viernes, 14 de febrero de 2014
Los últimos cartuchos
La resolución del Banco Central de que los bancos debían vender los dólares que excedieran el 30% de su patrimonio neto logró estabilizar la corrida contra el peso, pero no alteró la tendencia devaluacionista y un probable ‘defol’. En realidad, ha reforzado esa tendencia, porque acumula contradicciones considerablemente mayores a las existentes. El rodrigazo en 1975, que es citado como antecedente cada vez con una mayor frecuencia, tampoco fue un estallido único -los picos más altos de la crisis, en aquella etapa, fueron alcanzados en noviembre de ese año y en febrero de 1976. Si se consideran los beneficios colosales que la resolución del Banco Central ofrece a los bancos, es llamativo que no hubiera producido una caída mayor del dólar paralelo que se negocia en la Bolsa. Se trata de una manifestación de que la tendencia de fondo no ha cambiado. El desenlace político de la crisis, o sea el adelantamiento de las elecciones, también se ha tomado un respiro, pero solamente para ajustar en forma más precisa su mecanismo. La corrida contra el peso y el acortamiento del mandato K van por rieles paralelos.
Negociado
La calificación como propios de los dólares en poder de los bancos locales es un eufemismo. Esos dólares no fueron aportados desde el exterior, sino comprados en el mercado local con dinero de los depositantes. Los bancos embolsaron una devaluación del 40% tomando dinero de sus clientes al 11/15 por ciento. Varios bancos llegaron a acumular dólares por hasta un 150% de su patrimonio neto. El gobierno encubrió este negociado hasta sus últimos límites, o sea cuando ya no tenía otro recurso que ordenar su venta para evitar el derrumbe. Para eso, antes devaluó el peso a 8 por dólar, concretando el beneficio de la devaluación para los bancos. Estableció, asimismo, una remuneración del 30% anual para los pesos obtenidos de la venta de dólares que los bancos depositan en el Banco Central -el doble de la tasa promedio que rigió en 2013. Para cerrar el esquema, el Banco Central vendió, en los primeros días, contratos de dólar futuro a un tipo de cambio similar al de contado, lo cual convierte a la tasa de interés en pesos en una tasa en dólares. Un 30% en dólares es sinónimo de usura. En los días siguientes, el dólar a agosto se fue arriba de 9 pesos y a 10 pesos para diciembre: una tasa de devaluación del 26%. Por último, pero no menos importante, los bancos venderán por tramos los 4.000 millones de dólares que fueron acumulando con dinero ajeno, ante la vista y paciencia del Banco Central, a la cotización del dólar Bolsa, que no es de ocho pesos sino que supera los diez pesos e irá subiendo.
El Banco Central se encarga de que esa cotización-Bolsa sea afectada en forma mínima, comprando él mismo los dólares que venden los bancos. Esta compra le sale al Central una verdadera fortuna: primero, porque paga diez por lo que está a ocho y luego porque paga un 30% de interés por recuperar los pesos que emitió para comprar esos dólares. El ‘sostenimiento’ del peso le cuesta al Banco Central, además, otra fortuna, que se manifiesta en la deuda que va acumulando con los bancos a tasas usurarias, no solamente para recuperar los pesos canjeados por dólares. El Banco Central también ‘seca’ la plaza de pesos, para disminuir la presión sobre el dólar. Al ritmo actual de nuevas licitaciones, a fin de febrero este pasivo en pesos con los bancos podría llegar a una cifra cercana a los 180 mil millones, lo cual sería un incremento de casi el 65 % respecto a los 100/110 mil millones de hace dos meses.
Golpismo monetario
Esto significa, simplemente, que el Banco Central ha entrado en una ruta ruinosa de emisión de moneda o, alternativamente, de veloz endeudamiento. El endeudamiento genera un déficit ‘cuasi fiscal’, que es la diferencia negativa entre lo que rinden las reservas del Banco y el pago de intereses por la deuda. Se lo llama ‘cuasi fiscal’ porque es un déficit que el gobierno debería enjugar con dinero de impuestos, ya que el Central es propiedad del Estado (participa de sus utilidades). Este déficit lleva a un crecimiento exponencial de la emisión o, alternativamente, a otra maxidevaluación (la devaluación desvaloriza la deuda en pesos cuando se la calcula en dólares y eleva en pesos el precio de las reservas en dólares). La tendencia a la hiperinflación, que produce el descontrol de la emisión, convierte a la moneda extranjera en la única forma de dinero.
El Banco Central ha perdido el privilegio del ‘seignorage’ (señoreaje), que consiste en emitir dinero sin costo. Una parte cada vez mayor de su pasivo (deuda) deberá pagar un interés elevado y la mayor parte del pasivo monetario del Banco se convierte en deuda con los bancos locales. Por otro lado, el Central ha perdido reservas por pago de la deuda y déficit de cuenta corriente, y también se ha devaluado su crédito con el Tesoro, 190 mil millones pesos, por la devaluación. La tendencia es a perder la ‘soberanía monetaria’. El tope que el Central puso a las operaciones adelantadas generará un mercado de futuros paralelo, que una mayor devaluación del peso. La política económica kirchnerista ha perdido uno de sus instrumentos principales, además del vaciamiento de la Anses. El directorio del Banco Central ha desplazado del timón al ministerio de Economía; este hecho ya implica un principio de transferencia de poder, en especial cuando el Central es una entidad que actúa en la sombra con los bancos. Los golpes de Estado no se encapsulan entre las paredes de la Jabonería de Vieytes; expresan una tendencia de salida al impasse que impide seguir gobernando como se venía haciendo.
