sábado, 17 de enero de 2009

Bombas, niños y cemento


Cuatrocientos niños muertos ya en Gaza. (Y seis niños quemados en La Boca.) Todas las noches, en la pantalla podemos ver el siniestro espectáculo: bombas que estallan en medio de poblaciones, llamaradas, columnas de humo, rostros trágicos cubiertos de miedo y de impotencia. Tanques por las calles habitadas por mujeres, niños, vendedores, gente sin destino. Luego, el rescate de las víctimas en medio de ruinas, ruinas, ruinas, ruinas. Cadáveres de niños: caras ensangrentadas y ojos abiertos de sorpresa, ya muertos. Niños destrozados. (Seis niños mueren quemados en La Boca, en extrema pobreza; sí, en La Boca, allí donde Maradona ganó millones, donde van los domingos a gritar gol cada vez más fuerte y pagamos miles por cada gol y cada pase. Allí mueren niños desalojados. Medio millón de seres humanos en villas miseria. Record argentino. Producto genuinamente argentino. Sigamos rogando a Dios. Por algo monseñor Angelelli salió a la calle, y así le fue.)
En Alemania no se quiere hablar de Gaza. El drama es demasiado grande. Un lector ha escrito en un diario: “Qué les vamos a reprochar a los judíos lo de Gaza si nosotros les enseñamos ese camino, con Auschwitz. Gaza es el nuevo Auschwitz”. Muros, guardianes, hambre, y la muerte siempre presente. Más los bombardeos impunes. Los cohetes de Hamas parecen esos petarditos de primero de año comparados con las bombas israelíes que desmoronan manzanas enteras en una ciudad abierta y sin defensas.
Todos los responsables de la política mundial miran para otro lado. Sí, algunos hacen tímidas gestiones y salen sonrientes en los noticieros. Obama espera. ¿Y si Obama, el primer día del bombardeo de Gaza, se hubiera trasladado allí y gritado: “¡De aquí no me muevo hasta que terminen los bombardeos!”? ¿Qué hubiera pasado? Se hubieran salvado cuatrocientos niños. ¿Y si esa actitud la hubieran tenido todos los jefes de gobierno europeos y se hubieran reunido en sesión permanente en una escuela palestina? La primera ministra alemana Merkel, demócrata cristiana ella, dijo solemnemente: “Todo es resultado de los ataques de Hamas”. Así de sencillo. Es que si tal vez hubiese dicho la verdad, habría sido acusada de nazi-racista por los judíos. Hay que cuidarse. Pero, ¿y los cuatrocientos niños?
Sí, 2009 empezó mal. Primero la amenaza de la crisis económica mundial, que ya empieza a mostrar sus lados malos aquí en Alemania; después la guerra de Palestina; y por último el problema de Rusia y el gas. Se cierra la canilla y a otra cosa.
El Deutsche Bank tuvo en el último trimestre 5 mil millones de euros de pérdida; sería larga la lista de los establecimientos fabriles que han disminuido su producción, un clásico rubro como la construcción de buques de ultramar está casi paralizado. Y entonces salió el gobierno federal a poner el pecho y justamente esta semana se aprobó el Segundo Programa Coyuntural para enfrentar la crisis. El Estado, para ello, se va a endeudar en 50 mil millones de euros para solventarlo. Este plan se propone hacer inversiones en la construcción y ayudar a empresas; más 17 mil millones para una rebaja de impuestos; también algo para una menor cuota del seguro de salud, y para un bono –por única vez– de cien euros por niño. Y 2500 euros para todo aquel que entregue al desguace a su automóvil que sea más viejo de nueve años y se compre otro nuevo.
Estas dos últimas cifras definen a las claras la ética del sistema económico que domina el mundo. Por un niño, la familia recibirá 100 euros; por un automóvil viejo que vaya al desguace, 2500 euros, pero siempre que compre uno último modelo. ¿Un auto o un niño? Y... si me dan 2500 euros...
Es para vender más, para incitar a tener más automóviles. Se piensa que así de los 40 millones de autos que circulan por Alemania se podrán eliminar 19 millones que tienen más de nueve años. Es una manera de “mover el mercado”. Si me compro un auto recibo 2500 euros. Si tengo un niño, 100. Está todo dicho. Lo que se llama con jactancia: “La sociedad de consumo”. ¿Y la ecología? ¿Cómo? No le oigo bien...
