viernes, 11 de enero de 2019
Una historia desconocida: la Semana Trágica mendocina
Mendoza: la rica tierra del sol, el vino y las bravías mujeres huarpes, tuvo su propia Semana Trágica, en forma simultánea con la de Buenos Aires. En esta nota, un sucinto relato de los hechos.
A pesar de su tradición políticamente conservadora y de los desaguisados del actual gobernador radical Alfredo Cornejo —auténtico representante del neo conservadorismo local—, Mendoza ha sido siempre tierra de rebeldía.
Ya desde tiempos prehispánicos, la habitaban los indómitos puelches y pehuenches junto a la digna etnia de los huarpes, que dio a luz a guerrilleras históricas como Martina Chapanay.
Al producirse las guerras de la Independencia, el general José de San Martín reparó en la peculiar idiosincracia del gaucho mendocino, cuando al organizar el ejército libertador dictó su famosa orden general del 18 de julio de 1819, convocando a los “Compañeros del ejercito de los Andes” a combatir, si era necesario, “en pelota como nuestros paisanos los indios”, bajo el lema: “Seamos libres, y lo demás no importa nada”.
Esa tradición rebelde se continuó en la sublevación masiva de 1866 con la “Revolución de los Colorados” liderada por Felipe Varela, que se negaron a combatir en la impopular Guerra del Paraguay.
Hacia fines del siglo XIX, el paisanaje criollo había sido derrotado; el Código Rural y el alambrado de púa, habían estrangulado sus ansias de libertad.
Pero para entonces ya había comenzado a llegar a tierras cuyanas la inmigración europea; y con ella, las ideas anarquistas y socialistas, en boga en el viejo continente. Tales concepciones, en particular las anarquistas, encarnaron rápidamente en los hijos de la tierra, dado que expresaban en un cuerpo coherente de ideas, su intuitivo amor por la libertad.
Así, las sociedades de resistencia comenzaron a brotar en la tierra menduca como hongos después de la lluvia, agrupando a las peonadas en todo el territorio, que adhirieron a la recién creada Federación Obrera Regional Argentina (FORA).
Por entonces, el comercio local florecía con la exportación de vino, aguardiente y aceitunas, basado en lo que los anarquistas llamaban “la ignominia de la explotación”, sufrida por los trabajadores de la tierra.
Al respecto, el conocido cineasta Mario Soffici —que en aquellos tiempos trabajaba en las bodegas de Godoy Cruz— recordaba ante el periodista Osvaldo Soriano haber visto “esa cosa terrible que eran los vales de 5 pesos con que les pagaban a los obreros, a los trabajadores, de los que el almacenero descontaba 10 por ciento, además de darles mercaderías de 3 pesos por valor de 5”.
El gobierno provincial había estado desde siempre en manos de la oligarquía de los gansos; pero al asumir la presidencia de la Nación, el doctor Hipólito Yrigoyen ordenó la intervención de la provincia, para facilitar el ascenso al poder de su correligionario José Néstor “El Gaucho” Lencinas, político de comité, populista y campechano, quien convirtió a la proletaria alpargata en su emblema proselitista.
A poco de asumir el gobierno en diciembre de 1918, Lencinas promulgó la ley 732, que decretaba la jornada de ocho horas de trabajo para los trabajadores estatales.
Esto fue aprovechado por las autoridades de la empresa Luz y Fuerza para reducir en un 12% el salario de los trabajadores del tranvía eléctrico: si hasta entonces se pagaba un jornal diario por once horas de trabajo, a partir del 1° de enero de 1919 se pagaría sólo un jornal proporcional, correspondiente a las ocho horas decretadas.
“¡Abajo el carnero y viva la huelga general!”
La huelga de los tranviarios comenzó ese mismo día. La empresa reclutó entonces personal de los bajos fondos, altamente calificado para el robo y el asalto, pero no para la conducción de vehículos de transporte público; no se trataba de brindar un buen servicio, sino de contar con hábiles tiradores para repeler la acción de los piquetes huelguistas.
