Grandes medios de comunicación se han entusiasmado con definir la actual situación del país como un “veranito económico”, caracterizado principalmente por la estabilidad del dólar y una inflación que supuestamente empezaría a bajar el ritmo. Desde el gobierno se envalentonan y afirman que “lo peor ya pasó”, que “tocamos fondo y ahora asistimos a un repunte”, y que con todo eso crecen las chances de su reelección.
Para empezar por el principio, es claro que si existe algún veranito no son los trabajadores lo que están gozando de ese calor. Las muertes por la ola de frío son solo un botón de muestra de la terrible crisis económica y social que atraviesa la Argentina. Son el reflejo extremo de un país en el cual el 35% de la población se encuentra en la pobreza, la desocupación ronda el 10% y alrededor de 4 millones de trabajadores tienen problemas de empleo.
Otras estadísticas tampoco muestran datos muy alentadores. La industria opera al 60% de su capacidad instalada, y en ramas como la automotriz se desplomó a un 36%, ya que su producción arrojó en junio una caída de casi el 40% comparado con el año anterior. El gobierno bate el parche asegurando que en junio la inflación comenzó a bajar, pero hasta el FMI dice que en el año no va a bajar del 40%. El cronograma de tarifazos poselectorales, de hecho, desmiente cualquier descenso sostenido de los precios, por el impacto que tienen en el costo de vida y en toda la cadena de valores.
Así las cosas, el punto central de toda la perorata acerca del veranito económico parece reducirse a la celebración de una cierta estabilidad de la cotización del dólar, tras más de un año de turbulencias que llevaron a una devaluación del peso del 120%. Sin embargo, esa estabilidad cambiaria está lejos de ser duradera, y la suba del 2% el día de ayer ya hizo que más de uno abriera el paraguas. Según informan los analistas, este incremento de la divisa norteamericana se produjo porque habrían dejado de ingresar los dólares del carry trade, es decir los billetes verdes que entran al país solo para ser invertidos en bonos de deuda que pagan tasas de interés exorbitantes. Esta detención podría responder a la incertidumbre electoral, cuando estamos a menos de un mes de las PASO. El problema que sale a la luz es que esta pax cambiaria (necesaria para que ganen los especuladores), está sostenida con una verdadera bomba de tiempo.
En primer lugar, sigue creciendo la bola de nieve de las Leliqs. El stock de estas letras del Banco Central (BCRA) ya supera los 1,2 billones de pesos, lo que representa casi el 90% de toda la base monetaria (es decir de todo el dinero en circulación). Las tasas de interés que pagan estas letras siguen orillando el 60%, para aliviar la presión sobre la divisa norteamericana y retirar pesos de circulación con el fin de apaciguar la inflación. Es un compromiso del gobierno con el Fondo no emitir pesos. El asunto es que para no volcar nuevos pesos a la circulación, el BCRA en lugar de pagar los intereses lo que hace es acreditar a los bancos nuevas Leliqs, una dinámica explosiva que llevó a que los intereses de estas letras superen los 300.000 millones de pesos (equivalentes a la suma del Presupuesto Nacional destinado a Salud y Educación). En estas Leliqs están colocadas más de un cuarto de todos los depósitos bancarios, lo que anticipa el riesgo de que una eventual corrida cambiaria pueda convertirse rápidamente en una corrida bancaria.
El temor a una corrida es tan palpable que el Fondo Monetario acaba de habilitar al Banco Central que pueda utilizar más recursos para atender potencialmente esa situación. Esto también ennegrece el panorama futuro, porque la fuga de los dólares ya se consumió u$s32.500 de los u$s39.000 millones que habían ingresado hasta ahora por el préstamo del FMI. Al final del camino, al país solo le quedará una hipoteca descomunal, que todos reconocen impagable y por eso está sobre la mesa que lo que se vota en estas elecciones es quién será el presidente que se siente a renegociar, siempre aceptando el condicionante de avanzar con las reformas laboral, jubilatoria y tributaria. A todo esto hay que agregar que la deuda externa ha crecido durante el primer trimestre del año un 9% hasta llegar a los 275.828 millones de dólares, el 92% de ella en moneda extranjera, lo que representa el 87% del PBI.
Argentina está en quiebra, y todos los bloques capitalistas coinciden en que la factura deben pagarla los trabajadores. Macri se embandera con una ofensiva contra los sindicatos, mientras Alberto Fernández se suma al lobby por una nueva devaluación del peso. El programa del Frente de Izquierda – Unidad, planteando la ruptura con el FMI y el repudio de la deuda externa, la nacionalización de la banca y el comercio exterior, no es otra cosa que la base elemental para una salida propia de los trabajadores a esta bancarrota, mediante una reorganización social.
Iván Hirsch
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