néstor Martins, el “Indio” Bonet y más recientemente en “Cuqui”, Julio Troxler y Silvio.
Llegué a la conclusión que tenía que hablarlo con mi compañera de ese momento y tener en cuenta que tenía tres hijos de corta edad.
Este escenario nacional se daba en un contexto, en el Tercer Mundo, también de “sombras y luces”.
Por una parte en el largo combate del pueblo de Vietnam contra la invasión estadounidense las fuerzas revolucionarias estaban sitiando el último baluarte del gobierno títere, respaldado por los invasores, que era la ciudad de Saigón.
Por su lado en las ex colonias portuguesas Angola, Mozambique y Guinea Bissau a partir de la “revolución de los claveles” que liderara, en abril de ese año en la metrópoli, el Coronel Otelo Saraiva De Carvalho se producía una gradual retirada de las tropas colonialistas.
Como contracara, aumentaba la represión al movimiento revolucionario, en las patrias de Artigas y de Salvador Allende.
¿Cómo tenía que resolver este dilema. El exilio o…? ¿Qué implicaba la nueva condición? Estos y otros temas los abordaré en la próxima nota de esta saga.
Manuel Justo Gaggero. Ex Director del diario “El Mundo” y de las revistas “Nuevo Hombre” y “Diciembre 20”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario