La experiencia menemista es un ejemplo claro de este proceso. La política de “libre mercado” (privatizaciones de empresas públicas, apertura comercial, etcétera) que aplicó Carlos Menem dejó como saldo, en menos de una década, una crisis económica de las peores de la historia argentina.
El esquema de convertibilidad dejó a Argentina con pocas posibilidades de reaccionar frente a las condiciones externas. Fue lo que pasó tempranamente en 1994, año en que se desencadenó la “crisis del tequila” en México, que tuvo un impacto de características internacionales. La suba de la tasa de interés que implementó la Reserva Federal norteamericana en los noventa, a su vez, afectó el esquema de financiamiento de la economía argentina.
La situación crítica de la balanza de pagos llevó al gobierno a buscar financiamiento externo y a rematar casi todas las empresas públicas. Pero los dólares que ingresaban solamente se usaron para financiar la fuga de capitales. “Por cada dólar de ingreso de inversión extranjera había aproximadamente otro dólar que era atesorado por ‘residentes argentinos’ (capitalistas) sea en cuentas bancarias en el exterior, en otras inversiones fuera del país o, sencillamente, en dólares billete fuera del circuito bancario y el mercado de capitales” (Voces en el Fénix, 8/1/2017).
En 1995, la economía nacional cayó un 4,4%. Comenzaron a agravarse las tendencias recesivas. Muchas pequeñas y medianas empresas quebraron producto del aperturismo comercial. Para finales de la década, al calor de la implementación de políticas de flexibilización laboral como las que proponen hoy todos los candidatos patronales, la desocupación trepaba a casi el 20%. Lo único que progresó entonces fue la primarización de la economía, con la expansión de la sojización y el inicio de grandes emprendimientos mineros a manos de empresas trasnacionales.
La deuda pública, que en 1991 era de 60 mil millones de dólares, ascendió en 2001 a 144 mil millones. Semejante endeudamiento terminó en el default. Así se fue Domingo Cavallo (quien según Milei fue el mejor ministro de Economía del país), junto a Fernando de La Rúa, en medio de una rebelión popular y luego de haber impuesto el corralito expoliador: para salvar a los bancos, expropió a millones de ahorristas. ¿Qué opina Milei sobre eso? Se ve que en este caso no tiene conflicto con la intervención del Estado contra la propiedad privada, porque lo hizo para rescatar la propiedad del gran capital a costa de la de los depositantes.
Los grupos capitalistas que se habían beneficiado de la política menemista fueron rescatados por el Estado. La expresión política de este cambio de orientación fueron Eduardo Duhalde y más tarde Néstor Kirchner.
El primero impulsó la pesificación de los pasivos que las empresas habían tomado en dólares y la emisión masiva de deuda para asistir a los bancos. Al mismo tiempo, pesificó los depósitos, culminando la confiscación a los ahorristas. Así de desigual fue la súper devaluación de Duhalde, que benefició a la clase capitalista tomada de conjunto ya que hundió los salarios.
Kirchner, que asumió declarando como objetivo estratégico la reconstrucción de la burguesía nacional, prosiguió con esta política. Mantuvo un dólar “recontraalto” a pesar del boom de las exportaciones por la suba de los precios de las commodities, despilfarrando para eso las reservas del Banco Central (evitando así la apreciación del peso). Asimismo, estableció un régimen de subsidios para las privatizadas que habían sido afectadas por la pesificación de las tarifas (las cuales cobraron por eso juicios millonarios). Esto actuó como un subsidio indirecto del Estado a las patronales, porque permitía abaratar el precio de la canasta básica y por lo tanto los sueldos. Por último, rescató los bonos de deuda en default que los buitres compraron a unos pocos centavos y canjearon con ganancias extraordinarias.
Este intervencionismo estatal fue una reacción para salvar a la clase capitalista de la crisis, que había sido el resultado de años de ganancias fabulosas a costa de fugar las riquezas del país. Luego, los capitalistas argentinos sobrevivieron dos décadas por gracia de subsidios, rescates y confiscaciones antiobreras; ellos son los parásitos que viven del gasto público, y por supuesto de la explotación de sus trabajadores.
Si ahora Milei habla de terminar con la intervención estatal es porque ese rescate al capital culminó en un quebranto del propio Estado, que ahora para poder seguir pagando la deuda tiene que recurrir a medidas como el cepo o las retenciones, tan odiosas para los capitalistas. Milei explota a su favor el hartazgo por esta bancarrota estatal, que entre otras cosas sufrimos con aumento de la inflación, el encarecimiento del crédito y la devaluación de la moneda. Pero una vez más quiere rescatar a los que se beneficiaron con el intervencionismo.
La contraposición entre libre mercado y estatismo que hace Milei oculta que ambas son políticas de la clase burguesa para pasar la factura de la crisis a los que vivimos de nuestro trabajo. Ente los libertarios y La Cámpora hay, en el fondo y pasando por alto todos los matices, una coincidencia en su orientación de clase.
Para salir de esta crisis hay que dejar de salvar a los capitalistas a costa del pueblo. Hay que romper con el FMI y repudiar la deuda externa fraudulenta, nacionalizar la banca y el comercio exterior, para priorizar antes que nada la recomposición de los salarios y el desarrollo productivo para crear trabajo genuino. Son medidas que solo puede tomar un gobierno de trabajadores, el cual reorganizaría todo el Estado sobre una nueva base social, poniendo los resortes de la economía nacional en manos de quienes realmente producen la riqueza. Dejaría de ser un Estado de los explotadores para ser una herramienta de los explotados. Por eso pelea el Partido Obrero.
Iván Hirsch
Nazareno Suozzi
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