lunes, 16 de septiembre de 2019

El reperfilamiento en un laberinto



El famoso reperfilamiento anunciado por el gobierno entró en un laberinto. Si la decisión de patear para delante los vencimientos de la deuda de corto plazo era la confesión de que Argentina no podía pagar, el rápido empantanamiento es la demostración de las contradicciones que enfrentan los planes para pilotear esa quiebra.
Cuando realizó el anuncio, Lacunza se esforzó por explicar las diferencias entre reperfilar y reestructurar la deuda. Dejó en claro que el gobierno buscaba evitar quitas (recortes) sobre el capital y los intereses de esa deuda. El objetivo era guardar los dólares para poder hacer frente a la demanda y frenar la corrida contra el peso.
Si bien el gobierno postergó por decreto los vencimientos de las letras (Letes, Lecaps, Lelinks), para el caso de los bonos –tanto los que están bajo jurisdicción local como extranjera- el macrismo se había comprometido a enviar al Congreso un proyecto de ley. Dos semanas después, del texto no hay ni novedades, Lacunza nunca fue a la Comisión Bicameral de Seguimiento de la Deuda Externa, y desde los bloques peronistas aseguran que no hay ningún intercambio en marcha con el oficialismo. Tan empantanado está, que el gobierno evitó considerar reperfilada la deuda en su proyecto de Presupuesto 2020.
“Todo indica que el ‘reperfilamiento’ quedará entre los pendientes para el próximo gobierno. No tanto por falta de voluntad del equipo macrista, sino por desinterés de los inversores”, asegura una columnista en La Nación (9/9).
Ahora, los especuladores ponen los ojos en el vencimiento de un cupón de intereses del Bopomo 2020, que tiene fecha el 23 de septiembre por un monto total de $24.800 millones (o u$s410 millones de dólares). El gobierno está ante una disyuntiva: si paga el bono, corre el riesgo de que esos pesos se vuelquen en forma inmediata a la compra de dólares, presionando por una nueva suba de la divisa (el 90% de sus tenedores son extranjeros, lo cual además generaría resquemores con los tenedores locales que fueron reperfilados); si decide no pagar, entonces se trataría de una declaración de default de los intereses, tras lo cual pasaría a mejor vida el reperfilamiento y debería discutirse una reestructuración total de la deuda.
Por lo pronto, la brecha entre el dólar oficial -cuya demanda está restringida por el cepo- y el contado con liquidación ya supera el 30%, lo cual permitió una bicicleta fabulosa para los especuladores y anticipa nuevos saltos devaluatorios que llevarán la divisa norteamericana por encima de los $70. El único objetivo de Lacunza en su breve estadía por Hacienda puede fracasar prematuramente. Las reservas del Banco Central ya acumulan una caída superior a los u$s16.000 millones, principalmente por la fuga del 30% de los depósitos en dólares.
El otro dato es que parece confirmarse que el FMI recién evaluará depositar los u$s5.400 millones del quinto desembolso luego de las elecciones, previa negociación con Alberto Fernández. Lacunza viajará la semana que viene a Washington a suplicar esos fondos para poder afrontar las obligaciones -que hasta diciembre suman unos u$s7.000 millones-, pero crece el escepticismo. Varios economistas pronostican que el Fondo dejará que el país caiga en default para luego renegociar. Las consultoras prácticamente descartan que Argentina pueda pagar la totalidad de los vencimientos más adelante y ya debaten cuál será el monto de la quita (la mayoría apuesta que será superior al 40%).
La bola de nieve de las Leliqs con intereses del 85% es la frutilla del postre de un cóctel explosivo, porque éstas aumentan mientras caen las reservas del Banco Central. Es un camino que lleva a la hiperinflación o al corralito, o a ambos. Mientras tanto, estas tasas exorbitantes agudizan la recesión, y crece la mora bancaria de las empresas (antes de la corrida post Paso ya había alcanzado su pico en 12 años). El cepo también ha complicado las operaciones financieras de los industriales, que ven obstaculizada la posibilidad de pagar sus importaciones y hasta de cancelar los vencimientos de su deuda. El 76% de la deuda privada está nominada en dólares, y en lo que resta del año vencen más de u$s300 millones (Ámbito Financiero, 16/9).
Fernández, sin embargo, sigue repitiendo que evitará una cesación de pagos. Nielsen se ilusiona con que el ajuste fiscal, la devaluación, los incentivos a Vaca Muerta y las obligaciones a que los exportadores liquiden las cosechas le permitan ahorrar los dólares necesarios para pagar. El meollo de la cuestión es que gran parte de ese paquete fue el que fracasó con Macri. El pacto social que Alberto puso en marcha junto a la UIA y la CGT para suspender las paritarias por los primeros seis meses de su gobierno apunta en la misma dirección: en ese período vence deuda por nada menos que por u$s33.700 millones (Tiempo Argentino, 9/9). Independientemente de cómo se resuelva la cuestión, es indudable que están cocinando una confiscación en gran escala contra los trabajadores.
La crisis del reperfilamiento debe servir para alertar a la clase obrera sobre la profundidad del quebranto al que llevaron el país. El llamado de Fernández a aunar esfuerzos para salir del pozo es una manzana envenenada para el movimiento obrero, que deberá poner el lomo para rescatar a los capitalistas y especuladores. La campaña del Frente de Izquierda hacia octubre servirá para colocar a debate un programa de salida para que la crisis no la paguen los trabajadores, cuyo punto fundamental es el repudio de esta gigantesca hipoteca de la deuda externa argentina.

Iván Hirsch

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