martes, 3 de septiembre de 2019
Lula 2002 y Alberto Fernández 2019
A 19 años, lecciones de otra transición turbulenta.
La crisis actual que atraviesa Argentina ha traído a la memoria la convulsión política que vivió Brasil con el primer triunfo electoral de Lula en el año 2002.El país vecino experimentó una transición turbulenta.
Semanas atrás estuvo en Buenos Aires Fernando Henrique Cardozo, el presidente saliente que tuvo en sus manos pilotear este proceso, quien participó en un evento común junto con Macri y Alberto Fernández. El ex-presidente brasilero exhortó a inspirarse en el ejemplo que lo tuvo como protagonista en la transición en curso en Argentina.
El candidato presidencial del peronismo no se privó de hacer una referencia al hecho al pasar, en lo que se interpretó como un guiño favorable a dicha experiencia. Alberto Fernández no desperdició la oportunidad para dar señales a los mercados, de que no iba a defoltear la deuda e iba a honrar los compromisos con los acreedores y destacó la "cordura" que se impone en momentos de extrema tensión. Como en la Argentina de hoy, también en aquella época el riesgo país de Brasil había trepado a 2400 puntos, en el contexto de una durísima crisis económica. “Los mercados habían lanzado el ‘Lulómetro’ para medir el nivel de desconfianza creciente en quien sería el nuevo presidente brasileño. Desde Washington, el secretario del Tesoro, Paul O´Neill también sumaba presión al contexto internacional: ‘Lula precisa demostrar que no es un loco’.” (Matías Spektor, extraído de su libro: “18 días: cuando Lula y FHC se unieron para conquistar el apoyo de Bush”).
El período de dos meses entre la elección de octubre de 2002, que dio la victoria al ex líder sindical, y la asunción de Lula el 1º de enero de 2003 fue de una extrema convulsión política. Fernando Henrique Cardoso envió a su ministro jefe de gabinete Pedro Parente en una misión a la Casa Blanca, con el propósito de dar un contundente aval de su gobierno al presidente electo. Y en simultáneo instruyó a su embajador en Washington para convertir la embajada en un centro de acción política. Lula, a su vez, envió a José Dirceu, su futuro ministro coordinador, a Estados Unidos y "abrió un canal especial con la embajada norteamericana" en Brasilia.
Lula y FH operaron para controlar la reacción internacional y mantuvieron, en esos días, "el control personal de la iniciativa colocando hombres de confianza e impidiendo que sus subordinados entraran en conflicto".
Lula había preparado el terreno para pasar a este cuadro de colaboración de clases directa con el gran capital y el imperialismo. Meses antes, había hecho votar en un Congreso del Partido de los Trabajadores (PT) la necesidad de “tragar sapos” para poder llegar al poder. Y es con este aval -contra sectores de izquierda y combativos del PT- que Lula firmó junto a otros políticos burgueses una declaración de garantías reclamada por el FMI. Lula juró –y anunció públicamente- que su objetivo era impedir que Brasil tuviera que pasar por un “argentinazo” como el que se había desarrollado meses antes en nuestro país.
El 29 de octubre 2002, dos días después de las elecciones, Lula se reunió con FHC en el Palacio del Planalto (la casa de gobierno en Brasilia). Ambos sumaron luego a sus colaboradores y se establecieron las bases de acuerdo para la transición.
