jueves, 28 de enero de 2010

El mito capitalista de la autonomía del Banco Central


A propósito de una propuesta del Profesor Rozenwurcel, economista de la UBA y de la Universidad de General Sarmiento de Argentina

Guillermo Rozenwurcel, economista de la Uba y de la Universidad de General Sarmiento, ha enviado a sus colegas una propuesta de declaración para defender "la independencia de nuestra autoridad monetaria" ante los decretazos kirchneristas contra las reservas y la remoción de Redrado. Rozenwurcel dice que la condición para "asegurar la estabilidad macroeconómica" es una "separación tajante de las hojas de Tesorería y de la autoridad monetaria".
Las razones para discrepar con Rozenwurce son varias. En primer lugar parece no haber notado que la "estabilidad macroeconómica" se encuentra formalmente destruida a partir del rescate de los grandes bancos internacionales por parte de los bancos centrales de los principales países. Solamente Estados Unidos ha creado reservas por más de dos billones de dólares contra la dudosa garantía de los títulos del Tesoro norteamericano y de los activos tóxicos de los bancos. El monto de garantías comprometidas para esos mismos bancos asciende a más de diez billones de dólares, según coinciden las principales fuentes. Como contrapartida de esta emisión espúrea de moneda, China, Brasil, Japón y Alemania han acumulado más de cuatro billones de dólares en reservas. Estamos ante una "inestabilidad o desequilibrio macroeconómico" epocal. Las naciones con superávit en cuenta corriente se han visto forzadas a incrementar la demanda de dinero-dólar, con grandes perjuicios para su "estabilidad macroeconómica interna". Han debido emitir moneda local y producir una inflación creciente o absorber esa emisión a tasas de interés superiores a las que paga la Reserva Federal o el Tesoro norteamericano. La deuda del Banco Central de Argentina está pagando una tasa de interés promedio del 14% anual, en cuanto el rendimiento de sus reservas no pasa del 0.5%. El doctor Rozenwurcel deberá admitir que una autonomía monetaria tan gravosa está lejos de representar una "estabilidad macroeconómica" y seguramente constituye una fenomenal confiscación del patrimonio nacional. Lo interesante, si cabe la palabra, es que todo este desquicio internacional fue combinado entre los bancos centrales y sus respectivos gobiernos, incluyendo a Redrado y Kirchner.
El relato anterior descubre una trama que la autonomía del Banco Central se empeña en ocultar, a saber, la completa falta de independencia de la autoridad monetaria respecto a la banca privada. No se trata solamente del hecho de que los bancos que forman la Reserva Federal tienen accionistas bancarios, como también ocurre con la Banca de Italia, por ejemplo. En estos mismos momentos, el Senado de los Estados Unidos está auditando al secretario del Tesoro, por su responsabilidad en el rescate de la aseguradora AIG cuando aquél ocupó el cargo de presidente de la Reserva Federal de Nueva York. Ocurre que el señor Timothy Geithner operó en secreto para rescatar a los principales acreedores bancarios de AIG en las vísperas de su derrumbe, comprando sus acreencias a la par. En el affaire se fagocitaron cerca de 70 mil millones de dólares. La operación contó con la complicidad de la Comisión de Valores (SEC) y no podría haber escapado al conocimiento de la FED, antes o después de la quiebra de AIG. La banca central, en todos lados, es un apéndice de los intereses financieros. Lo mismo ha ocurrido en Argentina cuando Cavallo estableció los seguros de cambio para un conjunto de operadores, al mismo tiempo que congelaba la tasa de interés en el 8% anual y producía con ello una enorme salida de depósitos y la consiguiente inflación de demanda y la devaluación internacional del peso. Los que compraron el seguro de cambio estatizaron así su deuda externa y aquellos que habían obtenido crédito local se beneficiaron con una desvalorización enorme de sus deudas. El licenciado Redrado, en su calidad de presidente del fenecido Banco de Desarrollo, avaló una operación similar a fines de los 80. Es de conocimiento general el enorme beneficio que significó la pesificación de 2002 para los llamados ‘capitanes de la industria' y el perjuicio enorme para los ahorristas. La devaluación de 2002 fue largamente planificada a espaldas de la población.
Esta descripción del funcionamiento de la autonomía de la autoridad monetaria nos lleva al tema del sigilo de las operaciones de la banca central y al secreto comercial. En su sociedad democrática, la ciudadanía desconoce cómo se maneja su patrimonio. Hay operaciones de futuro que son verdadera bicicletas financieras, que redundan en una manipulación efectiva de la moneda. Tres bancos internacionales están manejando el llamado canje de deuda en default con una total discreción, lo cual constituye un monopolio de información confidencial (‘inside trading'), que permite jugosos beneficios en las operaciones con títulos públicos. Deberíamos convenir que es necesario abolir el secreto comercial, que las negociaciones monetarias deberían ser públicas y que incluso el directorio del Central, aunque sometido a la representación popular en el Congreso, debería ser electo y revocable por la ciudadanía. No se trata, claro está, de lo que quiere hacer la señora Presidenta - que pretende manipular la moneda y el patrimonio nacional por medio de decretos de necesidad y urgencia.
La discrepancia sobre la autonomía que se desarrolla en la actualidad, entre oficialistas y opositores, es para engañar a incautos, pues Redrado y Kichner han manoteado reservas, sea para pagar al FMI, o para financiar una gigantesca salida de capitales (40 mil millones de dólares). El concepto mismo de reservas está mal utilizado, pues se trata de moneda espúrea, el dólar, que no tiene garantía líquida, fundamentalmente oro. Por eso, los analistas más serios pronostican un derrumbe de la cotización del dólar y una disparada de la del oro.
Ningún enfoque institucional puede remediar una crisis mundial que anida en el sistema de organización de la producción - el capitalismo. Los economistas deberían considerar al capitalismo una forma histórica transitoria de la organización humana, y proceder a su crítica. Solamente así podremos enfrentar las catástrofes económicas y la destrucción del medio ambiente.

Jorge Altamira

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