sábado, 7 de julio de 2018

¿Quién es Pablo Ciarliero, el monje negro detrás de los despidos en Télam?



Conocido por sus provocaciones en asambleas y redes sociales, el exsubdirector de Radio Nacional fue reubicado por el Gobierno en el directorio de Télam para instrumentar en la agencia lo mismo que hizo en la emisora estatal: despedir personal sin culpa ni empacho.

La cara visible del cruel e inhumano ajuste que están padeciendo los medios públicos de Argentina es Hernán Lombardi, cabeza del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos. Su afán por aparecer en cuanto micrófono y cámara se le cruce por el camino lo lleva a ponerle voz y rostro a situaciones que rayan lo insólito, algo que ya había hecho con especial diligencia para su anterior patrón político, Fernando de la Rúa, a quien acompañó hasta el helicóptero con el cual ambos escaparon de la Casa Rosada en la triste jornada del 20 de diciembre de 2001.
Pero por más esmero que le ponga al asunto, está claro que la genuflexión de Lombardi no basta para armar y poner en funcionamiento la perversa ingeniería de despidos que viene dejando en la calle a trabajadores de prensa sin un criterio específico ya que, como se supo, fueron expulsados periodistas incorporados bajo diversas gestiones políticas y muchos de ellos con sobrada experiencia e idoneidad.
El desmonte de medios públicos requiere de varios soldados y edecanes y, entre ellos, aparece un sugestivo denominador común en al menos dos. Se trata de Pablo Ciarliero, quien luego de desempeñarse como director de Radio Ciudad en los últimos años de Mauricio Macri como jefe de Gobierno porteño (y también como asesor de prensa del Teatro Colón) fue nombrado vicedirector de Radio Nacional una vez que este asumió la presidencia en diciembre de 2015.
El paso de Ciarliero por la emisora porteña es recordado por una serie de tuits alarmantemente violentos. Entre ellos, uno en el que calificaba como “un acto de justicia” la paliza que había recibido el entonces diputado kirchnerista José María Díaz Bancalari de parte de un grupo de excombatienes de Malvinas a la salida de la Casa Rosada en febrero de 2012. “Hay que pegarle a los diputados K hasta que recuperemos las Islas”, agregaba el directivo en otro tuit.

Radio Nacional: cómo hundir medio siglo de historia en dos años y medio

Ciarliero ocupó el cargo de subdirector de Radio Nacional hasta junio de este año, cuando fue reemplazado por Fernando Subirats, entonces gerente periodístico de la emisora y esposo de Paula Schuster, vocera de la vicepresidenta Gabriela Michetti.
La pareja había sido denunciada ante el Poder Judicial federal (junto a otros funcionarios de Cambiemos) por montar con fondos públicos una red de trolls en redes sociales con el propósito de viralizar contenidos favorables al gobierno nacional.
Desde el punto de vista artístico, tanto la gestión de Pablo Ciarliero como la de la directora Ana Gerschenson fueron un verdadero desastre, ya que recibieron una radio en el podio de las más escuchadas en AM pero en poco tiempo la derrumbaron a los últimos puestos.
La estruendosa caída (que registra uno de sus pisos históricos en 51 años de existencia) se rubrica con un bochorno adicional: desde abril Ibope dejó medir el share de Radio Nacional. Sin embargo su desplazamiento no tuvo tanto que ver con esto (lo cual sería normal para un gobierno preciado de tomar decisiones en función de “lo que diga el mercado”), sino para reubicarlo en el directorio de la Agencia Télam.
Resulta por demás curioso el nombramiento de Ciarliero en el directorio de la agencia de noticias estatal, el que debió ser especialmente ampliado para propiciar su ingreso. La maniobra implica un oneroso gasto adicional para cumplir con los honorarios de alguien que (a diferencia de muchos despedidos) no exhibe antecedentes destacados en el periodismo escrito.
¿Qué motivos empujaron al gobierno nacional a aumentar el presupuesto de sus medios públicos para hacerle lugar a Ciarliero, cuando al mismo tiempo insiste en la necesidad de hacer estrictos recortes?

Misión Télam

Para los senos internos de ambos medios públicos, el enroque tuvo que ver con una misión específica: instrumentar en Télam numerosos despidos y revocaciones de contratos, tal como ya había sucedido en Radio Nacional a partir de diciembre y enero pasados, cuando fueron desvinculados varios trabajadores de la emisora central (la de Buenos Aires, una de las cincuenta que la AM tiene en todo el país).
A pesar de que el desguace de medios públicos también incluyó a los canales de cable Encuentro, Paka Paka y DeporTV, el episodio de Radio Nacional puso el tema en agenda por la visibilidad que lograron varios trabajadores despedidos a través de asambleas y diversas acciones de protesta.
En aquella ocasión Ciarliero tuvo un papel central, ya que se encargó de ser la voz oficial del recorte sin ningún empacho en declarar cosas tales como que los manifestantes actuaban con “malas artes” e incurrían en el “terrorismo”.
Esas expresiones no surgieron de trascendidos o rumores, sino lo que el aún subdirector de Radio Nacional las dijo al aire en la emisora durante el programa de Romina Manguel, quien no repreguntó a propósito de semejantes epítetos. A pesar de que su programa llevaba el curioso nombre de “Va de vuelta”, la periodista (una de las apuestas principales de la nueva gestión) omitió u olvidó pedirle a su jefe que repitiera de vuelta las descalificaciones hacia quienes eran sus compañeros de trabajo.