¿Quiénes van a tener que pagar luego esa deuda que contrae el Estado? Por supuesto, la mayoría del pueblo, como ha ocurrido siempre con todas las deudas externas. Con inflación, con impuestos. Sí, subas de jornales, pero que no alcanzan a cubrir las cifras de la inflación.
Es patético lo del Commerzbank: el Estado ha intervenido con una cifra millonaria para salvarlo de la quiebra, se resolvió darle 18 mil millones de euros, pero al mismo tiempo se anularon 7 mil plazas de trabajo. El Partido Izquierda (Linkspartei) ha pedido que el Estado sólo ayude a las cooperativas de trabajadores y no a los empresarios, ya que ellos siempre han sostenido que el Estado no debe intervenir en la economía (salvo cuando esa economía fracasa, como es la realidad del mundo actual).
Es el más caro Programa Coyuntural que enfrente un gobierno alemán en toda su historia. Y se ha calculado que va a costar 625 euros a cada ciudadano, desde los recién nacidos hasta los viejos.
Desde que hace unos días se suicidó el quinto magnate más rico de la economía alemana, Adolf Merckle, reina cierta inseguridad. El todopoderoso señor, dueño de 9200 millones de dólares, compró acciones de la empresa automotriz Volkswagen en una cantidad increíble, creyendo que al poco tiempo iban a subrir a su anterior nivel. Y perdió todo. Al día siguiente, los diarios trajeron en primera página el suicidio de este barón de la riqueza. Cerca de su residencia, a medianoche, se tiró a las vías ferroviarias cuando se acercaba un tren. En las fotos del sepelio se ven las tristes rostros de políticos de la Democracia Cristiana y del Partido Liberal. Ese hombre de tanta fortuna ayudaba en las elecciones al triunfo de esos dos partidos –la derecha y el “centro”, claro está– con subvenciones importantes. Cosas de la democracia. “Igualdad de oportunidades.” Un sistema que parece un casino. Ni siquiera ese sistema soluciona, al parecer, los problemas de los todopoderosos, como el caso de Adolf Merckle. Pensemos entonces en los miles de desocupados en Estados Unidos, el centro apocalíptico del capitalismo. Claro, ahora la culpa allá la van a tener los trabajadores extranjeros emigrados que vienen “a robar puestos de trabajo”. Me acuerdo de una foto cuando en Buenos Aires se constituyó la Liga Patriótica Argentina: están allí el diputado radical Manuel Carlés, el almirante Domec García, el perito Moreno y monseñor De Andrea. Se reunieron para terminar con toda idea extranjerizante de igualdad de los obreros inmigrantes, justo en la Semana Trágica, de la que se acaban de cumplir noventa años. Esa organización de extrema derecha iba a ayudar a la policía en la represión contra las manifestaciones obreras y de paso iba a ser la responsable del primer pogrom antiju-dío en nuestro país, allí, en Plaza Once.
Panorama del mundo. Aquí, los bosques nevados. Pero es como si sonaran lejanos los estruendos de las bombas arrojadas por aviones, bombas que matan niños, allá en Tierra Santa. Me pregunto: ¿Por qué el papa Ratzinger no invita a los representantes más altos de las otras dos religiones –la mahometana y la judía, que también, como el cristianismo, nacieron en esa tierra– a realizar en Palestina una interminable Marcha por la Paz, hasta lograrla finalmente?
No, es que todo está basado en algo distinto. Los intereses. Con sentido del humor macabro, un lector del diario alemán Frankfurter Rundschau escribió: “No, señores, hay que ayudar a que triunfe Israel y así formar el ‘Gran Israel’, y que a los palestinos les dé de comer la ONU y dar a Israel ayuda económica de Alemania para la construcción de un muro en toda la frontera con Palestina, aún más grande del que ya existe, y de esa manera el cemento para el muro lo compren a la empresa alemana Heidelberg-Zement y así podríamos salvar a esta empresa de sus problemas actuales. Es decir, aprovechar la ‘coyuntura’”.
Humor sarcástico que deja bien al desnudo lo amoral del sistema dominante

Osvaldo Bayer

Desde Berlín

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