Abril es otoño
La potenciación de la crisis financiera no se limita a las contradicciones insalvables de las medidas ‘estabilizantes’. Argentina necesita encontrar los recursos para financiar un déficit de 120 mil millones de pesos con tendencia ascendente. Ahora cuenta bastante menos con el ‘socorro’ del Banco Central. O sea que enfrenta el tema del tarifazo, punto clave de un rodrigazo, que lo viene persiguiendo desde 2008. Varios economistas del ‘establishment’ reclaman, por eso, que antes que un devaluazo, Argentina necesita un tarifazo. Edenor sigue subiendo en Nueva York en función de ganancias contables que anotan subsidios no pagados por el gobierno desde hace cinco años. El otro tema es la deuda de las provincias, ligada al dólar, que ha crecido unos tres mil millones dólares como consecuencia de la devaluación. Un aspecto menos destacado es la cantidad de deudas que se han acumulado por impago de importaciones autorizadas o, igualmente, el atraso del pago de un tercio de la deuda externa privada, cercana a los cien mil millones de dólares. Gran parte de la industria se encuentra sin stock, o sea que una recesión sería un ‘remedio’ para la incapacidad financiera de Argentina. A esto ha venido a parar el gobierno de la ‘matriz productiva’.
El barullo ha ocultado el tema de los temas: Argentina tiene que pagar arriba de 15 mil millones de dólares hasta 2015 (además de las importaciones reprimidas y la deuda privada externa, ya señalado) y, por de pronto, un cupón de PBI por cuatro mil millones, a corto plazo. Todo el objetivo ‘cepo’ fue, en definitiva, un intento fracasado para asegurar el pago a los usureros de la deuda externa. ¿Alterará el gobierno el cálculo del crecimiento del PBI en 2013 para no pagar ese cupón? En definitiva, la clase capitalista está llevando el país al abismo para cumplir con el pago de la deuda -como viene ocurriendo desde 1820 y, en especial, la crisis de 1890.
¿Podría funcionar como atenuante el esperado ingreso de divisas por la exportación de soja? El certificado para las cerealeras, negociado ya por Guillermo Moreno, por los eternos dos mil millones de dólares, no funcionó nunca. Las cerealeras ‘prefirieron’, como los bancos, endeudarse en pesos para comprar la cosecha por adelantado en lugar de traer dólares de sus casas matrices. El problema es si estos monopolios y los ‘pool’ de siembra juzgan adecuada la devaluación del peso y la tasa de interés que paga, lo cual es definitivamente improbable. Si el pago del cupón del PBI está en la cuerda floja, las cerealeras y los sojeros buscarán otros refugios. Es aquí donde interviene el reclamo de varios grupos capitalistas y sus representantes políticos para que CFK entregue el equipo económico y hasta el gabinete entero -otra secuencia más del despojo del poder al kircherismo. Una escaramuza sobre este tema es lo ocurrido con Fútbol para Todos, que buscaba operar una transición hacia el pos kirchnerismo bajo las barbas del kirchnerismo. Si algo faltaba para emparentar al proceso actual con el rodrigazo es la crisis política terminal que acompaña a ambos procesos.
No se trata, sin embargo, solamente de pesos, dólares y deudas. CFK tiene que hablar el 1º de marzo ante la Asamblea Legislativa. Dejará al desnudo todas las contradicciones del oficialismo. Fue lo que ocurrió con los discursos de Perón, uno en junio del ’55, cuando luego de un golpe llamó a la ‘conciliación nacional’, y el otro, el 12 de junio de 1974, cuando repitió el mismo llamado mientras crecía la Triple A. O con el de Raúl Alfonsín, cuando aseguró, en mayo de 1989, que “treinta trotskistas no me van a torcer el brazo”.
La otra cara de la moneda
Si las contradicciones de la política oficial son insuperables, las de sus alternativas ‘destituyentes’ son más explosivas aún: la devaluación y la liberación del mercado de cambios lleva, en primer lugar, a la hiperinflación y a la recesión. La confrontación de clases que provoca es inevitable. Mario Blejer, ex Banco de Inglaterra y por largo tiempo kirchnerista, ha propuesto cinco puntos que tendrán ese resultado. Esperan que ese plan produzca un retorno de capitales, pero eso ocurrirá solamente si antes derrotan una resistencia popular. Incluso en este caso, será un retorno de corto plazo, dadas las nuevas manifestaciones de la crisis mundial en numerosos países ‘emergentes’ (sic). La ‘volatilidad’ de los mercados es una expresión de ingobernabilidad internacional. En el operativo golpista, el conjunto de la burocracia sindical, como hace cuatro décadas, fabula un ‘pacto social’ que reparta los costos de la crisis y limite la posibilidad de una lucha social aguda. La contrapartida de esto debería ser un imposible gobierno de unidad nacional, dada la manifiesta caducidad del conjunto del pejotismo.
Es necesario que los luchadores más activos desarrollen una comprensión lo más completa posible de la crisis en curso para que los trabajadores puedan imponer una salida política propia.
Jorge Altamira
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