jueves, 12 de septiembre de 2019

A 18 años del 11S y la “guerra contra el terrorismo”



Los aberrantes atentados contra las torres gemelas en los que murieron más de 2900 personas, en su mayoría trabajadores y transeúntes, no solo marcaron la historia en suelo norteamericano.

Este crimen repudiable, concebido para causar la mayor cantidad de muertos entre la población de a pie, fue utilizado como justificación política y moral de la tristemente célebre “guerra contra el terrorismo”, lanzada por el entonces presidente George Bush y continuada por Barack Obama. Además de ser el motivo para un ataque sin precedentes contra las libertades democráticas elementales: desde el espionaje y la islamofobia hasta la legitimación de la tortura.
El primer capítulo fue la invasión de Afganistán en octubre de 2001. Le siguió el ataque a Irak en 2003, basado en la escandalosa mentira de las armas de destrucción masiva, que llevó a la destitución de Saddam Hussein y la ocupación militar del país por más de 100.000 soldados norteamericanos.
Estas guerras fueron (y son) profundamente impopulares en los países beligerantes. Al punto de haber dado quizás las mayores movilizaciones antiguerra en varias décadas, y las primeras de un carácter verdadera global.
Barack Obama fue electo presidente con la promesa de acabar con las guerras de Afganistán e Irak. Y si bien redujo la presencia de tropas terrestres, mantuvo el militarismo. En sus dos mandatos Estados Unidos bombardeó con más o menos regularidad siete países: Afganistán, Libia, Somalia, Pakistán Yemen, Irak y Siria. Puso de moda las ejecuciones sumarias y los ataques con drones. Y dejó la Casa Blanca con el país en una nueva guerra, contra el Estado Islámico. Todo un récord para un Premio Nobel de la Paz.
La “guerra contra el terrorismo” fue concebida por los neoconservadores, que dirigían en ese momento la política exterior del gobierno republicano de Bush, como una estrategia militarista y unilateral para recomponer el poderío norteamericano, que ya daba síntomas de decadencia después de haber gozado de una década de hegemonía casi sin cuestionamientos, luego de su triunfo en la guerra fría.
Pero a poco de iniciarse, se demostró el grueso error de cálculo que llevó a que Estados Unidos se embarcara en una guerra sin fin con consecuencias ruinosas para el liderazgo de la principal potencia mundial, por lo que muchos analistas comparan sus efectos con una especie de “Vietnam en cuotas”.
Según un informe de la Boston University, la guerra le costó a Estados Unidos al menos 1,8 billones de dólares. El costo humano es infinito: alrededor de 1 millón de muertos en Irak, 220.000 en Afganistán, 80.000 en Pakistán. Se estima que la cifra de bajas relacionadas de manera directa e indirecta con la guerra contra el terrorismo podría ascender a 2 millones. A esto se suman los 12 millones de desplazados por la guerra civil en Siria, transformada en un escenario para diversos conflictos: Arabia Saudita-Irán, Turquía- kurdos y en última instancia Estados Unidos-Rusia.
La ocupación norteamericana de Irak creó las condiciones sobre las cuales, luego de la derrota de los procesos de la “Primavera árabe” surgió el Estado Islámico, una organización aberrante que hoy es el nombre propio de un nuevo tipo de terrorismo, impredecible e inorgánico, que golpea a occidente.
La administración Trump definió cambios en los objetivos estadounidenses. “La competencia estratégica interestatal, no el terrorismo, es ahora la principal preocupación de la seguridad nacional de Estados Unidos”, asegura un documento sobre Estrategia de Defensa Nacional publicado en enero de 2017.
Poco antes de que se cumpla un nuevo aniversario del 11-S, el presidente Trump sacaba de su gobierno a John Bolton, un halcón empedernido, que junto con la designación de Mike Pompeo al frente del Departamento de Estado, le permitió a Trump alinear temporalmente a la Casa Blanca detrás de algunas líneas rojas de su agenda exterior duramente resistidas por un sector importante del aparato estatal.
Si bien todavía no se conoce quién será el sucesor de Bolton, ya suenan algunos nombres. Entre los candidatos posibles están Stephen Biegun, que actualmente es el representante de Estados Unidos para Corea del Norte, y Douglas Macgregor, un coronel retirado del ejército y ocasional panelista de Fox News, con posiciones menos beligerantes y más cercanas al ala “realista” de la política exterior.
El alejamiento del gobierno es parte del cálculo electoral de Trump. Las guerras con las que sueña Bolton no son populares entre los votantes del presidente, más preocupados por una eventual futura recesión que por emprender nuevas aventuras militares.
Aunque la perspectiva del “conflicto entre potencias”, el militarismo y las tendencias al bonapartismo son señales de que en tiempos convulsivos las clases dominantes no dudarán en recurrir a “soluciones de fuerza”. En el marco de una crisis capitalista que ya lleva más de una década, la necesidad de enfrentar el guerrerismo y la ofensiva imperial seguirá estando a la orden del día.

La Izquierda Diario

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