sábado, 2 de enero de 2010

Quién es Carlos Pedro Blaquier Estrugamou


Vida y obra del empresario dueño de Ingenio Ledesma, quien prometió fuertes inversiones a la Presidenta.

No tengo un juicio terminante acerca de quiénes tienen que asistir a una reunión con la Presidenta de la Nación y obtener una foto junto a ella. En cambio, sí tengo un juicio respecto de la necesidad de que la prensa informe sobre quiénes son y qué vida llevan algunos hombres selectos del poder en la Argentina. Tal es el caso de Carlos Pedro Blaquier Estrugamou, quien el 21 de diciembre fue a la Quinta de Olivos y tras reunirse con Cristina Kirchner habló sobre los movimientos que sus empresas, especialmente Ledesma, realizaron en los últimos dos años y de los planes que tiene para los próximos dos.
Como periodista de muchos años en el oficio quiero empezar esta columna con algo que me sucedió en la primavera de 1986, cuando era cronista del programa Ver Claro, que conducía Enrique Vázquez en ATC. Melitón Vázquez era por entonces el secretario general de los trabajadores del Ingenio Ledesma y había sido entrevistado por Enrique a raíz de un conflicto desatado por una razón que parecía decimonónica. El ingenio de Blaquier no les permitía a los obreros de la zafra controlar el pesaje de la caña. Se trataba de obreros golondrinas –que trabajaban por miles y en negro– que cobraban “por tanto” como se llama en el norte. Es decir, al fin de la jornada, los capataces de Ledesma anotaban en una libreta cuántos kilos de caña de azúcar entregaba cada trabajador. Al fin de la quincena, les sumaban los kilos y les pagaban. Habitualmente, la balanza estaba a la vista de los zafreros. Pero, desde hacía un tiempo, y dado que Melitón Vázquez era un dirigente gremial combativo, Ledesma había endurecido su trato. A lo que habitualmente era un trato feudal, se agregaba una provocación manifiesta.
Tras la entrevista de Enrique, Claudio Martínez y yo, fuimos a Libertador General San Martín, como se llama el pueblo donde está radicado Ledesma. Con nosotros iba un equipo de cinco trabajadores de ATC. Habíamos decidido no pedir autorización previa para ingresar al ingenio y a las plantaciones de caña, porque descontábamos que iba a ser en vano. Sí nos presentamos al llegar en las oficinas de la planta y el jefe de fábrica nos dio una negativa rotunda. Cuando les dijimos a los representantes de los obreros que no teníamos permiso se mostraron consternados y nos ofrecieron hacernos entrar en la madrugada, no al lugar donde estaba el pesaje, sino a los cañaverales y a los barracones donde se alojaban cientos de familias zafreras. Claudio y yo no podíamos decidir por los otros que nos acompañaban, ya que ellos eran trabajadores de planta del canal y no necesariamente debían estar de acuerdo en ingresar a una propiedad privada sin permiso. Es más, podían terminar con problemas laborales. El camarógrafo, un hombre experimentado y de pocas palabras apodado el Ruso, tras hablar con sus compañeros, nos dijo que sí, que haríamos el trabajo. A las cinco de la mañana entramos por una tranquera lejana y durante varias horas grabamos la vida cotidiana de esos peones golondrinas a quienes Ledesma les impedía controlar el pesaje de su jornal. Los dormitorios colectivos estaban plagados de chicos flaquitos y madres que cocinaban el guiso que le acercaban a sus maridos e hijos para que repusieran fuerza y siguieran cortando y pelando caña. Por azar no nos cruzamos con ninguna camioneta de los guardias ni nadie alertó sobre nuestra presencia, que era indisimulable.
Regresamos y pudimos editar el programa: entre la entrevista a Melitón de Enrique y el trabajo que habíamos hecho en Jujuy los siete que habíamos viajado, habíamos logrado una pieza extraordinaria. Un periodismo responsable y comprometido que desafiaba los límites impuestos por una patronal abusiva apenas se salía de la noche negra de la dictadura. El miedo que todavía imperaba en la sociedad argentina se despejaba sin dudas con materiales de denuncia como ese. Pero no todo estaba dicho. La emisión estaba prevista para fines de octubre y las autoridades del canal le comunicaron a Enrique que Carlos Pedro Blaquier había tomado conocimiento y de inmediato se había comunicado con Antonio Tróccoli, por entonces ministro del Interior, quien transmitió la orden terminante de no emisión.