Bush se convenció de la necesidad de establecer un canal de comunicación con el presidente electo. “Después de todo, la administración norteamericana contaba con un informe de la CIA de comienzos de los 80 donde describían al entonces líder huelguista más como un político que como un gremialista. (decían de él que) Es un moderado sin vínculos con la Unión Soviética ni con la guerrilla".Y Lula aportó lo suyo para consolidar esa imagen. A partir de 1993, luego del impeachment del entonces presidente Fernando Collor de Mello, el líder del PT comenzó a reunirse con el establishment. “Una práctica que continuaría luego en 2002 cuando se tornó evidente que sería el próximo jefe de Estado brasileño” (Spektor, ídem)
En junio de ese año, cuando todo indicaba que la marea lulista iría a arrasar en octubre, el entonces candidato del PT publicó la "Carta al Pueblo Brasileño". En ella confirmaba su disposición a cumplir con los contratos nacionales e internacionales firmados por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso. Advertía que el crecimiento económico de Brasil dependería del respeto a esos contratos. Y prometía mantener la inflación bajo control como un objetivo fundamental para "mantener el poder de consumo de la población".
Al mismo tiempo “garantizaba que su gobierno preservaría el superávit fiscal y evitaría el aumento de la deuda externa. En lo formal, la misiva estaba dirigida a la población. Pero el mensaje tenía otros destinatarios claves: los empresarios y banqueros de su país”
Y también apuntaba a disciplinar a su propia tropa y prepararla para que implemente el ajuste. Este proceso no fue indoloro pues no estuvo exento de resistencias internas y desembocó en expulsiones, entre ellas, la ocurrida a pocos meses de asunción con motivo de la sanción de la reforma jubilatoria, un pieza clave dentro de la agenda reclamada por la clase capitalista.
El encuentro entre Bush y Lula se produjo el 10 de diciembre, un hecho inédito pues fue la primera vez que un futuro mandatario fue recibido en la Casa Blanca antes de subir al poder. Bush quiso asegurarse de que el nuevo Gobierno brasileño estaba de parte de Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo. “Nunca más debe ocurrir un 11-S. Nosotros estamos contra todo terrorismo, pero creemos que Naciones Unidas debe ser la base de ese combate”, explicó el presidente electo brasileño.
Lula elogió a su colega de Estados Unidos, George Bush, y aseguró que la reunión que ambos mantuvieron en la Casa Blanca “superó las expectativas”. “El presidente Bush no sólo fue muy cordial en el tratamiento de mi delegación, sino que propuso una agenda común entre los dos.”
Semejanzas y diferencias
Hay muchos puntos de contacto con la transición actual. De movida, la designación de Alberto Fernández y la resignación de Cristina de la cabeza de la fórmula fue una señal a los mercados, que luego se consolidó con el ingreso de Massa y el rol que ocupan en el armado opositor el aparato del PJ y los gobernadores. El gran capital puso sus fichas a favor de Macri pero siempre valoró a AF como un elemento “moderado”, con el cual se podría operar y hasta hay quienes señalaron, como ocurrió con Lula, la conveniencia de que gobierne el peronsimo por su capacidad para controlar a las masas y hacer pasar el ajuste y las reformas que era necesario poner en práctica en el país. Un académico y hombre de confianza del establishment como Guillermo Calvo se pronunció por esta alternativa y por supuesto, luego del desenlace electoral, cada vez más sectores del gran capital son los que lo alientan, fogoneando un relevo presidencial lo más rápido posible. Entre ellos, el propio FMI, quien se encargó de destacar un “vacío de poder” y la necesidad de negociar los siguientes pasos con el candidato entrante. El Departamento de Estado norteamericano ya ha abierto las puertas en esa dirección y, en ese marco, el imperialismo y la clase capitalista no se privan de marcar la cancha y la agenda que hay que negociar.
Obviamente, la peculiaridad respecto a otros episodios es que Alberto Fernández es ganador de las PASO y no presidente electo y todavía hay que esperar para ello a octubre, lo cual en medio del actual default económico y político, se ha vuelto una eternidad. Esto le imprime un mayor voltaje político explosivo a la actual transición. De todos modos, recordemos que la inestabilidad política en Brasil, aunque sin llegar a los ribetes dramáticos de ahora en Argentina, ya había crecido antes de las elecciones.