Un militante para barrer “militantes”

Bajo la excusa de limpiar al personal de “militantes”, el Sistema de Medios Públicos se llenó a partir de diciembre de 2015 de directivos que no temblaron en reducir personal únicamente en base a motivos personales o ideológicos. Es decir: actuando con los modos que ellos justamente prometían desterrar. Una impronta exhibida sin pudores ni ocultamientos.
Ciarliero, por ejemplo, hizo campaña por Cambiemos participando de timbreos para convencer al electorado de votar en las elecciones legislativas del año pasado a sus patrones políticos.
Y por si quedaba alguna duda de que su inclinación política incidía en su tarea profesional, simultáneamente mandó a refaccionar su oficina (en el primer piso de Maipú 555) ubicando tras su espalda una extensa pizarra verde en la que colocó dos imágenes acompañadas de breves descripciones en tiza blanca: una con la cara de José de San Martín que decía “El jefe” y otra con la de Mauricio Macri y un cariñoso “Presidente Mau”.
Así lo vieron todos los que subieron a su despacho a implorarle que no les quitaran el derecho a trabajar, aunque Ciarliero se mantuvo inconmovible porque acaso tenía la cabeza ocupada en otras tareas.
Una de estas tareas fue entreverarse en dos asambleas que los periodistas marginados celebraron en el hall de la radio, lugar en el que históricamente los trabajadores de las emisoras mantienen reuniones de este tipo. En la primera de ellas, a fines de diciembre pasado, bajó de su oficina únicamente para filmar lo que sucedía con su teléfono celular.
Dijo que lo había hecho para protegerse de posibles agresiones, pese a que estaba escoltado por un agente de seguridad de la radio y a pocos centímetros de la garita de guardia.
Su acción causó sorpresa, ya que la emisora dispone de un amplio sistema de cámaras de vigilancia que le privaba a Ciarliero de tener que filmar por su cuenta. Esto pudo saberse cuando el subdirector de Radio Nacional hizo uso de estas capturas para mostrar su otra intervención en una asamblea, en enero último, pasando por el medio de ella desde la puerta principal hasta la escalera que lo vincula con su despacho.
“El gordo con la bolsita del almuerzo soy yo, los que me rodean e insultan son los empleados que dicen que yo los intimido. Juzguen ustedes”, dijo el 4 de enero en un tuit personal acompañado por imágenes que distan de graficar lo que Ciarliero pretendió imputar.
Si el subdirector (tal como aseguró en el primer tuit) deseaba evitar posibles agresiones, tenía un recurso más efectivo: ingresar a la radio por el acceso del edificio contiguo, evitando el contacto con los protestantes pacíficos. No obstante prefirió hacerlo por la que conducía a la asamblea, buscando acaso victimizarse. No tuvo éxito.

La misma tarea con otro perfil

Las intromisiones de la actual gestión de Radio Nacional en distintas asambleas y encuentros de trabajadores celebrados en el hall de entrada anteceden a los despidos de diciembre y enero pasados.
En la víspera del 8 de marzo de 2017, el personal femenino se reunió en ese sitio para diagramar las actividades de cara al Día Internacional de la Mujer. Como la reunión coincidía con una visita de Marcos Peña a la emisora, personal de seguridad intentó convencer a las mujeres de postergar la reunión, o bien de realizarla en otro lado a cambio de pagarles el almuerzo.
Según los agentes, el mensaje bajaba desde los altos mando y tenía por fin evitar darle una imagen de alboroto al jefe de Gabinete. La oferta, indigna y miserable, fue naturalmente rechazada y la directiva de la radio no tuvo más remedio que recibir en este escenario inentendiblemente indeseado a Peña, quien ingresó escoltado por asesores y custodios.
La militancia de Ciarliero en redes sociales es intensa y marca la obsesión que tiene al respecto la actual gestión del Sistema de Medios Públicos, posterizada en la penosa frase que Ana Gerschenson le había espetado al periodista Jorge Halperín tras despedirlo de Radio Nacional: “Te revisamos el Twitter”.
Sin embargo algo parece haber cambiado: desde su llegada a Télam, el flamante miembro del directorio de la agencia decidió cambiar su cuenta de Twitter de pública a privada.
Por decisión propia o por pedido externo, Ciarliero bajó su perfil no sólo en las redes, sino también en el nuevo medio, donde se preserva de andarse mostrando en asambleas, tal como lo hacía en su anterior trabajo.
Como sea, para saber qué opina o para comunicarse con él por Twitter ahora hay que hacerse pedirle amistad. Algo que difícilmente esté en los planes de los centenares de trabajadores despedidos por la gestión para la cual Ciarliero milita y despide con idéntica devoción.

Agustín Camino

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