Roberto contaba que su abuelo fue un campesino que había venido a la Argentina huyendo de la Rusia zarista, tras la derrota de 1905, después de pasar por Estados Unidos, Chile y Brasil. Roberto nace en Villa Crespo (1953) y, como en muchas familias de inmigrantes, la pobreza empuja su cuerpecito de nueve años a trabajar repartiendo leche en los carros tirados a caballo de La Vascongada. A los 19 años, ya militaba en el Partido Socialista de los Trabajadores, donde empezó también a leer a dos grandes, como revolucionarios y como poetas: el peruano César Vallejo y el catamarqueño Luis Leopoldo Franco. En 1974, recibe amenazas de muerte desde la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y, en julio de 1976, tuvo que huir con esposa y su hija recién nacida a Paraguay, tras la explosión de una bomba que destruyó su casa después de que, horas antes, el ejército hubiera ido a buscarlo. Dos años permaneció en Paraguay hasta regresar, en medio del Mundial de Fútbol del ´78, a Buenos Aires, para vivir en la clandestinidad. En 1984 se radica en Trelew, donde fue secretario general del sindicato gráfico, secretario general del barrio Etchepare y, en 1990, participa del “Chubutazo”. Desde hacía años, adhería a Izquierda Socialista, pero su conciencia revolucionaria, amplia y honesta, lo llevó confiarme por WhatsApp que el Partido Obrero – Tendencia debía tomar como “una gran adquisición política” la captación de cierto compañero de Chubut, a quien valoraba como “un cuadrazo de la puta madre”. Roberto, “el Kazarenko”, era así: alto, sonriente, solidario, respetuoso, combativo.
En Chubut y luego de regreso en Buenos Aires fue editando su poesía, organizando encuentros y toda serie de eventos literarios (como Canto Fundamento y la revista Patagonia/ Poesía) pues consideraba a la poesía como un hecho social, colectivo. En 2018, me pidió que le presentara uno de sus últimos poemarios, Remos de Cartón, en Buenos Aires. Pero nos habíamos conocido varios años antes, en Córdoba.
Se sabía que estaba pasando por una situación delicada en cuanto a su economía y a su salud, pero como no existe una jubilación nacional para escritores -u otro equivalente jurídico en lo previsional, como una ley de reconocimiento- y, en medio del confinamiento por causa de la COVID-19, a las asociaciones de escritores lo único que se les ocurre es defender a la industria y el comercio editorial, rogando por la aprobación de la Ley del Libro, la creación de un Instituto del libro y bla, bla, bla… Habrá que debatir en serio, en un congreso público y amplio de los escritores, este y otros temas, porque con o sin vacuna la perspectiva de la salud y de las jubilaciones para todas las ramas artísticas, al igual que para todas las familias de trabajadores, se presenta a mitad de camino entre la ciencia ficción y el terror. Y te lo quería contar, te lo debía contar, Roberto “Kazarenko” Goijman, ahora que te has ido, pero dejándonos un poema como este:
ABRIRME
Puedo masticar el pensamiento,
bárbaro, salvaje del futuro
y abrirme el pecho,
cobijarte,
y que no sientas frío...
Eugenia Cabral
15/11/2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario