miércoles, 16 de marzo de 2011

Terremotos, tsunamis, fusiones nucleares


Los desastres japoneses

La apodan Mori no miyako, “la capital arbolada”. O tal vez deberíamos presentarla como –Sendai– la “Kioto de los bosques”. Al castillo de Lord Date Masamune, construido en los años 1600, se le llama Aoba-jo o “Castillo de Hojas Verdes” y a la calle principal de la ciudad-castillo Avenida Hojas Verdes. Cuando la visité durante una semana en 1986 –una visita prolongada ya que los tifones impedían el viaje por ferrocarril– me impresionó la verdura tan ausente en la mayoría de las ciudades japonesas, alimentada por el Río Hirose. Me enamoré de ella, y la comparé en muchos aspectos con Sapporo, donde conocí a mi esposa.
Siempre asociaré Sendai, como hacen muchos japoneses, con la canción Aobajo koi uta, una balada lastimera que comienza con este verso tan representativo del arte japonés, que siempre encuentra una belleza conmovedora en la fugacidad de la vida:

“En la ribera del Río Hirose que fluye
Recuerdo lo que no puede volver.
En la brillantez danzante de los rápidos
Veo tus ojos llenos de lágrimas.
El tiempo pasa.
El verano vuelve.
Como en ese día los rápidos entre las riberas
el delicioso sonido de los rápidos
en esta ciudad arbolada.
Esa persona ya no existe”

