Un viaje hacia las utopías revolucionarias (CLXXIII)
Comenzaba octubre, en aquél año 1974.
Este era el mes del aniversario de la caída en combate del comandante Ernesto Che Guevara y de aquél 17 de octubre de 1945, en el que la clase obrera argentina irrumpió en la historia reclamando sus derechos y la libertad del “Coronel Perón”.
Poco y nada tenía que ver, este tercer peronismo, hoy en el gobierno, con aquella jornada.
El llamado Pacto Social determinaba que se congelaran los salarios de los trabajadores, se suspendieran las paritarias y se postergaran las reivindicaciones de nuestro pueblo.
Las banderas de la Liberación Nacional y Social, por la que dieron su vida los militantes populares y revolucionarios, eran suplantadas por un discurso claramente macartista; producto del acuerdo de la fracción burguesa del Movimiento, Perón y el partido militar.
En este se inspiraban las bandas para estatales -la AAA y el Comando “Libertadores de América”-para asesinar y sembrar el terror.
Este escenario, tenía que tener en cuenta, para tomar una decisión frente al complejo dilema que se me planteaba ante la posibilidad cierta de ser victimado por los fascistas que, en varios comunicados, me habían condenado a muerte.
Por una parte salir del país, junto con Alba y los chicos suponía, como lo habían hecho varios compatriotas, que pidiera asilo en la Embajada de México.
La nación azteca tenía una larga tradición de respeto al derecho de asilo.
En la misma se habían refugiado los perseguidos de las dictaduras de España, Cuba, Nicaragua y la Republica Dominicana, entre otras.
Nunca, este país, había reconocido al gobierno del dictador español Francisco Franco, por otra parte había mantenido relaciones diplomáticas con el gobierno de la Republica Española, en el exilio, hasta la desaparición de éste.
Esta opción suponía sumarme a una oficina de solidaridad que se estaba organizado en París.
Todo parecía muy claro pero a nosotros nos parecía que era desertar, abandonar a los compañeros que seguían luchando por un cambio revolucionario.
Respetábamos la decisión de los que elegían este camino; pero sentíamos que no era el mejor para nosotros.
La segunda posibilidad que quedaba era, pasar a la clandestinidad, para lo cual tenía que integrarme a las filas del PRT-ERP.
Para Alba esta posibilidad no le ofrecía problema alguno; ya que ella militaba en esa organización revolucionaria, desde fines del año 1973.
Junto con compañeros, que participaban de nuestra organización en Paraná, había elegido ese camino para “fortalecer el polo rojo”; luego de experiencia fallidas con otras formaciones revolucionarias del campo popular; que he descripto en notas anteriores de esta saga.
En mi caso tenía una larga relación con este Partido, a partir de la militancia de Susana y de Luis, en el mismo.
Por otro lado la pertenencia al peronismo, del que formaba parte desde 1954, se me había ido diluyendo al ver la transformación de este, que en algún momento era, como dijera Cooke, el “hecho maldito del país burgués”, en el principal soporte del modelo económico de dominación y de dependencia.
Con el PRT tenía innumerables coincidencias que pasaban, fundamentalmente, porque entendía que sus militantes rescataban el pensamiento guevarista y eran parte de ese gran movimiento revolucionario, que sacude a todo el Tercer Mundo, desde la década del 60.
Por supuesto que estar “clandestino” me generaba dudas ya que estaba acostumbrado a realizar la actividad política públicamente.
Por otro lado, nos preguntábamos con Alba, como haríamos con los chicos, las escuelas, etc.
Susana recibió la decisión, con alegría, pese a que siempre “me cuidaba” y se preocupaba por mi seguridad.
Le parecía importante que persistiéramos en mantener la confianza en el triunfo revolucionario y que canalizáramos nuestro esfuerzo, en su Partido.
Respecto a cómo nos íbamos a mover en la nueva condición nos contó su experiencia y la de otros compañeros que estaban en la misma situación; señalando que lo principal era ser disciplinado y moverse ordenadamente.
Sugirió, que mientras preparaban mis documentos con la nueva identidad, saliera de la ciudad y consiguiera refugio en la casa de algún colaborador.
Le dije que, adelantándome a ello, había hablado con un abogado Osvaldo Acosta que era nuestro enlace con la revista “Militancia”, durante el tiempo que estuve en la dirección del diario, que me ofreció llevarme a Chacabuco -la ciudad donde naciera Haroldo Conti excelente escritor y gran amigo- en la que vivía su suegro, que era médico de la policía, lo que lo hacía insospechado.
Este no tendría problema en hospedarme durante varios días.
Con un dejo “nostálgico” le pedí a Susana que el nombre que llevara el documento falso fuera el de Luis Vélez, que era el que me había adjudicado el “Bebe” Cooke en 1962; cuando iniciara el entrenamiento en la “isla de la Libertad”.
Al día siguiente partí hacia la localidad de la provincia de Buenos Aires señalada.
En el camino trataba de revisar todo lo que había pasado en esos meses, desde aquél 8 de diciembre de 1973 que me hice cargo de la dirección del diario “El Mundo” e intentaba pensar cómo sería nuestra vida, desde este momento.
Lo que me estaba pasando se daba en un contexto de agudización de la represión y de aumento de los conflictos sociales.
En la fábrica de Alpargatas, de Florencio Varela, los trabajadores, desconociendo la dirección del gremio que encabezaba Casildo Herrera, realizaron un paro, con corte de ruta, en reclamo de la reapertura de las paritarias.
Por su lado, en todo el cordón industrial del gran Buenos Aires, las comisiones internas de fábrica conformaban coordinadoras para unificar los conflictos.
El 9 de octubre, en una parodia de allanamiento, personal de la policía de Córdoba a las órdenes del torturador Héctor García Rey, ingresó en la sede del Sindicato de Luz y Fuerza; argumentando que en su interior se ocultaban armas y explosivos.
Al mismo tiempo la justicia, cómplice de la intervención federal, ordenó la captura de todo el Consejo Directivo que encabezaba Agustín Tosco; el que, a partir de ese momento, decidió moverse en la clandestinidad.
Cuando llegamos a la casa, en la que permanecería el período necesario para asumir la nueva identidad, el anfitrión, con cierta afectividad pero, claramente, me señaló que no debía salir de la habitación.
Podía leer y escuchar radio, bajo ningún concepto, debía asomarme al patio ya que como era esta una ciudad pequeña, si los vecinos advertían algo extraño iniciarían un verdadero “conventillo”; peligroso para la seguridad de ambos.
Ya instalado en mi domicilio “temporal”, la primera noticia que me impactó fue la lectura de un comunicado de prensa de la Dictadura chilena que daba cuenta que el 5 de octubre había sido abatido el Secretario General del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Miguel Enriquez.
¿Cómo asumir la nueva condición? ¿De qué manera empezaban a expresarse las diferentes corrientes revolucionarias? ¿Ante un claro debilitamiento del gobierno isabelino, que postura asumir? Estos y otros temas serán abordados en mi próxima nota.
Manuel Justo Gaggero. Ex Director del diario “El Mundo” y de las Revistas “Nuevo Hombre” y “Diciembre 20”.
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