sábado, 16 de septiembre de 2023

Desde las entrañas del monstruo: la lucha de los hijos de genocidas


Desmintiendo la campaña negacionista de Villarruel 

 La nueva ola negacionista sobre el terrorismo de Estado practicado por la última dictadura militar (1976-1983), liderada por la candidata a vicepresidenta de La Libertad Avanza y abogada de genocidas, Victoria Villarruel, enfatiza la importancia de mostrar, sobre todo a las nuevas generaciones, el rol jugado por aquellos represores. 
 Uno de los aspectos menos conocidos de la lucha por memoria, verdad y justicia es la organización de los hijos de los propios represores de la dictadura, quienes tuvieron la enorme valentía de denunciar y renegar en forma pública de las atrocidades cometidas por sus progenitores. 
 En 2017, a raíz de un fallo de la Corte Suprema que favorecía la situación judicial de los militares detenidos por crímenes de lesa humanidad (y que no prosperó debido a una gigantesca movilización popular que copó la Plaza de Mayo), nació la agrupación Historias Desobedientes, que une a un conjunto de hijos de represores que adoptaron las banderas de lucha contra la impunidad. 
 Analía Kalinec, nacida en octubre de 1979 en Córdoba, se enteró en agosto de 2005 por un llamado telefónico de su madre que su padre, Eduardo, había sido detenido por delitos cometidos en los centros de concentración Atlético-Banco-Olimpo antes de su traslado a la provincia mediterránea. Conocido como el “Doctor K” en la jerga de los represores, Kalinec padre fue condenado a prisión perpetua en 2010 por su participación en secuestros y torturas (unos 153 casos probados). Ana María Careaga, testigo en el juicio, recordó que Kalenic la golpeaba cuando la encontraba, enfadado porque no había dicho al momento de su rapto que estaba embarazada. “¿Querés que te abra de piernas y te haga abortar?”, la amenazaba. 
 “Los hijos biológicos de genocidas asumimos la condición de genocida de nuestros padres y tenemos que desandar un montón de idealizaciones de nuestros familiares. En mi caso tenía un padre muy querido e idealizado que de repente se me volvió siniestro tras conocer su accionar en la dictadura”, señala Analía (Página 12, 4/9), hoy docente y psicóloga, autora de “Llevaré tu nombre”, una autobiografía en que narra su experiencia personal. 
 “Las lógicas muy cerradas de estas familias hacían que, por ejemplo, alguien como yo, que nací en el año 79 y que pasé mi infancia y adolescencia en escuelas católicas, círculos cerrados, incluso sociales, no haya tenido acceso al reclamo que hacían las Madres, Abuelas de Plaza de Mayo o los hijos de desaparecidos, que son de la misma generación que yo”, agrega (ídem).
 Otro caso icónico es el de Mariana D., quien cambió su apellido para diferenciarlo de uno de los represores más característicos de la dictadura: Miguel Etchecolatz. Etchecolatz, uno de los contactos de la candidata a vice de Javier Milei, comandó la represión en La Plata. Estuvo involucrado, entre otros episodios, en la desaparición de los estudiantes secundarios en la “Noche de los lápices” y del albañil Jorge Julio López, quien fue desaparecido una segunda vez, en democracia, en 2006. 
 En su vida personal, Etchecolatz (quien falleció en julio de 2022) era tan perverso como en su vida profesional. “Su sola presencia infundía terror”, explicó Mariana en un reportaje con Infobae (12/5/17). Debido a la violencia familiar que ejercía su padre, la madre de Mariana pensó varias veces en escaparse con ella y sus otros hijos, pero Etchecolatz lo sospechó y la amenazó: “si te vas te pego un tiro a vos y a los chicos”. 
 El plan sistemático de desaparición de personas de la dictadura militar involucró 800 centros clandestinos de detención, tortura y exterminio en toda Argentina. El blanco principal fueron los activistas obreros, estudiantiles y villeros, ya que para 1976, las organizaciones guerrilleras ya se encontraban muy debilitadas. 
 Bajo la democracia, las leyes de obediencia debida y punto final, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, y luego los indultos de Carlos Menem, consagraron la impunidad de los represores. La enorme lucha de los familiares, organismos de derechos humanos y del pueblo argentino posibilitaron, sin embargo, la reapertura de algunas causas y algunas condenas, y una memoria antirrepresiva que se fue transmitiendo de generación en generación. 
 No vamos a permitir que Milei y sus secuaces la borren de un plumazo.

 Gustavo Montenegro

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