miércoles, 10 de julio de 2019
Necrológica de un ajustador y represor que gobernó apoyado en el progresismo argentino
Murió De la Rúa
A los 81 años, murió Fernando De la Rúa, el presidente que pasó a la historia con la imagen de su huida en helicóptero, jaqueado por una inmensa rebelión popular, aquel 20 de diciembre de 2001.
No es casual que aquellos hechos sean hoy el recuerdo unívoco de De la Rúa, y no solo por el colosal derrumbe de un gobierno, con el correlato de la mayor quiebra nacional de la historia argentina. Es que ese fue el fin de su carrera política. Tras esos sucesos se recluyó en su vida privada, y luego de algunos años fue sobreseído tanto en la causa (a cargo de Claudio Bonadío) que investigaba su responsabilidad en los asesinatos de las fuerzas represivas durante las manifestaciones populares de diciembre de 2001, como en la que siguió el escándalo de las coimas a distintos senadores para aprobar una reforma laboral flexibilizadora. Murió, así, impune, pero inocultablemente marcado por ese categórico rechazo popular.
Una carrera derechista
De la Rúa comenzó su actividad política dentro del ala derecha de la Unión Cívica Radical como asesor del férreo partidario de la proscripción del peronismo, Juan Palmero, ministro de Interior de Aturo Illia. Apadrinado por Ricardo Balbín, logró la hazaña de ser electo senador nacional por la Capital en los comicios de marzo de 1973, cuando Cámpora ganaba en primera vuelta las elecciones presidenciales, en lo que fue el regreso del peronismo al poder tras 18 años de golpes y proscripción. Por su juventud -tenía 36 años- fue apodado desde entonces "Chupete", y compitió como vice del propio Balbín en las elecciones de 1974, contra el binomio Perón-Perón, cosechando un magro 25%.
Luego de la caída de la dictadura, fue el continuador del balbinismo derechista. Su primera iniciativa como senador bajo el gobierno de Raúl Alfonsín, fue una ley que favoreciera la represión en espectáculos futbolísticos. Siguió ocupando bancas en el Congreso hasta que se jugó a explotar la crisis del radicalismo para desplazar al alfonsinismo de la conducción de la UCR. Corría ya la década del '90, y se sellaba el Pacto de Olivos que permitió a Carlos Menem reformar la Constitución Nacional para poder ser reelecto presidente en 1995. La foto del apretón de manos entre Menem y Alfonsín es bien conocida, pero a partir de entonces será De la Rúa quien vaya ganando lugares hasta convertirse en el nuevo presidente radical.
Aquella reforma constitucional consagraría la autonomía porteña y el 6 de agosto de 1996 De la Rúa se convertiría en el primer Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Un año más tarde conformaría la Alianza junto al Frepaso, conformación política en ascenso del “progresismo” y la centroizquierda anti-menemista, que había dejado a la UCR tercera en las elecciones presidenciales de 1995, perfilándose como el relevo al PJ cuando Menem no pudo imponer una nueva reelección. Con Carlos "Chacho" Álvarez como compañero de fórmula, y otros exponentes “progres” como Graciela Fernández Meijide, fue electo presidente en 1999.
El gobierno de la Alianza
Desde su asunción, De la Rúa dejo en claro un profundo continuismo con el régimen menemista. Al mes de asumir, su ministro de Economía, José Luis Machinea, anunció la presentación de un proyecto para eliminar los regímenes previsionales especiales y aumentar la edad jubilatoria de las mujeres, junto a otros aspectos reaccionarios que formaban parte de una negociación con el Fondo Monetario Internacional. Sumado a un impuestazo contra los trabajadores, iniciaba una política de ajuste para paliar un déficit fiscal que superaba los 10 mil millones de dólares, siempre con el objetivo de sostener la convertibilidad, el pilar del menemismo. Con ese horizonte, debutaba con una sangrienta represión a desocupados en Corrientes, dejando un saldo de 4 muertes. Ese rumbo, en un país que ya tenía una deuda impagable y una creciente miseria social patentizada en una desocupación estructural de dos dígitos, selló el camino a la bancarrota y la rebelión popular.
