martes, 12 de junio de 2018

“No pagar la deuda y romper con el Fondo, si no queremos que el Fondo lo rompa todo”



El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional fue un salvataje y en cierta medida un espaldarazo para el presente de Mauricio Macri. En primer lugar, mostró la magnitud de la crisis que atravesaba la administración de Cambiemos.

Esto se vio reflejado en los números: los 50.000 millones de dólares del préstamo significan el 25 por ciento del total de fondos disponibles por el organismo.
En términos políticos, fue una apuesta fuerte para evitar el derrumbe de quien hoy es considerado el mejor alumno de las principales potencias en América Latina, en el contexto de un continente con marcadas tendencias a la polarización social y política.
Pero también quedó demostrado que no existe ese “nuevo fondo monetario” con sensibilidad social y rostro humano del que tanto se habló como si se hubiese transformado en una sociedad de beneficencia.
Las condiciones exigidas, sobre todo en el recorte del gasto público, pero no sólo en ese área, las analizamos al comienzo del programa e implican un duro ajuste que combinará: recortes en el Estado, nuevas devaluaciones que traerán mayor inflación y una política económica recesiva para intentar contenerla.
Un combo salvaje que llevará a una brusca pérdida del poder adquisitivo del salario, probables cierres de empresas que trabajan para el mercado interno, y como consecuencia lógica, nuevos despidos.
La contradicción que tiene Cambiemos para esta hoja de ruta reside en la extrema fragilidad política que a esta altura es inocultable:
Según los últimos datos que publica hoy el diario Página 12, sólo un 32,8 por ciento aprueba la gestión del Gobierno y más de seis de cada diez argentinos tiene imagen negativa o desaprueba lo gestionado por el actual Presidente. Desde diciembre de 2015 hasta hoy, Macri perdió 23 puntos de imagen positiva.
Pero la mayor prueba de la inconsistencia gubernamental, quedó evidenciada en la postura que adoptó la CGT esta semana: suspendió, una vez más, la decisión de convocar a un eventual paro nacional, justo el día en que se anunció el pacto con el FMI.
Pareció a pedir de boca de Christine Lagarde y su banda.
El triunvirato que conduce la central postergó la decisión ante una “propuesta” poco menos que ridícula: la eventualidad de que se reabran las paritarias, si los empresarios quieren, para discutir un 5% de aumento adicional que el Ministerio promete que homologará inmediatamente. Además, propuso retirar de la ley de blanqueo laboral el ítem que habían introducido por la ventana sobre el recálculo a la baja de las indemnizaciones. Una maniobra que sólo puede ser tomada en serio por los inefables triunviros.
Cómo será de endeble la posición del Gobierno que aseguran que un paro puede convertirse en un “golpe de Estado” o en un movimiento destituyente. Un relato que ya se escuchó muchas veces en la historia argentina de parte de aquellos que se proponen un robo y acusan a quienes quieren resistirlo, precisamente, de golpistas.
Pero un grano de verdad existe en esos temores: los jefes cegetistas son conscientes del amplio rechazo que genera el plan y que una medida (incluso con todos los límites con las que siempre las convocan) puede mostrar esa imagen a cielo abierto.
La misma conciencia y “responsabilidad” tuvo el Papa Francisco, a quien muchos quieren encumbrar como “jefe espiritual de la oposición”: en la semana del pacto con el diablo recibió a María Eugenia Vidal y a Carolina Stanley en un gesto de claro respaldo político.
En el caso del acuerdo con el Fondo, el rechazo social es mayoritario y categórico: cerca de un 75 por ciento considera que es perjudicial para el país, frente a un 20,7 que cree que es beneficioso.
Si se impulsara un plebiscito o una consulta popular, el acuerdo sería rechazado ampliamente. Pero es evidente que cuando se trata de ajuste, lo primero en caer es el relato “democrático” y se impone un decisionismo acelerado, donde una minoría toma decisiones que tienen consecuencias sobre varias generaciones y sobre millones de personas.
El Gobierno y sus voceros mediáticos comienzan radicalizar su discurso: el presidente dice que es esto o el desastre, yo o el caos como decía Menem y que no hay lugar para “locuras”; Morales Solá en La Nación habla de “ajuste brutal”; Eduardo Van der Kooy en Clarín afirma que vendrá un “ajuste duro”, Marcelo Bonelli en el mismo diario aseguró que será “descomunal” y Ricardo Kirschbaum también de Clarín afirmó que el ajuste será muy duro y que Macri deberá atravesar un “calvario” donde pone en juego su capital político.
El combo de conjunto parece una declaración de guerra... y en cierta medida lo es.
Los brotes represivos y el nuevo protagonismo de Patricia Bullrich son el complemento perfecto para esta orientación. Aunque sea una perogrullada, no es menos cierta: el ajuste no cierra sin represión.
Finalmente, la pregunta obligada es: ¿qué se le puede oponer a este nuevo saqueo que propone Cambiemos?
Me pareció interesante, como botón de muestra, un artículo de Alfredo Zaiat. Luego de realizar una denuncia muy aguda de las inconsistencias del plan, termina con la siguiente conclusión:
“(…) Macri suscribió un acuerdo con el FMI que se proyecta hasta la mitad del próximo gobierno. El salvavidas financiero para asegurar los pagos de la deuda es entonces una celda para otra gestión que pretenda realizar un programa diferente. Si quiere modificar la política económica se enfrentará con el dilema de cancelar toda ese pasivo, cosa que le será imposible, o continuar con la auditoría trimestral del Fondo. De ese modo, el préstamo del FMI actúa como garantía de que no se modificará el actual esquema económico. Será una pesada herencia que dejará la economía macrista.”
Otra vez la celda con solo dos opciones binarias: o pagar serialmente o subordinarse al estatuto de vasallaje que dejará Macri como herencia.
Algo tan importante y nodal como el porvenir de la mayoría de los argentinos no puede reducirse a esas dos opciones. Hay otro camino: no pagar la deuda mil veces fradulenta y romper con el Fondo, si no queremos que el Fondo lo rompa todo.

Fernando Rosso

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