Me pregunto si Sendai todavía existe. “Muchas áreas de la ciudad”, según CNN, “simplemente desaparecieron, el barro y las tablas cubren un área en la que solía haber una hilera de casas; un vehículo volcado entre ramas de árboles. Una escuela en la que había 450 personas cuando llegó el tsunami, con sus puertas reventadas y un revoltijo de muebles y un camión en el pasillo. Algunos profesores y estudiantes pudieron escapar del edificio, pero los funcionarios dijeron que otros no lo lograron.”
Ubicada sólo a 160 kilómetros del epicentro del terremoto del viernes, Sendai sufrió más daño que ninguna otra ciudad importante de Japón. Hablan de su vecindario, Futaki, como “zona cero” del desastre. Sendai, en la Prefectura Miyagi, es la ciudad más populosa en la vasta región Tohoku o Noreste. Tenía una población de un millón de personas antes del terremoto y el tsunami. Se piensa que la cercana localidad pesquera de Minamisanriku perdió cerca de 10.000 de sus 17.000 residentes. Kasennuma, también en Miyagi, una ciudad de 74.000, está totalmente sumergida. Ciudades y aldeas enteras han sido tragadas por el mar. La cantidad oficial de víctimas mortales sigue siendo relativamente baja, 10.000, pero la cantidad de desaparecidos es inmensa. ¿Cuántos ha perdido Sendai?
Primero vino la violenta sacudida, que duró más de tres minutos. Cuando comenzó la gente debió pensar: “Hay que apagar la estufa de gas”. Todos los escolares saben eso. Luego: “Preocúpate por un tsunami”.
Pero no hubo tiempo. En pocos minutos, mientras se incendiaban las casas, el nivel del mar bajó drásticamente sólo para volver a surgir con ferocidad. La tromba de agua atacó la ciudad, sumergiendo las copas de los árboles, e inundó casi toda la costa del Pacífico de Tohoku. La pista del aeropuerto de Sendai quedó inundada. Manzanas enteras de la ciudad ardieron durante la noche mientras los bomberos permanecían inactivos, incapaces de llegar por las calles inundadas. La tormenta perfecta de fuego y agua, una catástrofe de proporciones bíblicas. Una tormenta de nieve hizo la vida aún más miserable a los que carecían de un techo.
En la costa, la policía encontró los cuerpos de entre 200 y 300 personas que habían sido arrastradas por el mar y devueltas a la costa. Ha sido el mayor desastre, no sólo el mayor en 140 años de registros históricos, sino probablemente en los últimos 1.500 años. Y todavía no ha terminado; réplicas de una magnitud de 6 o más han tenido lugar en el intervalo de algunas horas.
Sufro por Japón, donde pasé seis años, en total. El terremoto del viernes afectó a una inmensa zona del país. Mi suegra en Sapporo, en la isla norteña de Hokkaido, lo sintió claramente. Dijo a mi esposa (que se comunicó con ella después de tres intentos ya que muchas líneas telefónicas se han interrumpido), que pensó que se trataba de otro terremoto normal. (En realidad fue de magnitud 6,8 en Sapporo). Estaba viendo la televisión cuando tuvo lugar y vio que había ocurrido un temblor en Tokio, a 800 kilómetros hacia el sur. Qué extraña coincidencia, pensó, que haya habido terremotos en Saporo y en Tokio al mismo tiempo. No se dio cuenta de que era el mismo terremoto, que por cierto se sintió hasta en Pekín.
Como la mayoría de los japoneses, mi suegra tiene una actitud muy pragmática hacia los terremotos. Son shikataganai koto, algo que no se puede remediar. Hay que tratarlos racionalmente (incluso si tal vez se intenta explicarlos con referencia al dios Nai no kami de los terremotos, o el legendario bagre gigante Namazu, que vive en el barro bajo el agua y golpea duramente cuando no se le controla).
Ella opina que el terremoto es un castigo divino a Japón por la corrupción política y el faccionalismo. Pero la religiosidad y el fatalismo de esa acerada mujer de 78 años coexisten con mucho sentido práctico. Su moderna casa prefabricada está programada de manera que cuando la tierra tiembla los armarios de la cocina se bloqueen automáticamente para que no caigan los platos. Y la estufa se apaga. Es organizada, como los japoneses en general cuando se trata de terremotos. Pero éste no fue normal.
Lloro por todo el país, pero específicamente por Sendai. Sendai con su dialecto singular que hallo incomprensible, Sendai con sus mujeres excepcionalmente bellas, Sendai con su rica historia. La elite samurái Date fue durante un tiempo amistosa hacia las misiones católicas romanas, protegiéndolas incluso cuando el poder central perseguía a los cristianos. En los años 1610 Date Masamune envió emisarios al Vaticano para establecer vínculos; viajaron a través del Pacífico a México y continuaron por el Atlántico. (En 1617 siete miembros de la misión samurái decidieron no volver a casa y se establecieron en una ciudad cerca de Sevilla donde cientos de personas todavía llevan el apellido “Japón”).
Los enviados volvieron con cartas, pinturas y mapas preservados en el Museo de la Ciudad de Sendai. Por lo menos espero que así sea. Y espero que el monumento al gran escritor chino Lu Xun, que estudió en la ciudad de 1904 a 1906, no haya resultado dañado.
Los japoneses conocen Sendai como base de la Universidad Tohoku, una de las mejores universidades públicas del país. También saben del Festival Tanabata de la ciudad, que se celebra a principios de agosto todos los años. La población aumenta al doble de la población de Tohoku para celebrar el mito chino del amor de la Princesa Tejedora (la estrella Vega) y el Pastor (la estrella Altair). El padre de la princesa, una poderosa deidad que presidía la Vía Láctea, permitió que se reuniera con el pastor y se casara. Pero luego se enfureció cuando ella descuidó sus deberes de tejer la seda y él dejó que el ganado vagara hacia el cielo. Los separó y sólo les permitía que se vieran una vez al año, cuando las urracas ayudaban a la princesa a cruzar un puente celestial para encontrarse con su esposo.
El festival de agosto, que celebra esa divina relación, está marcado por el despliegue de innumerables decoraciones por toda la ciudad, fuegos artificiales espectaculares, bailes y otros eventos. Hay que pensar en él como una especie de Mardi Gras atenuado, y en Sendai inundado como en Nueva Orleans después del huracán. ¿Sobrevivirá el festival, que celebra la persistencia del amor, bajo las circunstancias más desfavorables?
