jueves, 6 de febrero de 2014

El reformismo, una vez más, termina en la derecha

Después de escuchar a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es inevitable quedar asombrado por la enorme contradicción que hay entre su discurso y la realidad. La vieja ilusión de algunos de querer conciliar el capital con el trabajo lleva a este tipo de incoherencias, reflejadas en acciones y en palabras. Es que el oficialismo tiene la obsesión permanente de presentar cosas vergonzosas como grandes triunfos, como anunciar un aumento del 11.3% en las jubilaciones mínimas que junto al aumento anterior se llega a un total del 27%. Esto da un total de $2757, mientras la canasta básica está por encima de los $9000. Se sigue pretendiendo tener un discurso popular cuando se acaba de devaluar la moneda, trayendo aparejado el aumento de precios que, sumado a la inflación anual, está destruyendo el bolsillo de la clase trabajadora argentina, ya que la devaluación afecta siempre a aquellos que perciben ingresos fijos y favorece a los empresarios. La intención del gobierno es controlar los próximos aumentos de salario para que estén por debajo de la inflación, transformándose los trabajadores en la variable de ajuste de la economía. Al parecer el gobierno quiere poner un techo del 30%, cuando la inflación de febrero 2013 a 2014 está por encima del 40%, impulsado esto por la devaluación de la moneda que pasó de $5 a $8 en 8 meses. A esto hay que sumar el reciente aumento del transporte público en un 66% y el posible el tarifazo que se viene insinuando en los servicios subsidiados por el Estado como la luz o el gas.
CFK planteo que el objetivo del modelo es la construcción de una “burguesía con conciencia nacional”, en un mundo dominado por el capital financiero, a lo que se agrega que después de casi 11 años de administración kirchnerista la economía está llegando al 70% de extranjerización, cifra que está por encima de la década neoliberal de los 90’. ¿Es ésta la “liberación” con la que hacen cánticos las bases militantes oficialistas? Frente al planteo burgués de que “los últimos años han sido para las empresas los de mayores ganancias” es imposible pretender tener un discurso coherente dirigido a los sectores populares. Esto es peor cuando se pretende justificar que en Argentina los trabajadores tienen un buen nivel de vida porque en una semana 439.000 asalariados pudieron acceder a comprar dólares para atesorar, en un país con más de 40 millones de habitantes, con más de 1/3 de los trabajadores en negro (trabajo informal) y la mitad que no supera los $4000 (cifras oficiales). En este sentida, “Cristina” se permitió plantear como un ejemplo de desigualdad social que un trabajador asalariado tenga un ingreso alto que le permite ahorrar mientras otros no pueden, olvidándose que las desigualdades sociales se superan a partir de una distribución real de la riqueza, no sacándole al que tiene un poco para darle al que tiene nada. Esto es propio de un gobierno pequeño burgués que quiere conciliar con todos los sectores sociales y termina satisfaciendo a nadie.
Pero la paranoia no termina ahí. La presidenta dijo que “el capital financiero no lo quiere mucho a este gobierno”, cuando es el sector que mayores ganancias tuvo, tornándose esto más absurdo cuando se sabe que la cantidad de dinero destinada al pago de la deuda externa durante la última década se aproxima a los 180.000 millones de dólares (no es necesario hacer cálculos de lo que se puede hacer con ese dinero). En ningún momento se insinuó siquiera la intención de revisar la deuda externa argentina, la cual creció escandalosamente durante la última dictadura militar y podría declararse (por lo menos una parte) ilegítima, ilegal, fraudulenta y odiosa. No hace falte para esto realizar ningún tipo de revolución marxista ni nada por el estilo (sería iluso pedirle eso al gobierno actual), sino tan solo mirar algunos ejemplos internacionales, teniendo muy cerca el del gobierno de Rafael Correa que, sin dejar de ser capitalista, solucionó el problema del endeudamiento tras revisar las irregularidades de la deuda externa ecuatoriana. Pero eso implicaría confrontar con sectores de poder real que el kirchnerismo no quiere ni puede enfrentar por sus limitaciones de clase.
Como no podía esperarse otra cosa de un discurso pequeñoburgués conciliador, Cristina Fernández pidió tranquilidad a los sindicatos para las próximas paritarias, aprovechando de pasada para hacerle un “tirón de orejas” al burócrata líder de la CGT oficialista Antonio Caló, que tuvo el exceso de admitir en una nota que a la gente no le alcanzaba para comer, recibiendo la respuesta de la presidenta de que “ningún trabajador se muere de hambre”. El líder metalúrgico, al cual no pareció gustarle mucho el reto, estuvo observando todo el tiempo callado con los brazos cruzados, optando por una postura un tanto más digna que la del líder de la CTA oficialista Hugo Yasky, que emocionado aplaudía mientras la presidenta decía que los sindicatos deben controlar más los precios en los supermercados y exigir menos aumentos de salario. De un genuflexo de este tamaño otra cosa no puede esperarse. Por cierto, el último acuerdo de precios (se hizo solamente sobre 194 productos) está fracasando como el anterior, ya que muchos de los productos no se encuentran en las góndolas, forzando a los consumidores a comprar los artículos que no entran dentro del acuerdo de precios.
Por último, la impotencia del gobierno se evidenció, una vez más, cuando en referencia a los empresarios la presidenta planteó: “tampoco nos molesta que hayan ganado tanta plata como han ganado, pero es necesario que sigan invirtiendo en el país. Si tengo mayor demanda, que aumente la inversión para producir más”. Queda claro lo iluso que es este planteo reformista de pretender dirigir y controlar al capital privado para lograr un capitalismo racional. Si la demanda aumenta, las corporaciones aprovechan para vender más caro y ganar más dinero. El carácter contradictorio de las políticas de este gobierno tiene su origen en el anacronismo de pretender, en el siglo XXI, un capitalismo independiente dirigido por una clase burguesa con conciencia nacional (históricamente con pensamiento parasitario y especulativo) en un mundo dominado por un puñado de corporaciones. Evidentemente, la consigna de “Socialismo o Barbarie” tiene aún más vigencia que en el siglo XX.

Federico Giliberto


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