El S&P500 perdió en abril un 9%, su mayor pérdida mensual desde marzo de 2020 en medio del estallido de la pandemia de coronavirus; mientras que el Nasdaq se llevó la peor parte: el índice tecnológico retrocedió 13% el mes pasado y de esta manera anotó el peor mes desde el colapso de 2008. Desde sus máximos, el Nasdaq acumula una pérdida del 22,4%.
Las acciones globales perdieron u$s 2,7 billones en capitalización bursátil este año, a lo que habría que agregar las pérdidas de esta semana. Así, la capitalización de mercado total se desplomó a 104,9 billones, perdiendo un 15% desde sus máximos históricos de u$s 123,5 billones. En otras unas palabras, se evaporaron capitales por una cifra cercana a 20 billones, equivalente a un PBI norteamericano.
Estamos frente a una tendencia sostenida en el tiempo. A diferencia de otros cimbronazos a lo largo del año 2021, en que las caídas fueron transitorias y neutralizadas por recuperaciones de los valores, esta vez asistimos a una declinación muy pronunciada que se sigue agravando.
Lo que está en la base de este derrumbe bursátil es la consolidación del escenario de recesión con inflación que ya se venía insinuando. La guerra ha terminado por consolidar esta tendencia al provocar un principio de dislocamiento de la economía mundial, perturbando la circulación comercial y de capitales, amputando los mercados y echando leña al fuego al aumento de precios, cuya variación es la mayor de los últimos 40 años. Esto ha provocado una catástrofe alimentaria y energética, que golpea en primer lugar a los país emergentes pero el impacto se está sintiendo también con especial virulencia en las metrópolis capitalistas.
La economía estadounidense se contrajo a un ritmo anual del 1,4% en el primer trimestre de 2022, sorprendiendo a los economistas que esperaban un aumento del 1% del PIB, que mide la producción de bienes y servicios. Esto se une al malestar reinante por la inflación récord, que no cede.
El Fondo Monetario Internacional se ha visto obligado recientemente a revisar a la baja sus previsiones de crecimiento para 2022, hasta el 3,6%, y a proyectar que no se recuperarán los niveles de crecimiento anteriores a la pandemia hasta al menos 2026.
Un factor que no debe descuidarse y que está configurando una tormenta perfecta es el recrudecimiento de la pandemia. China hoy es el epicentro de este proceso y, confinamientos mediante, la actividad productiva se ha paralizado en sectores clave y afectado seriamente la cadena de suministros. Lejos de circunscribirse al gigante asiático, ya empieza a abrirse paso lo que se ha denominado una cuarta ola, lo cual va a tener un impacto global. Por lo pronto ya ha provocado un descenso de la producción china en el primer trimestre y no hay que descartar un aterrizaje brusco, con todas sus consecuencias a nivel interno como mundial.
Empresas líderes en la picota
El rasgo distintivo del derrumbe es que no han quedado inmunes las empresas líderes. Más aún, la depreciación de sus acciones es uno de los factores determinantes del fenómeno.
Las ventas masivas de acciones de las grandes firmas del sector han arrastrado este año al índice Nasdaq. Después de mantenerse como las favoritas en los portafolios de los inversionistas globales, ahora las grandes firmas de tecnología operan con pérdidas.
Tan solo diez de las empresas más líquidas del mercado, representadas en el índice Fang+, han borrado 2,7 billones de dólares de valor de mercado durante 2022. Entre estas están Facebook (hoy Meta Platforms), Amazon, Apple, Netflix y Google (Alphabet), además de Nvidia, Tesla, Alibaba, Baidu y Twitter; todas operan en terreno negativo.
La de mayor caída es Netflix, pues su acción se ha depreciado 69,04%, lo que significa una pérdida de 184.599 millones de dólares en su capitalización bursátil. Por debajo de la plataforma de streaming, se ubican con las mayores bajas Nvidia y Meta Platforms (antes Facebook), con ajustes superiores al 40%. Los papeles de la empresa de comercio en línea Amazon pierden 33,53% este año, mientras que los del fabricante de autos eléctricos Tesla caen 31,45%. Ambas han perdido 563.572 millones de dólares y 310.832 millones, respectivamente, en su capitalización bursátil.
El éxito de este selecto núcleo ha servido en el pasado para encubrir la declinación empresaria. En el mercado proliferaban empresas cuya valoración accionaria no se compadecía con la economía real. Parte de ellas –se calcula al menos un 20 %- revestían la categoría de empresas zombies cuyos resultados ni siquiera alcanzaban a cubrir los vencimientos de su deuda, que debían ser refinanciados. Pero importa señalar que la crisis fue haciendo su trabajo implacable de topo y ha empezado impactar también en esas empresas líderes. La sobreproducción y sobreacumulación de capitales ha ido acompañada de una caída de la tasa de ganancia de tal magnitud que ha arrestado a las estrellas del mercado.
