miércoles, 18 de septiembre de 2019
Buscando un símbolo de paz: coordenadas del posmacrismo
La inflación dio un nuevo zarpazo a las condiciones de vida. Alberto Fernández intenta nutrirse de esa ventaja para gestionar el futuro. Los cabos sueltos de una transición que sigue tensa.
El Indec informó este jueves que la inflación de agosto fue de 4 %. Recoge el efecto del golpe de “mercado” posterior a las PASO, cuando el dólar se disparó alrededor de 30 %. Esa suba de la divisa estadounidense, que para Alberto Fernández está bien, empuja a más personas a la miseria.
La inflación interanual (agosto de 2018 versus agosto de 2019) se ubica en 54,5%. Para septiembre se espera una cifra de suba de precios más alta que en agosto. Hacia fin de año, la inflación anual va a alcanzar el nivel más elevado desde 1991.
La suba de precios dada a conocer por el organismo de estadística fue más notoria en alimentos y bebidas no alcohólicas (4,5 %), salud (5,2 %), equipamiento y mantenimiento del hogar (6,1 %). La inflación sigue pegando más en los sectores de menores ingresos. Ser pobre cuesta cada día más caro.
Trabajadores organizados en ATE Indec estimaron que en julio una familia necesitó $ 48.235 para llegar a fin de mes. Con la inflación de agosto, el valor de esa canasta familiar se ubica en aproximadamente $ 50.164.
En el primer trimestre de 2019, el ingreso promedio de toda la población relevada por la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) fue de $ 21.892. Aun con la actualización que hayan tenido los ingresos desde entonces, la mayoría apenas debe cubrir media canasta.
Gracias por los servicios prestados
Mauricio Macri abandonará el país con una economía devastada. No obstante, dejará al menos una herencia que Alberto Fernández recibirá con un disimulado beneplácito. Se trata de la devaluación del salario.
En la actualidad, en comparación con 2015, el poder de compra de los trabajadores registrados del sector privado está al menos 20 % por debajo: con lo que entonces se compraba un kilo de pan, ahora se compran ochocientos gramos.
Entre los estatales la caída del salario real es más impactante: ronda el 30 %. Y, probablemente, sea mayor entre los trabajadores no registrados, donde las paritarias constituyen un “lujo” negado a todos.
La mayor proporción de caída del poder de compra del salario (promedio de registrados privados, estatales y no registrados) se observa desde abril de 2018, cuando comenzaron las negociaciones con el FMI.
Desde entonces, el dólar subió 161 %. Es algo así como la paritaria de los exportadores, principalmente los agrarios. Son los que más ganan. La inflación (la “paritaria” de la clase capitalista) creció 74 %. Mientras, los salarios sólo aumentaron 51 %. El resultado es una pérdida del salario real del 13 % bajo el régimen del FMI.
La paz social
En Tucumán, Alberto Fernández escenificó lo que proyecta será un pacto social. Allí, entre varios jerarcas sindicales, estuvo el incombustible Héctor Daer -el líder de la Confederación de Generales de la Traición (CGT)-, quien aspiraría a un cargo como Ministro de Trabajo en el futuro gobierno.
Además del feudal anfitrión tucumano, Juan Manzur, lo notable fue la presencia de varios empresarios: Miguel Acevedo, quien preside la Unión Industrial Argentina (UIA); Roberto Urquía, dueño de Aceitera General Deheza (AGD), un agroexportador beneficiado con la devaluación; el empresario de la construcción Juan Chediack, un "arrepentido" por pagar coimas en la causa de los cuadernos; el banquero Jorge Brito (Macro); e Ignacio de Mendiguren; entre otros.
El pacto social que pretende poner en pie Fernández tiene como objetivo congelar, durante seis meses, precios, salarios y el dólar. Significa cristalizar la pérdida del poder de compra del salario conquistada por la clase empresarial durante el macrismo.
El planteo requiere evitar que las calles hablen, como ocurrió en diciembre de 2017 cuando la movilización obrera y popular tiró abajo el “reformismo permanente” de Mauricio Macri.
El llamado a evitar las calles, que realizó Fernández desde Tucumán, es una convocatoria a perpetuar el escenario de la transición, con baja lucha de clases, cómo característica de su propio gobierno.
Las calles vacías es el sueño eterno de los dueños de todo para seguir haciendo lo que hacen cotidianamente: enriquecerse a costa del trabajo ajeno.
Una tensa calma
El dólar alcanzó dos semanas de quietud luego de la aplicación del cepo a la compra con un tope en U$S 10 mil por mes. En Argentina es como un siglo. No obstante, es una quietud aparente porque la presión a la suba de la cotización se expresa en otras operaciones, más complejas y turbias, que utiliza el gran capital para obtener dólares.
La salida de dólares de los bancos también se desaceleró, pero el goteo se sigue desarrollando y alcanza a un 30 % de los depósitos en relación al stock existente previo a las PASO. Los bancos recurrieron a la suba de tasas de interés a las que remuneran los plazos fijos.
La transición sigue cargada de incertidumbre. En la prensa económica se descarta que el FMI desembolse un solo centavo hasta que haya un nuevo gobierno. No es un dato menor.
El actual ejecutivo no tendría todos los recursos para asumir los vencimientos de deuda aún no declarados en default (no pago). No sólo eso: el “reperfilamiento” naufragó y ya nadie habla de él. Sin “reperfilamiento” y sin dólares, no habría que descartar nuevos cimbronazos antes de diciembre.
Alberto Fernández intenta consolidar el golpe que la devaluación le dio a los ingresos de las mayorías como activo de su futura gestión. Resta ver si es suficiente.
En los últimos años, se aplicó varias veces la receta devaluatoria: en 2014 con Axel Kicillof, en el inició de la era macrista, en 2018 de nuevo y luego de las PASO.
Algo falla: la situación internacional no es tan generosa como en 2003, en los inicios del kirchnerismo, el pasado "glorioso" que añora Alberto. La fórmula es la misma, pero el contexto es otro. Más adverso.
Fernández tendrá que afrontar otros problemas urgentes: nuevo acuerdo con el FMI; la reestructuración de la deuda; las tarifas de los servicios públicos.
No estará en juego solamente la relación entre la clase trabajadora y su antagonista, la capitalista. En muchos aspectos estará en juego la configuración de relaciones dentro de la propia clase burguesa. Una encrucijada nada sencilla.
La consultora Analytica estableció tres escenarios posibles para el año próximo: en el mejor de ellos el FMI manda recursos, la inflación es de 43 %, los salarios reales caen 3 % y la economía queda estancada; en el intermedio el PBI se retrotrae 2,5 %; si hay ruptura con el FMI, lo que no está, obviamente, en los cálculos de Fernández, la actividad se derrumba 4 %.
Se presenta a la ruptura con el Fondo como el mismísimo infierno, pero es el régimen del FMI el que condujo a la catástrofe actual. Esos escenarios, todos malos para los trabajadores, implican que los capitalistas siguen imponiendo su salida.
Por el contrario, la izquierda plantea invertir las prioridades: romper con el FMI, dejar de pagar la deuda fraudulenta, nacionalizar los servicios públicos, el comercio exterior y la banca bajo gestión de los trabajadores, para que todos los recursos del país se utilicen para mejorar los salarios, las jubilaciones, crear trabajo mediante un plan de obras públicas que termine con la desocupación.
La esperanza que alimenta el Frente de Todos es una quimera. La clase trabajadora tiene que estar en pie de guerra para enfrentar nuevos embates.
Pablo Anino
@PabloAnino
Sábado 14 de septiembre | 00:20
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