lunes, 28 de octubre de 2019

Macri y Alberto Fernández: una transición ordenada bajo el control del FMI



En una elección híper-polarizada, el Frente de Todos se impuso a Juntos por el Cambio. Las tensiones políticas y económicas del país que viene.

En la madrugada de este domingo, con el 96 % de las mesas escrutadas, el Frente de Todos lograba un 48,03 % de los sufragios frente a un 40,44 % de Juntos por el Cambio. En una elección hiper-polarizada -donde dos fuerzas acapararon casi el 90 % de los votos- Alberto Fernández se convertía en presidente electo. El apoyo electoral al Frente de Todos, tal como ocurrió en las PASO, expresó el enorme rechazo a las consecuencias del ajuste implementado estos cuatro años.
En ese marco, desafiando previsiones, el macrismo logró una notoria recuperación en relación a los comicios de agosto. En ese crecimiento electoral hay que balancear la mayor afluencia de votantes y el haber avanzado sobre el espacio electoral de Lavagna, Espert y Gómez Centurión concentrado el voto anti-peronista.
Ese crecimiento no puede analizarse solo a partir de la épica y las movilizaciones de las últimas semanas. Si se mira más allá del simple conteo electoral, la remontada cambiemita expresa una suerte de empoderamiento de las clases medias más conservadoras, aquellas que sostuvieron las políticas más reaccionarias de la gestión macrista desde 2015.
El Frente de Todos aportó su cuota a este empoderamiento. Luego de las PASO, lejos de enfrentar a la derecha, moderó su discurso al límite de lo posible. El objetivo fue garantizarse las simpatías del gran capital.
En las semanas que siguieron a aquel domingo de agosto, Fernández ratificó su vocación de “pagador serial” de la deuda externa. Lo hizo ante la Fundación Mediterránea, la UIA y los empresarios reunidos por Héctor Magnetto. En esa tónica conservadora eligió posar junto al cuestionado gobernador de Chubut, Mariano Arcioni. Ante los reclamos del movimiento de desocupados y las organizaciones sociales, insistió con el pedido “salir de las calles”, al tiempo que jugaba un rol activo en el levantamiento de una huelga de pilotos.
Más en general, luego de la fuerte resistencia callejera que la reforma previsional encontró en diciembre de 2017, el peronismo eligió el camino de la contención. A quienes reclamaban contra el crecimiento de la pobreza y la desocupación les propuso la espera pasiva del “Hay 2019”. Apostó a la desmovilización, alentando como única salida el camino de las urnas. La dirigencia sindical operó aislando las luchas en curso mientras administraba -en dosis homeopáticas- las medidas de fuerza nacionales. En ese escenario, el kirchnerismo sostuvo un discurso opositor mientras llamaba a la unidad a los antiguos “traidores”.
Ese recorrido político también permite explicar las tendencias conservadoras que se expresaron este domingo en el voto a Macri.

Bipartidismo senil bajo la tutela del FMI

Aunque lejos de lo acontecido a la salida de la dictadura, el resultado electoral alienta la conformación de una suerte de nuevo bipartidismo. Se trata, agreguemos, de uno senil, débil, sustanciado más en el rechazo al rival que en el mérito propio. Malmenorismo puro y duro, para decirlo sumariamente.
Bajo lo que se insinúa como un nuevo esquema político, este domingo por la noche Mauricio Macri anunció su intención de jugar el papel de “una oposición constructiva”. El discurso representa un giro de 180° a lo dicho en las últimas semanas, donde apostó a la polarización extrema con el peronismo.
Esas declaraciones se completaron con el llamado a Alberto Fernández a un desayuno para este lunes. Desde otro barrio de la Ciudad de Buenos Aires, el presidente electo aceptó el convite. Propuso “empezar a hablar del tiempo que queda” y señaló su voluntad de “colaborar en todo lo que podamos colaborar”.
El discurso político de ambos referentes propone una "transición ordenada" hacia diciembre. Sin embargo, la misma no pone en discusión ninguno de los supuestos que empujaron la crisis actual. Implica naturalizar el más importante de ellos: la tutela que ejerce el FMI sobre la economía nacional.
Bajo ese control, el endeudamiento externo pesa como una enorme carga sobre los destinos de la nación. Los pagos correspondientes a los próximos cuatro años superan los USD 200.000 millones. Aceptar la continuidad de los mismos -como lo hacen Macri y Alberto Fernández- implica condenar a las mayorías populares a un futuro sombrío.
La importante votación lograda por Macri repercutirá, necesariamente, al interior del Frente de Todos. Dentro de ese variopinto conglomerado cobrarán fuerzas los sectores más conservadores y derechistas, aquellos que durante estos años dieron su aval para la continuidad de las políticas de ajuste.
Entre esos activos dadores de gobernabilidad hay que contabilizar a gobernadores, intendentes, dirigentes como Sergio Massa y a la dirigencia sindical burocrática. El ajuste que empujó la pobreza al 35 % no hubiera pasado sin su colaboración. Macri, al proponerse como un “opositor racional”, repite desde otro extremo del arco político ese mismo esquema.
En términos institucionales, los resultados de la elección también empujan a esa posible colaboración. La relativa paridad electoral encontrará expresión en el Congreso. Aunque el peronismo tendrá mayoría en el Senado, los números de la Cámara Baja mostrarán un virtual empate, con alrededor de 120 diputados para el Frente de Todos y 119 para el macrismo. Si se atiende al escenario del poder territorial, la continuidad de Larreta en la Ciudad de Buenos Aires también configura una base para esas eventuales negociaciones.
La importante votación del macrismo constituye, al mismo tiempo, un canal para la presión directa del gran capital imperialista y local. Cambiemos fue en estos años el vocero abierto de esos intereses. Dados los resultados electorales, esa relación cuenta muchas posibilidades de continuar.

