Las contradicciones de la política económica dictada por el FMI.
Es más que una cuestión de agenda que, en medio de las críticas del kirchnerismo y de la circulación de rumores sobre su caída, Martín Guzmán haya asistido a ratificarse en su cargo de ministro de Economía al foro que en el Hotel Llao Llao de Bariloche citaron los principales empresarios del país. El denominado círculo rojo aparece como el real apoyo que sustenta al economista en su puesto, en medio de una estampida inflacionaria y de las ineludibles contradicciones con que choca a cada paso la política económica dictada por el Fondo Monetario.
Ante magnates locales entre los que se encontraban Eduardo Elsztain del grupo Irsa, Marcos Galperin de Mercado Libre o Martín Migoya del otro unicornio argentino Globant, el ministro se jactó de haber «cumplido los objetivos que nos trazamos en lo fiscal, en lo monetario y desde el punto de vista externo», es decir con las pautas que exige el FMI. Es expresión de que, mientras busca hacer énfasis en su rol de «gestión» y asegura «no inmiscuirse en disputas políticas», Guzmán es consciente de que su única chapa es estar colocado como el interlocutor confiable con el directorio del Fondo. Ahora bien, es ahí donde empiezan los problemas.
Un ejemplo de la parálisis de su «gestión» es el aún no nato proyecto de gravar la «renta inesperada», anunciado hace ya dos semanas. La única nueva precisión es que los productores rurales no estarían alcanzados porque habrían tenido que afrontar mayores costos como en fertilizantes y logística (Ámbito Financiero, 2/5), otro recule oficial ante el escuálido tractorazo. Por lo tanto la iniciativa no solo tiene un futuro parlamentario muy incierto, sino que incluso sus objetivos prometen ser bien exiguos. Por lo demás, la discusión entre Guzmán y los empresarios sobre si es necesario o no bajar impuestos para estimular a invertir solamente aclara que predomina una completa huelga de inversiones, a pesar de las jugosas ganancias de un puñado de compañías.
La encerrona del curso oficial se revela claramente en el sector energético. Con la intención de despejar dudas cuando la suba de los precios internacionales agrava el déficit energético, complica la reducción de subsidios y amenaza con una falta de gas en invierno, el ministro afirmó que están «trabajando en adaptar el tema de regulaciones de capital para facilitar la entrada de capitales», lo cual se suma a su planteo en la reciente reunión de Idea sobre que «hay que facilitar los flujos de inversión externa directa». En criollo, promete flexibilizar el cepo cambiario para petroleras y privatizadas del sector, pero lo hace en el preciso momento en que caen las reservas internacionales del Banco Central y se reaviva la corrida al dólar, y en pleno conflicto con las automotrices que ante las trabas a la importación de autopartes alertan por un parate de la industria.
Cada promesa se choca así con sus propias contradicciones, especialmente con la frazada corta de la escasez de divisas, algo que cuando se habla de «rentas inesperadas» por el boom de las commodities solo un farsante podría adjudicar a una «restricción externa». Los dólares se escurren porque el gobierno cumple religiosamente los pagos de deuda externa y porque el Central es cómplice de los capitalistas que fugan esas ganancias que no reinvierten.
Lo primero es muy palpable. En el último día hábil de abril se cancelaron 460 millones de dólares al BID y el Banco Mundial (dos veces y media las compras que hizo la autoridad monetaria en el mes), y el primero de mayo se completa un giro de 1.000 millones al FMI en concepto de intereses. El segundo motivo de la fuga que habilita el BCRA incluso lo confesó el propio Guzmán en el Llao Llao, cuando se atribuyó el «logro» de haber permitido que los fondos de inversión extranjeros que habían «quedado atrapados» en bonos en pesos cuando estalló la bicicleta financiera macrista redujeran sus tenencias a la cuarta parte, por lo que los especuladores financieros pudieron llevarse unos 9.000 millones de dólares.
Si todas estas tensiones que se traducen en un inmovilismo no terminan de eyectar a Martín Guzmán de su puesto de ministro de Economía es porque, amén de los disgustos que ocasione en los bolsillos de algunos particulares, este programa fondomonetarista es la única guía del rumbo por el que brega el gran capital. Sin embargo esta ausencia de alternativas no es desde ya motivo de entusiasmo, y los sombríos pronósticos a la vez retroalimentan la huelga de inversiones. Por supuesto que el círculo rojo también recepcionó a Macri, Larreta y Milei, pero sus promesas chocan indefectiblemente con los mismos escollos que hoy valen para la política oficial; ninguno aparece con la capacidad real de llevar adelante el plan que esgrime, al menos no sin serias convulsiones sociales. En este punto los capitalistas valoran el desplome inédito de los salarios, facilitado por la integración en pleno de la burocracia sindical al gobierno.
Así las cosas, lo que el lujoso Hotel Llao Llao puso de manifiesto es la ausencia de perspectivas de la clase social que domina en Argentina, y cuyo parasitismo es la raíz de la decadencia sostenida de la economía nacional y de las condiciones de vida del pueblo trabajador. Esta inviabilidad es lo que mina a la coalición gobernante y explica que el kirchnerismo (otrora autorreferenciado como rescatista de la burguesía nacional) que dispara contra Guzmán carezca de plan alternativo, a la vez que acicatea las divisiones en el campo de la oposición derechista.
Iván Hirsch
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