La guerra entre Ucrania y Rusia ha elevado el precio de los alimentos a nivel global y, con ello, está agravando el problema del hambre en el mundo. Según un artículo del último número de la revista británica The Economist, cuya tapa alerta sobre una catástrofe alimentaria por venir (“The coming food catastrophe”), la suba de precios de los alimentos disparó de 440 millones a 1.600 millones el número de personas que no tiene garantizada la nutrición básica; 250 millones de ellas “están al borde de la hambruna”.
Rusia y Ucrania explican en forma conjunta el 28% del comercio de trigo a nivel mundial; el 29% del de cebada; el 15% del de maíz y el 75% del de aceite de girasol. El bloqueo del puerto de Odessa por parte del Kremlin y el minado de las aguas del Mar Negro por parte de Kiev, sumado a las sanciones del imperialismo contra Moscú, está llevando la situación a un punto crítico. Según el artículo ya mencionado, hay 25 millones de toneladas de trigo y maíz atrapadas en la zona en conflicto, un equivalente a lo que compran anualmente las economías más pobres del mundo. Los silos ucranianos están llenos y los productores no tienen dónde almacenar las nuevas cosechas, que pueden llegar a pudrirse. A Rusia, en tanto, le pueden faltar insumos como resultado de las represalias de Occidente.
El cuadro empeora porque Moscú es también uno de los principales productores de fertilizantes. Aquí se da una cadena: el aumento del gas natural presiona sobre los fertilizantes, y estos sobre los alimentos.
Algunos países son especialmente vulnerables a la guerra entre Ucrania y Rusia. Egipto y Libia importan dos tercios de sus alimentos de la zona en conflicto. Líbano y Túnez, la mitad.
Un problema que se agrava
Como fruto de la pandemia, de las guerras y de los desastres derivados del cambio climático, el número de personas en situación de inseguridad alimentaria aguda ya había trepado en 2021 a 193 millones (desde 150 millones), según la FAO. Los países más afectados fueron la República Democrática del Congo, Etiopía, Sudán, Eritrea, Madagascar, Somalia, Yemen, Siria, Pakistán y Haití (El País, 4/5). Un informe reciente de Unicef, en tanto, advierte sobre el crecimiento de la desnutrición infantil, que en rigor ya venía en ascenso desde antes de la conflagración en el este europeo.
Mientras tanto, hay un élite económica que se beneficia de la suba de precios, que de acuerdo a un índice elaborado por la FAO -en base al seguimiento de una canasta de productos de primera necesidad- está en los niveles más altos desde comienzos de los ’70, y por encima de los registros de 2011, año en que la carestía alimentaria fue uno de los factores que desató las revueltas en el norte de Africa y Medio Oriente.
Un informe de la ONG Oxfam destaca que los ingresos de los multimillonarios en el sector subieron 450 mil millones de dólares en los dos últimos años. Hay 62 “nuevos multimillonarios de alimentos” en el mundo. Cargill, una de las firmas beneficiadas, ha añadido cuatro miembros de su familia a la lista (Continental, 23/5). Esto recuerda el señalamiento de Marx de la acumulación simultánea de miseria en un polo y de riqueza en el otro de la sociedad capitalista.
Se estima que más de veinte naciones adoptaron medidas para restringir la exportación de alimentos, con el objetivo de contener la situación local. Es lo que hizo la semana pasada la India con el trigo, lo que elevó más los precios internacionales del cereal.
La suba de los productos de primera necesidad y de los combustibles está motorizando una serie de movilizaciones y revueltas a nivel internacional, algo que ha advertido con preocupación el FMI en un informe de abril. El caso más importante es el de Sri Lanka. Pero también hubo protestas en Perú, Albania, Sudán e Irak. A la par, se ha reanimado la lucha salarial en los Estados Unidos.
Ese es el aspecto esperanzador: la intervención de las masas ante un régimen social que ofrece pestes, masacres y hambre.
Gustavo Montenegro
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