Un futuro de tensiones

El masivo voto castigo a las políticas de Macri volvió a expresarse en las elecciones generales. Allí se concentró el deseo de millones de un mañana mejor en cuanto a las condiciones económicas.
Esto constituye un límite por izquierda a las políticas de ajuste que el FMI y las grandes patronales, con toda seguridad, intentarán empujar a través de la nueva coalición de gobierno y del macrismo.
En el mismo registro hay que leer las recientes rebeliones populares en Chile y Ecuador. Esos levantamientos, que vuelven a poner en escena el fantasma de la lucha de clases, evidencian los obstáculos sociales a una nueva agenda de ajuste. Sea la derecha liberal chilena o los restos del pseudo-progresismo ecuatoriano, los intentos de seguir precarizando la vida de millones son contestados con la protesta callejera y el enfrentamiento a la (brutal) represión. Indudablemente, esto también construye límites por izquierda en el escenario político nacional.

Una valiosa elección del Frente de Izquierda Unidad

En el marco de la brutal polarización electoral, la fórmula presidencial que encabezó Nicolás del Caño alcanzó un 2.16 % de los votos, retrocediendo levemente en relación a las PASO.
Sin embargo, la simpatía hacia las ideas desplegadas por el FIT Unidad supera los porcentajes electorales obtenidos este domingo. Un dato que lo ilustra es la votación en la categoría de diputados nacionales, donde el escrutinio provisorio arroja un número cercano a los 800 mil sufragios. Allí destacaron las logradas por Myriam Bregman (CABA), Néstor Pitrola (PBA), Raúl Godoy (Neuquén) y Alejandro Vilca (Jujuy).
Esa simpatía se sostiene en la coherencia de un espacio que, en estos años de macrismo, no abandonó los reclamos en las calles ni negoció con los cómplices del ajuste. Nicolás del Caño fue, además, una de las figuras destacadas en los dos debates presidenciales. Ante millones de personas ofició de vocero de múltiples causas que no hallaron voz en otros candidatos. A modo de breve listado, se pueden señalar el rechazo al pago de la deuda externa; la lucha contra la precarización laboral; el derecho al aborto legal; la denuncia del fracking y el uso de agrotóxicos; o la legalización de la marihuana, entre otros.
En el nuevo escenario nacional resulta urgente fortalecer a la izquierda como fuerza política. Frente a las exigencias del FMI y las grandes patronales, hay que oponer un programa anticapitalista y socialista, que ataque los intereses de los ganadores de estos años. Solo una perspectiva así puede impedir que la crisis siga recayendo sobre las mayorías populares.
El futuro, como muestran Chile y Ecuador, también se jugará en las calles. Es preciso seguir avanzando en la construcción de una fuerza política de los explotados y los oprimidos, independiente de todos los partidos patronales, capaz de imponer su propia salida a la crisis. Un partido capaz de, movilizar ampliamente al pueblo trabajador, a las mujeres y a la juventud ante las tensiones futuras que la tutela del FMI impondrá al país.

Eduardo Castilla
@castillaeduardo
Lunes 28 de octubre | 03:44

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