A pesar de la opinión de mi suegra, no podemos atribuir a la acción divina o humana los movimientos de las placas tectónicas de la costa de Honshu. Es sólo –shikataganai– así pasan las cosas en nuestro joven y vigoroso planeta. Pero puede suceder que la peor parte de este desastre sea obra del hombre. Cuando algunos seres humanos, en busca de beneficios y prosperidad, tratan de manera estúpida al medio ambiente, es necesario que les obliguemos a rendir cuentas.
Un tercio del suministro de energía de Japón procede de reactores nucleares. La mayoría están ubicados en las estrechas franjas de tierra costera donde vive la gran mayoría de los japoneses, vulnerables a inevitables cataclismos. Cuando un terremoto o una erupción volcánica causan estragos en el suministro de la electricidad necesaria para bombear el agua que enfría el reactor, puede haber una fusión nuclear que libere dosis letales de radiación. Se piensa que el desastre de Chernobyl de 1986 produjo muchos miles de muertes de cáncer fuera de las 57 muertes inmediatas por exposición a la radiación.
¿Qué pasará si –como ahora parece muy probable– las plantas de energía Dai-ichi y Dai-ni, eb la costa de Sendai en la prefectura Fukushima, sufren fusiones nucleares? ¿Diremos shikataganai? ¿O pediremos las cabezas de los planificadores, políticos y mandamases corporativos que hicieron que sucediera? Durante años los sondeos de la opinión pública han mostrado que numerosos japoneses se oponen a la energía nuclear. Un sondeo de Asahi Shinbun de 1999 mostró que un 45% de los japoneses se opone a la energía nuclear y sólo un 32% la apoya. En 1996, la mitad del electorado de la Prefectura Mie firmó una posición que se opone a la construcción de una planta nuclear. Pero como señaló un estudio de la opinión pública y de la energía nuclear en Japón publicado por la Universidad Rice en el año 2000, una minoría argumentó que la energía nuclear era la clave para la independencia energética de Japón. “Esos puntos de vista permitieron que los responsables descartaran las protestas como avidez de intereses económicos egoístas a corto plazo. Utilizaron efectivamente recompensas financieras y compensaciones para calmar el descontento. Se prestó poca atención a la legitimidad de las preocupaciones del público relativas a la seguridad.”
A pesar de la oposición pública y los accidentes de niveles 2, 3 y 4 (en 1995, 1997 y 1999 respectivamente), la dependencia de la energía nuclear aumentó. En 1990, un 9% de la electricidad de Japón fue generada por plantas nucleares, mientras que en 2000 la cifra fue de un 32%.
En el filme Yume (Sueños) de1990, de Akira Kurosawa, basado en los propios sueños del gran director de cine, hay un breve pasaje titulado “El monte Fuji en rojo”. En la pesadilla la gente huye del terremoto por un puente. Varias personas –una mujer y sus dos hijos pequeños, un hombre con traje y otro hombre vestido informalmente– se detienen para mirar al monte Fuji y se dan cuenta, horrorizados, de que está haciendo erupción. (Es perfectamente concebible. La última vez que hizo erupción fue en 1707 y lo ha hecho unas 75 veces en los últimos 2.200 años). Una inmensa nube radioactiva roja aparece en el horizonte mientras inmensas columnas de llamas envuelven la montaña. El hombre trajeado señala que la montaña está rodeada por seis plantas atómicas. Huyen, aunque declara que no hay escape porque Japón es pequeño.
La escena cambia a un acantilado desierto cubierto de escombros que domina el mar. El hombre de vestimenta informal pregunta dónde se ha ido la gente y el otro le dice que todos han saltado al mar. Luego apunta al cielo y explica: “El rojo es plutonio 239. Un cien millonésimo de un gramo causa cáncer. El amarillo es estroncio 90. Se introduce en el cuerpo y causa leucemia. El púrpura es cesio 137. Afecta a la reproducción y causa mutaciones. Produce monstruosidades. La estupidez del hombre es increíble. La radioactividad es invisible. Pero debido al peligro la colorearon. Pero eso sólo hace que sepas qué es lo que te mata. Es la tarjeta de visita de la muerte.”
Se inclina cortésmente, dice “Osaki ni” (una frase que significa literalmente, “yo primero”) se vuelve hacia el acantilado y se prepara para saltar al mar. El otro hombre trata de retenerlo, señalando que la radiación no mata de inmediato, pero le responde “esperar la muerte no es vivir”.
La mujer que estrecha a sus hijos grita: “Nos dijeron que la energía nuclear era segura. El accidente humano es el peligro, no la propia planta nuclear. No habrá accidentes, no hay peligro. Es lo que nos dijeron. ¡Qué mentirosos! ¡Si no los cuelgan por esto, los mataré yo misma!” El hombre que está a punto de saltar al mar dice que la radiación los matará en su nombre. De nuevo se inclina y confiesa que él es el que merece morir. Se lanza pal precipicio mientras los vientos radioactivos rodean a los vivios.
¿Fue sólo el mal sueño de un gran director japonés ese panorama de pesadilla? Los funcionarios japoneses están desdeñando la posibilidad de una gran calamidad. El secretario jefe de gabinete Edano Yukio “asume la posibilidad de una fusión nuclear” en uno de los reactores de Fukushima. “A riesgo de provocar más preocupación pública”, dice, “no podemos excluir la posibilidad de una explosión. Si hay una explosión, sin embargo, no habría un impacto significativo sobre la salud humana.”
Me recuerda a la mujer de la película: No hay peligro. Es lo que nos dijeron. No quiero predecir lo peor, sabiendo poco sobre la energía nuclear. Pero obviamente no es segura si hay que evacuar a 180.000 personas como precaución, cuando los trabajadores tienen que luchar para evitar desastres y los países instan a sus ciudadanos a abandonar Japón porque la radiación es la preocupación principal. Ya hay una influencia significativa en la salud mental de los japoneses, presas de la ansiedad sobre explosiones y filtraciones. Mientras lloramos a los muertos deberíamos, en nombre de los vivos, luchar por energía segura, sustentable, verde.

Gary Leupp
CounterPunch

Gary Leupp es profesor de historia en la Universidad Tufts, y profesor adjunto de Religión Comparativa. Es autor de “Servants, Shophands and Laborers in the Cities of Tokugawa Japan”; “Male Colors: The Construction of Homosexuality in Tokugawa Japan”; e “Interracial Intimacy in Japan: Western Men and Japanese Women, 1543-1900”. También colaboró con la despiadada crónica de CounterPunch sobre las guerras en Iraq, Afganistán y Yugoslavia: “Imperial Crusades.” Para contactos escriba a: gleupp@granite.tufts.edu

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