viernes, 4 de enero de 2019

El último adiós a Osvaldo Bayer

“Trabajar el sueño fundamental: un mundo con abejas y pan, y sin hambre ni balas.”

Osvaldo Bayer

Chicos intentaban rescatar una pelota que estaba atrapada en uno de los arboles de la Plaza Alberti y un perro se recusaba a volver a la casa después de su paseo diario. Marcelo vendía sus revistas “Hecho en Buenos Aires” y preguntaba a la gente si podría robar unos minutos de su tiempo. Unos tomaban mate y de lejos se escuchaba alguien tocar la guitarra, mientras otros caminaban con les niñes.
De a poco, la gente se iba acomodando en el pasto. Un señor pregunta qué se está armando y se espanta al saber que Bayer era su vecino y él, quien leía sus escritos, nunca se había enterado. Las caras conocidas de periodistas –siempre presentes en las marchas que nunca salen en las tapas de los periódicos–, se iban multiplicando y también se multiplicaban los ojos nostálgicos y los largos abrazos.
El amarillo, azul, blanco, rojo y verde de la bandera Mapuche daba la bienvenida a las cenizas y a la silla de Bayer, casi como una promesa de renovación, un futuro de abundancia, un gesto de curación, un reconectar de fuerzas, una semilla sobre la Tierra. Aplausos infinitos y rostros contemplativos miraban al horizonte de los relatos, como quien lee a Bayer y nunca más vuelve a reconocerse a sí mismo.
El último anarquista romántico, el maestro, intelectual, historiador, rebelde pacifista, periodista y, sobre todo, militante de las causas justas. “La belleza es perenne” fue una de las últimas frases de Bayer en uno de sus días en el hospital, lugar que le tocó frecuentar a menudo antes de su partida, pero no sin protesta. “Bayer llegó a armar un plan de escape del hospital” dijo Bruno Napoli, amigo y compañero de la vida y de las idas y venidas entre el hospital y la casa.
Reconocido amigo de los pueblos originarios, de las putas, de los fusilados de Santa Cruz, de las personas forzadamente desaparecidas, de quienes aprecian cerebros creadores de genialidades. La ética y compromiso con el hacer colectivo fueron acordados a cada minuto del encuentro en homenaje a Bayer; en los relatos, cartas, poemas, canciones, gritos bajo el cielo que amenazaba no poder contener sus lágrimas.
El Bayer constructor de la memoria colectiva se fue dejando la lección a todes nosotres: hacer política desde las entrañas, rescatar a quienes fueron demonizados por la historia y trabajar el sueño fundamental: un mundo con abejas y pan, y sin hambre ni balas.

Editorial Virginia Bolten

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