En el debate presidencial del domingo pasado se delimitaron dos campos de clase. Con sus diferencias y matices, de un mismo lado se colocaron Macri, Fernández, Lavagna, Espert y Gómez Centurión. Coincidieron todos en levantar un programa capitalista de abordaje de la crisis argentina y la continuidad del sometimiento del país a los preceptos del FMI. Del otro lado, Nicolás Del Caño levantó una salida obrera y anticapitalista como respuesta a la crisis argentina. Esta orientación de Del Caño fue explícita desde un inicio, cuando planteó que la crisis debe ser pagada por los terratenientes, los empresarios y los banqueros, y no por el pueblo trabajador.
Del Caño refrendó las posiciones principistas del Frente de Izquierda-Unidad cuando, por un lado, reivindicó la rebelión popular en Ecuador y condenó el ajuste fondomonetarista del gobierno de Lenin Moreno, y, por el otro, repudió el golpismo y la intervención imperialista en Venezuela. No solo atacó a Macri por su pleno alineamiento con imperialismo y el Grupo de Lima, tanto en la cuestión venezolana como en la ecuatoriana, sino también al Frente de Todos, que lleva en sus listas a Massa, uno de los primeros políticos argentinos en reconocer al golpista Guaidó como el nuevo presidente venezolano.
Aunque Del Caño no se refirió a ello, en este punto hubiera sido de enorme importancia desarrollar las características excepcionales de la actual bancarrota capitalista mundial. Ello hubiera servido para darle al debate el marco histórico concreto en el que se desenvuelve la crisis argentina. A diez años del estallido de la crisis, todas las medidas de rescate del capital desplegadas por los Estados de las principales potencias fracasaron en desmontar el gigantesco apalancamiento de la economía mundial, superar la crisis de sobreproducción y revertir la caída de la tasa de beneficio capitalista. Por el contrario, los ‘rescates’ han redundado en la crisis de los propios rescatistas: los Estados.
Un pantallazo de estas características hubiera bastado para mostrar los pies de barro y la inviabilidad de las ‘salidas’ capitalistas a la crisis que pretendieron esbozar los candidatos presidenciales de los partidos patronales. Pues, efectivamente, en el marco de una agudización de la guerra comercial entre las principales potencias del mundo y en los prolegómenos de una nueva recesión internacional, el planteo de Fernández de revertir la crisis de la balanza de pagos del país vía devaluación e incremento de las exportaciones se revela completamente inviable.
Del Caño desarrolló, en contrapunto con el resto de los candidatos, todo un planteo programático obrero y socialista frente a los grandes problemas nacionales. Denunció la fuga de capitales y repudió la deuda externa, a lo que le contrapuso la nacionalización del sistema bancario bajo el control de los trabajadores; planteó la anulación de los tarifazos del macrismo y la estatización de todas las empresas privatizadas de servicios. Frente a la cuestión educativa defendió la nacionalización del sistema, en oposición a la provincialización iniciada bajo la dictadura y profundizada por el menemismo y al vaciamiento exacerbado por el macrismo. Levantó los planteos de aumentos de emergencia de salarios, jubilaciones y programas sociales. A renglón seguido, denunció la complicidad del Frente de Todos en la aprobación de las leyes del ajuste macrista y también la de la burocracia sindical. Desenmascaró la hipocresía de Fernández, que hizo demagogia con la educación pública y con el derecho al aborto pero que tiene entre sus aliados a Arcioni, el gobernador enemigo de la docencia y la educación pública de Chubut, y a Manzur, el gobernador tucumano que obligó a parir a una niña violada de 11 años.
Todas estas correctas delimitaciones con el Frente de Todos contrastaron con la concesión inicial hecha por Del Caño a los gobiernos kirchneristas. Del Caño denunció las crisis generadas por todos los gobiernos, desde el ‘83 a esta parte, salteando increíblemente a los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Perdió la oportunidad de integrar en un análisis histórico la función confiscatoria y entregadora de los llamados gobiernos ´nacionales y populares´ y su línea de continuidad con los ´neoliberales´, dado su contenido capitalista. Una vez concluidos los 12 años de kirchnerismo la precarización laboral ascendía al 40%, la pobreza al 30% y el 80% de los jubilados cobraba la jubilación mínima, que se encontraba por debajo de la línea de pobreza. Cuando asumió Néstor Kirchner, la deuda pública rondaba en los 160 mil millones de dólares y cuando concluyó el mandato de Cristina Fernández la deuda superaba holgadamente los 200 mil millones. Esto a pesar de que se pagaron, durante esos 12 años de gobierno, más de 190 mil millones. La actual crisis de deuda es la consecuencia de una sostenida expoliación del país por parte del capital financiero internacional, que se sostuvo a lo largo de las últimas cuatro décadas. La delimitación con el kirchnerismo, después de todo, fue el punto de partida del Frente de Izquierda, que se formó en el 2011 para enfrentar la experiencia cristinista. Ahí radica, con seguridad, su principal virtud.
La defensa programática y principista que Del Caño tuvo a lo largo de su exposición, contó con una deslucida intervención de cierre, cuando optó por dirigirse exclusivamente “a la juventud”. El mensaje final, de parte del Frente de Izquierda y de Trabajadores-Unidad, debía estar dirigido al conjunto de la clase trabajadora, lo que incluye, naturalmente, a la juventud. Pues el FIT-U debe buscar ser el canal de expresión política de la clase obrera, porque solo de la fusión de la izquierda y la vanguardia obrera surgirá el sujeto social capaz de liderar una revolución social. En definitiva, nuestra intervención electoral está determinada por el objetivo de acercarnos a ese desafío histórico.
Pablo Giachello
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