Prensa Obrera destacó ese fenómeno "Los banqueros quieren que los Lula gane el primer turno (...)No ocurrió nunca antes, ni con candidatos más ligados al capitalismo, como lo fueron el francés Mitterrand o el inglés Blair. El vuelco de los capitalistas nacionales y extranjeros a Lula se ha convertido en una estampida. (...)De candidato obrero, se ha convertido en candidato del capital e incluso en el recurso único que tiene hoy el capital para evitar un derrumbe del capitalismo en Brasil.” (Prensa Obrera, Altamira, 3-10-02).
La izquierda
Esta caracterización se opuso por el vértice con la postura adoptada por la izquierda democratizante. Izquierda Unida, en nuestro país, festejó por anticipado, el triunfo de Lula repitiendo lo que ya había hecho en el pasado las victorias de los peruanos Alan García y Fujimori (cuando éste derrotó a Vargas Llosa) y naturalmente del venezolano Chávez.
Denunciamos la tesis que sostenía la izquierda que aseguraba que la victoria de Lula "dará ánimo a todo el pueblo brasileño” e iba a “generar un proceso de ascenso del movimiento de masas”. Pero “si en las próximas semanas o meses tuviera lugar ese ascenso popular advertíamos- sólo estaría indicando la desconfianza de los trabajadores en que el gobierno de Lula fuera a hacer algo por ellos y no el entusiasmo que les provocaría un gabinete re-patronal. Las experiencias de Mitterrand, Blair o el chileno Lagos, demuestran que la tesis de que la victoria de candidaturas obreras contrarrevolucionarias generan de por si un ascenso de luchas es pura bravuconada literaria. Para convertir a un Kerensky en un tigre de papel tiene que haber habido antes un partido bolchevique que lo combata sin cuartel en lugar de embellecerlo sin fundamentos” (Prensa obrera, ídem).
Diecinueve años después Altamira borra con el codo lo que escribió con la mano y hace suyas las tesis de la izquierda democratizante. La victoria de F-F- según Altamira- “haría efectivo el ‘sí se puede’ (sic) alentando a la clase obrera y sobre todo a la brasileña a avanzar contra sus gobiernos y en especial en Brasil contra Bolsonaro. Pasando en limpio, una triunfo del kirchnerismo sería un impulsor de los movimientos de lucha en toda América porque liberaría las tendencias que anidan en los explotados.”
La presentación de un triunfo de los Fernández como un disparador de la lucha latinoamericana contra la derecha, embellece al nacionalismo burgués y encubre que su acceso al poder es el vehículo de un proceso inverso, la gran carta para frenar y abortar un ascenso de las luchas. Los frentes de colaboración de clases ya sea bajo la tutela del progresismo o el nacionalismo burgués se han revelado en instrumentos eficaces y hasta duraderos en el tiempo para contener a las masas. Los Kerensky latinoamericanos (léase PT, Frente Amplio uruguayo, Evo Morales e incluso el kircnerismo) están lejos de ser un tigre de papel. No existe tal automatismo entre la victoria nac & pop y la lucha popular. Por el contrario, las energías, delimitación de posiciones y lucha política de los revolucionarios se vuelve más cruenta y exigente.
Lula, brindo importantes servicios a la burguesía: logro evitar el ‘brasileñazo’. Y su gobierno tuvo aire por el inicio de un período de reanimamiento económico (lo que se trasunto también con la estabilización de la Argentina y el ascenso de Kirchner).
Sin una acción independiente de los explotados un revés de la derecha solo aceleraría las tendencias al recambio de personal político burgués y al mantenimiento y hasta acrecentamiento de la crisis y del ‘ajuste’ contra las masas trabajadoras, que, como lo constamos en la actual crisis nacional, ya están en marcha. La función del Frente de Izquierda y especialmente del PO es poner el eje en esa acción independiente, lo que en Argentina supone desarrollar la lucha por la independencia de clase para que emerja de esta crisis un proletariado con conciencia de clase, capaz de jugar un papel protagónico.
Pablo Heller
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