El entrenador de la selección argentina de fútbol Jorge Sampaoli y el presidente Mauricio Macri aparecen, en las actuales circunstancias, unidos por un hilo invisible. Las duras respuestas de la realidad los han hundido en una triste realidad.
A fines del año pasado el gobierno macrista elaboró una estrategia, sobre el manejo de los tiempos, que parecía perfecta. Ella consistía en tomar las medidas más ingratas durante el primer semestre.
Luego utilizar al Mundial de Fútbol y algún éxito argentino en el mismo para colocar un punto de inflexión, a partir de allí empezar a recuperar terreno y en las elecciones del 19 volver a ganar, montados en las innumerables obras públicas que realizarían. Sin embargo la tozuda realidad los sorprendió con otro tipo de novedades. Vayamos a los hechos.
Sampaoli es la muestra indeseada de aquel chiste que circula entre algunos compatriotas, en los momentos de bronca y desesperanza, según el cual el mejor negocio es comprar argentinos pagando -por ellos- lo que valen y vendiéndolo al valor que ellos suponen que tienen.
Con Sampaoli y el fútbol fue eso lo que nos pasó y de allí rabia que hoy recorre todas las charlas futboleras. Buena parte de los argentinos creímos que éramos los mejores y podíamos llegar más lejos, pensamos que el Director Técnico que había hecho que Chile ganara una Copa América nos podía conducir hacia ese destino. La propaganda que necesita vender y la prensa que es su principal intermediaria nos ayudaron a creer en ese error.
Ante esa idea y la necesidad de alguna alegría nos invadió una fuerte inmodestia. Olvidamos la larga desorganización de nuestro fútbol, quisimos pasar por alto el infortunio de tener una dirigencia que contó 76 votos donde había 75 participantes. Contratamos un Director Técnico con buenos pergaminos pero que se mareó con el contrato y el poder alcanzado. Así nos fue. Ahora habrá que pagar los platos rotos y aquel contrato.
El Presidente Macri está pagando los efectos de una política nefasta que, inclusive, ignora la evolución económica mundial. No había modo que el Mundial de Fútbol lo salvara de tantas macanas.
La crisis económica, manifestada en la reciente corrida bancaria hizo añicos las señaladas ilusiones gubernamentales. Ya nadie, del gobierno augura una mejoría en el segundo semestre y las inversiones, para el año próximo, tienen –mayoritariamente- destino de cajón. Su reelección que -a fines del año pasado- parecía asegurada, hoy está seriamente cuestionada. No son pocos los que desconfían, incluidos muchos propios y amigos, que Macri sea el mejor timonel para estas circunstancias.
Pero éste, acechado desde distintos costados, se resiste a reconocer esa situación. Por un lado la inmensa masa de pobres y plebeyos se mantiene fragmentada y medianamente contenida por un asistencialismo en decadencia, pero nadie sabe hasta dónde podrán soportar las presiones del dolor y la vergüenza a las que diariamente son sometidos.
Por el otro, sectores del poder y miembros de su propia fuerza corren la mirada hacia quienes, como la gobernadora de la provincia de Buenos Aires María Eugenia Vidal y el jefe de gobierno capitalino Horacio Rodríguez Larreta, parecen ofrecerles mejores perspectivas.
“Lilita” Carrió no dice locuras, solo consolidar un país aún más conservador
Todos quedamos medio sorprendidos cuando Elisa Carrió, diputada y dirigente de la alianza Cambiemos (de respaldo a Mauricio Macri) propuso, como solución a esta crisis, un esfuerzo de los sectores medios garantizando las “changas” (empleos eventuales) y propinas a los más pobres para que éstos puedan sobrevivir.
Primero, todo llevaba a pensar que se trataba de un nuevo disparate de esta delirante, votada por más del 50% de los electores porteños en la última elección. Luego, repasando algunas situaciones de nuestra América, nos encontramos que esa afirmación tiene vínculos con algunas lamentables situaciones de la región. No sabemos cuánto sabe la Carrió de estas perspectivas, pero vale la pena comentarlas porque da la impresión que ese comentario de la chaqueña y legisladora porteña no es ingenuo, ni gratuito.
En este sentido, algunos análisis sobre la evolución de la economía peruana, de las últimas dos décadas, no dejan de llamar la atención. Del 2000 en adelante la economía peruana viene creciendo. El motor de esa tendencia son las exportaciones, fundamentalmente mineras. Lo cierto es que en ese período se redujo la pobreza, del 46 al 20%. Todo ello con un Estado débil y una democracia ajena a la inmensa mayoría de la población. Es sabido que la mayor parte de la población peruana (alrededor del 75%) desarrolla su vida económica en la informalidad. Ello permite que, bajo condiciones económicas favorables, el mero crecimiento económico permita un “día a día” mejor, pero sin protección social, ni salario digno y ninguna garantía de futuro, ni mucho menos pensando en jubilaciones.
Esa mayoría se vincula con el crecimiento de la economía a través “changas” y el mercadeo de buena parte de la producción formal que se desvía hacia los mecanismos informales que sobreviven y mejoran con la bonanza de las exportaciones, fundamentalmente mineras.
Claro está, que la explotación minera es limitada en el tiempo y ese tiempo indica la duración de este camino. Para los sectores más, pero más, pobres funciona el mecanismo de los planes sociales.
Pero lo importante a destacar es que ese proceso supone no una solución estructural sino un mecanismo que funciona mientras el país tenga recursos para exportar. Por eso esa propuesta no tiene viabilidad en nuestro país, pero sirve a los objetivos de algunos gobernantes de estos tiempos.
Así funcionan en estos días estos gobiernos conservadores.
Juan Guahán. Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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