sábado, 30 de junio de 2018

La lengua, ¿es machista?



En un afán de superar el lenguaje sexista o machista, desde diversos sectores, sobre todo la juventud, se ha impuesto el uso de las “x”, las “e” o las “@”. Estas modificaciones hablan de una incomodidad, de una pelea, de un intento de saldar la brecha existente a partir de la utilización del lenguaje denominado “inclusivo”; pero.. ¿la brecha se salda, o se encubre?
En un correo de lectores, la compañera Laura Kohn plantea un debate necesario: a partir de un interrogante en torno a la “revolución” del lenguaje, cita correctamente a Trotsky cuando sostiene que el “lenguaje insultante y las blasfemias constituyen un legado de la esclavitud, de la humillación y falta de respeto por la dignidad humana, tanto la propia como la de los demás”. Pero también es cierto que, en el mismo escrito, Trotsky plantea que tratar sobre lo cultural y los problemas de la vida cotidiana es un aspecto necesario, aunque está claro que él escribe sobre esto una vez que en Rusia la clase obrera y campesina ya había tomado el poder y sostenía que la lucha por el mismo iba a justificarse en tanto y en cuanto se aprendieran a formular las nuevas tareas culturales (incluyendo el lenguaje, el desarrollo del cine, la prohibición del alcohol, los usos y costumbres)

¿Qué pasa con el lenguaje?

La gramática, como sistema, no es sexista, ni deja de serlo. No es un concepto que pueda ser aplicado a la misma, pero sí al lenguaje y al discurso.
Por ejemplo: cuando se generaliza “los trabajadores”, desde la gramática, ese “los” no hace referencia al masculino, sino al plural. Ahora bien, es el uso el que cuestionamos: ¿por qué es ese “los” y no el “las” el que refiere al plural? Y ahí surge la incomodidad, porque existe la marca de género en la gramática española. Nuestra lengua proviene del latín e incluye tres géneros: el femenino, masculino y neutro (éste último, únicamente para lo inanimado). Ahora bien, los usos pueden modificarse; de hecho, no seguimos hablando, en la actualidad, como se hablaba en el siglo XVII. Y ahí está la cuestión. O, al menos, lo que entiendo que se cuestiona.
Hablar con la “x” o las “@“ para algunos/as, representa una solución, una manera de contemplar las diferencias. Si todos estuviéramos de acuerdo, se impondría su uso real. Pero es impronunciable, carece de pauta fonológica, por lo que se transforma en inviable. Distinto es el uso de la “e”, aunque mi intención no es debatir el aspecto fonológico sino su uso - o no - a partir de una posición política que no apele a una solución burocrática ya que es correcto decir que el lenguaje es una acumulación de costumbres históricas y arbitrarias, lo que posibilita su transformación a partir de cambios sociales.
A propósito de esto, por poner otro ejemplo, la escritora Claudia Piñeiro lanzó otro interrogante: ¿presidenta no, pero sirvienta si? Esto fue en respuesta a un postulado que sostuvo un miembro de la RAE en su exposición. La palabra “presidente”, aunque parece un sustantivo, es otro tipo de palabra (es un participio presente) y que señala a quien hace la acción: quien preside, quien canta. Justamente, no tiene género.
Entonces, ¿sirvienta? Aquí se cruza un argumento formal con uno social: en la práctica, hay sirvientas, la lengua se acomodó a la realidad y la palabra “sirvientes” dejó de funcionar para nombrarlas a ellas solas. Un ejemplo de que el uso se impone a la norma.
Trotsky también sostenía, con certeza, que él lenguaje es el instrumento del pensamiento. “La corrección y precisión del lenguaje es condición indispensable” y de ahí la necesidad de la lucha por un “lenguaje culto”.. A su vez, Vigotsky planteaba que la conexión entre el pensamiento y la palabra surge, cambia y crece en el curso de su misma evolución. Y sigue: el significado de las palabras es un fenómeno del pensamiento sólo en la medida en que el pensamiento se materializa en el habla. De ahí que, si bien no es la modificación del lenguaje la que por sí misma tirará por la borda el sistema de opresión, aunque su uso puede no sólo interpelar sino también poner sobre el tapete otra forma más de discriminación.

Deconstrucción y lenguaje inclusivo

Por otro lado, desde el “machirulo” de quien fuera presidenta del país hasta el referirse a hombres y mujeres que revisan sus prácticas cotidianas, micromachismos, etcétera, se habla de deconstrucción. Sin ir más lejos, en otro correo de lectores se ha planteado que la “deconstrucción” de CFK forma parte de la dialéctica. Realmente, cuesta comprender ese análisis.
Es común escuchar ese concepto al interior del feminismo. ¿Hablan en los términos en los que el filósofo francés Derrida propuso la definición? Imposible saberlo, aunque sí se entiende que la deconstrucción de la que hace alarde el feminismo es entendido como algo subjetivo e individual, por ende es incapaz de modificar estructuras sociales; es una actividad extra política porque no refiere a colectivos sociales.

Conclusiones

El machismo comprende la discriminación y descalificación de la mujer por parte del hombre y en el capitalismo se da en diferentes aspectos: doméstico, laboral, familiar. Esta posición subalterna de la mujer respecto del hombre cumple una función social; esto quiere decir dos cosas: el discurso cultural (incluida la lengua y su uso) no es más que su manifestación ideológica y, por otro lado, pero no por eso menos importante, la cuestión de la opresión de la mujer es de naturaleza clasista: sirve a la reproducción del sistema dominante.
La lengua refleja relaciones sociales y crea un conflicto que no nace ahí, aunque lo propaga y parece ser la causa. No es el lenguaje inclusivo ni la tan nombrada “deconstrucción” la que nos va a permitir por sí misma derribar el machismo, el racismo... La lengua se transformará cuando transformemos la sociedad sobre otras bases. ¿O es que acaso, como socialistas, entendemos que la modificación del lenguaje alcanza para erradicar las prácticas de opresión? En otros idiomas, como el inglés, el finlandés y el turco no existen diferencias de género (neutro) cuando se habla o escribe en plural. ¿Podemos decir, acaso, que las mujeres de dichos países han conquistado su emancipación?
En este sentido, retomo las palabras de la compañera Olga Viglieca en una presentación reciente: el feminismo es una teoría de la conciliación de clases y el denominado lenguaje “inclusivo” es “una práctica política que pretende eliminar la oposición entre clases, sustituyéndola por la presión entre los sexos”.

Flor Palombo

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