Con el pretexto, tan común en nuestros días, de promover las inversiones, se embarcó en un reforma laboral que profundizaba la flexibilización impuesta por gobierno menemista, también exigida por el FMI. Sus puntos centrales eran extender el período de prueba, reducir los montos de las indemnizaciones para abaratar los despidos y descentralizar la negociación salarial a niveles de fábrica. La ley fue pactada con un ala de la CGT, a cabio de mantener las contribuciones obligatorias a las obras sociales, mientras se reprimía a quienes manifestaban en el congreso. La aprobación de esta norma, sin embargo, se convirtió rápidamente en un búmeran, ya que en agosto de 2000 estalló el escándalo de las coimas que viabilizaron su votación en el Senado, una crisis que en octubre de ese año llevaría a la renuncia de Chacho Álvarez a la vicepresidencia. Comenzaba la desintegración del gobierno aliancista.
A fines del 2000, frente a la enorme recesión, la disparada del riesgo país y las dificultades para el pago de la deuda, llegó el Blindaje, un préstamo de 40 mil millones de dólares que suponía alejar el fantasma del default, a cambio de un ajuste enorme monitoreado por los organismos internacionales. En marzo de 2001, Machinea fue reemplazado por Ricardo López Murphy, quien decretó un brutal ajuste contra las universidades públicas, disponiendo aranceles y ataques al salario docente. La gigantesca reacción de la comunidad educativa, con paros docentes y tomas de facultades, lo eyectó de su cargo. Los efectos de aquella rebelión serían profundos, ya que originarían el derrumbe de la Franja Morada en las principales federaciones estudiantiles del país.
Luego de López Murphy, De la Rúa conchabó al responsable primario del régimen económico que se hundía, Domingo Cavallo. Su plan de ajuste para rescatar la convertibilidad apuntaba a lograr un déficit cero, una política que buscó ser garantizada con la Gendarmería reprimiendo las movilizaciones del pujante movimiento piquetero y encarcelando a destacados luchadores. Patricia Bullrich fue entonces designada como ministra de Trabajo, e impulsó un recorte salarial y jubilatorio del 13% para los empleados públicos. Desde entonces, el crecimiento del descontento popular sería imparable, con expresiones inequívocas como el voto bronca en las elecciones legislativas, y también iría en ascenso la combatividad de los trabajadores, con paros y ocupaciones de fábrica.
Triste, solitario y final
Con el corralito, que confiscaba los depósitos bancarios desde el 1 de diciembre de 2001 para asegurar el pago de los vencimientos de deuda durante el verano, el gobierno de De la Rúa terminó de empujar a la clase media al apoyo a las luchas obreras. El emblema de esa confluencia fue el cántico "piquete y cacerola, la lucha es una sola", que se coreó en las calles aquel diciembre junto al “que se vayan todos” que marcó la incompatibilidad de la continuidad de su gobierno, y quienes lo habían precedido y colaborado con él, con la masa de la población. El Estado de Sitio fue el último intento por recomponer el orden a través de una salvaje represión, que se cobró unas 40 vidas. Pero las calles ya habían sido ganadas por la movilización popular, y la suerte del gobierno estaba echada. El 20 de diciembre el pueblo brindaba en la calle, en medio de los gases y la desesperación social, porque De la Rúa abandonaba la presidencia en helicóptero.
Los elogios que por estas horas recibió este ex presidente, tras su defunción, son un fiel retrato de las fuerzas políticas patronales. Macri reivindicó su "trayectoria democrática", intentando preservar el mote de democráticos para los gobiernos represores. Las condolencias de Alberto Fernández y Cristina Kirchner no tardaron en llegar. La conferencia episcopal lo despidió como “un servidor de la patria”. Bien mirado, tanto para el macrismo como para quienes se candidatean para relevarlo sin romper con el FMI, lo primordial es borrar de la memoria popular el Argentinazo, aquel derecho a revocatoria ejercido por los trabajadores cuando se descargan sobre sus espaldas las consecuencias del fracaso económico de quienes hunden al país para honrar sus compromisos con el capital financiero internacional.
Iván Hirsch
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