Enrique, pese a su sintonía con el alfonsinismo, estaba dispuesto a presentar una denuncia de censura. Hubo una salida, triste pero decorosa. El programa salió al aire el 31 de diciembre a las once de la noche. Vázquez lo vio en la casa de Sandra Russo mientras que Claudio y yo lo vimos en casa del experimentado camarógrafo televisivo el Oso Martínez, padre de Claudio y el motivo por el que su actual productora se llame El Oso. No fue el mejor aperitivo para despedir el año. El consuelo es que quizá no lo haya sido tampoco para Blaquier.
En ese entonces se habían cumplido diez años de los crímenes en el Ledesma, conocidos como La noche del apagón, cuando las fuerzas represivas cortaron el suministro eléctrico para poder actuar simultáneamente, secuestrar a 400 trabajadores del ingenio y llevarlos a un predio de la empresa donde se los interrogó, a la mayoría con torturas severas y que tuvo como saldo la desaparición de 38 personas, las que las fuerzas represivas y los directivos de personal de Ledesma consideraban inadecuadas.
La pregunta, obvia, es qué consideraba adecuado el señor Blaquier una década después en cuanto al derecho a controlar la balanza al fin de la jornada. Y también qué considera ahora adecuado, cuando pasó los ochenta y nadie puso límites a su poder.
Para el lector que está desahuciado al leer estas líneas hay una buena noticia. El trabajo de años de Olga Aredez y miles de luchadores por los derechos humanos está dando sus frutos. En este año que está por comenzar serán llevados al banquillo los responsables materiales e intelectuales de la noche del apagón.
Blaquier y el Ledesma habían encontrado su suerte a raíz de los conflictos obreros en los ingenios tucumanos. En efecto, apenas consumado el golpe de junio de 1966, el dictador Juan Carlos Onganía y su ministro de Economía Jorge Salimei, dispusieron el brutal cierre de plantas azucareras en Tucumán, dejando en la calle a decenas de miles de trabajadores. Claro, la Fotia era un sindicato duro y en los planes de Onganía no estaba subsidiar a la oligarquía tucumana para que esta consintiera a los obreros combativos en sus demandas. Fue el turno del Ledesma, propiedad la familia Arrieta y cuyo gerente general por entonces era Blaquier, casado con Nelly Arrieta. Ledesma no aceptaba diálogo. Blaquier era –y es– un duro. Hace unos años, en una entrevista que le dio a La Nación, dijo: “Me acuerdo de un día, hace años, que un funcionario de Ledesma me vino a contar que se había separado. Le agradecí la confianza por esta confidencia y le pregunté por qué se había distanciado de su mujer. ‘Bueno, lo hablé con mi psicoanalista y él me aconsejó que me separara’. A ese funcionario lo despedí. Porque si una persona necesita que su psicoanalista le diga lo que tiene que hacer no puede manejar una empresa”.
Blaquier es un hombre muy ilustrado, con títulos de filósofo y abogado, con una colección privada de arte que está entre las mayores del país. Publicó un libro con el presuntuoso nombre de Manual de Historia Argentina, que empieza con la llegada de los españoles a estas tierras que, por entonces, no eran la Argentina. Confeso admirador de Julio Roca, dice en un pasaje: “Los indios sometidos por Roca no solamente fueron usurpadores, sino también genocidas, a pesar de lo cual el tratamiento que se dio a los que se sometieron voluntariamente fue muy generoso”.
Es uno de los varios multimillonarios influyentes de la Argentina que recibe a todos los embajadores y promotores de la alta cultura en su mansión de la silenciosa calle Sucre en San Isidro. También gusta que todos los veranos los fotógrafos puedan retratar a los siete yates que lleva a Punta del Este. Cinco son de sus hijos y los otros dos de su actual mujer y de él. Estas y otras propiedades son el resultado del azúcar y la sangre. Blaquier, de ninguna manera, forma parte de los hombres y mujeres cuyos méritos son un ejemplo para las generaciones venideras. Es todo lo contrario y ojalá un tribunal pueda interrogarlo para que se conozca la responsabilidad que le cupo por la desaparición de 38 personas. Quizá le toque habitar en un lugar menos bello que su mansión de San Isidro.

Eduardo Anguita

Miradas al Sur

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