La tensión entre estas corporaciones viene creciendo. El CEO de Apple salió a denunciar a Facebook por haberle facilitado a Trump el uso de su red para impulsar su prédica y violentar la privacidad de sus clientes. Un artículo de The Economist analiza lo que hay detrás de estos choques entre estos gigantes, sugiriendo que su motivación sería no tanto cuidar los derechos de los usuarios sino una disputa por control del mercado. Este es el caso de la disputa entre las dos empresas que dominan Asia, Alibaba y Tencent, pero es aún más evidente en el caso de los cinco gigantes occidentales, Alphabet (Google), Apple, Microsoft, Amazon y Facebook, cuyo valor de mercado es de 7,6 billones de dólares y son los principales pilares de la euforia especulativa. El problema es que el 40% de los negocios de estas empresas se realizan en competencia directa con los otros gigantes, el doble que en 2015.
La tendencia que progresa es “ganar en actividades dominadas por los competidores. Amazon crece en publicidad online, que era el dominio de Facebook y Alphabet (80% de sus ventas); Microsoft y Alphabet aumentan su participación en servicios en la nube, que era exclusiva de Amazon, con la que, a su vez, Walmart, la mayor empresa de distribución del mundo, comienza a competir en ventas online. Mientras tanto, Microsoft ha estado tratando de comprar dos redes sociales, Tik Tok (compartir videos) y Pinterest (fotos), y Huawei quiere crear un nuevo sistema operativo para no depender de Google” (“Las empresas de tecnología se quitan los guantes”, Sin Permiso, 14/3/21).
Hay dos razones para estas estrategias agresivas. “La primera es el hambre de ganancias, cuando los resultados operativos disminuyen pero las capitalizaciones bursátiles se disparan: los resultados de Alphabet se han reducido en 13 puntos porcentuales en diez años, los de Apple en 10 puntos porcentuales desde su pico en 2012. La segunda razón es la competencia: en muchos de estos negocios, la segunda y la tercera empresa se están poniendo al día con la primera, y un oligopolio es una guerra permanente” (ídem).
China no escapa a este proceso. La quiebra de Evergrande expresa la gigantesca burbuja inmobiliaria que se ha ido acumulando en el país asiático y que ha comenzado a hacer aguas. Pero esto es apenas la punta del iceberg de una economía atravesada en simultáneo por una sobreproducción por un lado y un endeudamiento por el otro, que triplica en la actualidad su PBI.
¿Tasa de interés o tasa de ganancia?
Se ha hecho hincapié en atribuir este nuevo colapso al aumento de la tasa de interés. Esto encubre más de lo que explica. Puesto lo que está en la base es el impasse capitalista y la declinación de los niveles de rentabilidad. De lo contrario, con tasa de beneficios razonables, las empresas estarían en condiciones de desarrollar su actividad, expandir sus negocios y pagar sus compromisos, incluyendo sus deudas. En cambio, ahora asistimos a trabas y a un freno creciente en el proceso de acumulación que ha sido neutralizada en parte con un creciente endeudamiento pero que se ha vuelto imposible de sostener. Está a la vista que el obstáculo no son las tasas de interés. Recordemos que el hecho de que hayan llegado a cero no permitió que la economía despegara; y tampoco es el obstáculo ahora pues tomando los actuales niveles de inflación las tasas de interés son fuertemente negativas.
Los activos de la FED, que se situaban por debajo del billón de dólares en 2008, se han multiplicado por nueve como resultado de la flexibilización cuantitativa iniciada tras la crisis financiera mundial y de la nueva inyección de unos 4 billones de dólares en el sistema financiero tras la crisis de marzo de 2020 al inicio de la pandemia.
The Economist señaló que la Reserva Federal es ahora el mayor tenedor de deuda pública estadounidense, con 5,8 billones de dólares en bonos del Tesoro en sus libros, una cuarta parte del total de 23 billones. También posee 2,7 billones en valores respaldados por hipotecas.
Un desprendimiento por parte de la FED de los bonos del Tesoro -o si cesa su compra– provocaría muy probablemente una desvalorización de la cotización de estos y en esa medida podría precipitar una abandono de dichos títulos por parte de los inversores que habitualmente han apelado a los mismos como refugio. Ya hubo un aviso en septiembre de 2019 y marzo de 2020, cuando el mercado donde se canjean los bonos del Tesoro dejó de funcionar durante varios días y no se pudieron encontrar compradores para la deuda estadounidense. Esto reviste especial gravedad si tenemos presente que Estados Unidos carga con déficits gemelos (fiscal y comercial): este último treparía a un cifra récord, que se estima en la friolera de 1,5 billones de dólares y que tiene en la deuda del Tesoro su principal fuente de financiamiento
Si esto vale para el Estado norteamericano, con más razón vale para el sector privado, donde la deuda corporativa norteamericana orilla el 80% del PBI. El Financial Times ha informado que el valor de los bonos basura de alto riesgo en EE.UU., que se negocian a 70 centavos de dólar —nivel que se considera señal de peligro- ha aumentado a 27.000 millones de dólares, frente a los 14.000 millones de finales del año pasado.
En resumen, el aumento de la tasa de interés es una reacción frente de la crisis capitalista y no a la inversa. Es un resultado de las contradicciones insalvables e irreprimibles que se han ido acumulando y que no encuentran una resolución. Este nuevo giro en la política monetaria abre aristas explosivas, en la que sin embargo no debemos descartar que las autoridades monetarias deban dar marcha tras, aunque sea tarde para reparar los daños. La decisión del aumento de la tasa de interés acelera las tendencias recesivas, con su secuela de bancarrotas, cierres y despidos sin que logre contrarrestar la disparada inflacionaria.
Pablo Heller
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