El domingo 5 ocurrió el primer hecho de sangre de la huelga, cuando una columna de obreros que manifestaba frente a la usina de Luz y Fuerza —sita en San Martín y Entre Ríos— recibió un nutrido fuego de fusilería desde el interior del edificio, produciendo heridas a un agente de policía y al manifestante Julio Ferreira.
Al día siguiente la noticia salía en los diarios, aumentando la tensión social; a lo cual se agregaban inquietantes noticias llegadas de Buenos Aires, respecto de una masacre obrera en el barrio de Pompeya, ejecutada contra trabajadores en huelga de la metalúrgica Vasena. El periódico anarquista porteño La Protesta lanzaba además el vehemente llamado de la FORA del V Congreso a la huelga general nacional por tiempo indeterminado, a partir de las doce del mediodía del jueves 9 de enero.
Ese mismo día, por la mañana, la Federación Obrera Provincial (FOP) mendocina resolvía —a solicitud del gremio tranviario— la gran huelga general de solidaridad, que conmovería hasta los cimientos a la sociedad mendocina, a partir del día siguiente.
El viernes 10 fue un día que amaneció cargado de negros presagios. Los diarios de la mañana traían noticias increíbles de Buenos Aires: la huelga general había derivado en un caos indescriptible: la ciudad estaba tomada por piquetes obreros; la policía, aterrorizada, se hallaba atrincherada en las comisarías; el cortejo fúnebre de los obreros caídos en Pompeya había sido atacado a tiros; los obreros asaltaron armerías, y se entablaron recios combates en las esquinas de Buenos Aires.
Cuando aquel día se inició un mitin obrero en el kiosco de la Alameda, se hallaban reunidos 4.000 trabajadores —una cifra impresionante para la época—, que escucharon pacientemente los discursos de quince oradores de los diferentes gremios obreros.
Pero las tensiones acumuladas debían necesariamente estallar. El primer desorden se produjo al terminar el mitin, cuando la policía quiso disolver la manifestación, lo que provocó un tumulto de gritos, silbatinas y piedrazos. Un grupo de obreros se refugió en la ferretería de Alberto Forgas —San Martín 1756—, emprendiéndola a pedradas contra los uniformados, varios de los cuales sufrieron contusiones.
En tanto, el grueso de los manifestantes se dirigió a la sede de Luz y Fuerza, dando vivas al movimiento huelguista y procediendo a prender fuego al edificio. En medio de tal caos, se presentó el jefe de redacción del diario La Montaña, dando a viva voz una noticia que esperaba pudiera calmar los ánimos: “¡El gobierno acaba de intervenir la empresa Luz y Fuerza!”.
Pero entre los manifestantes se hallaban mezclados elementos maleantes que respondían a los gansos, que dieron gritería para tapar el discurso, mientras hacían fuego de revólver.
Al llegar, la policía hizo fuego de fusilería al aire mientras pechaba con los caballos, recibiendo como respuesta una andanada de piedras y más disparos, que respondieron con sus armas. En medio del desbande producido por las detonaciones quedó tirado en la calle, herido de muerte, el jornalero Luis Gutiérrez, recibiendo también heridas de arma de fuego dos guardas de tranvía y seis efectivos policiales.
Victoria obrera
Enervados los ánimos por los sucesos —en el local de Pintores se velaba aún el cadáver de Gutiérrez—, el sábado 11 de enero se produjeron disturbios por toda la ciudad. En Godoy Cruz, un canillita gritó al paso de un tranvía, en la esquina de San Martín y Guido Spano, “¡Abajo el carnero y viva la huelga general!”; tras lo cual, el matón que lo conducía hizo fuego de revólver, hiriendo en la pierna a una niña.
A las dos de la tarde, los piquetes obreros convergieron por la avenida San Martín, bajando las persianas de los comercios que aún permanecían abiertos; en estas acciones, se destacaron los canillitas.
Otro objetivo de los huelguistas, particularmente de los anarquistas, era proceder contra las panaderías, cuyo gremio orientaban; algunas de ellas obtuvieron custodia policial, y en la conocida “La Espiga de Oro” —San Martín y Catamarca— se llegó a tomar el comercio, resistiendo desde adentro la acción policial. Asimismo, se impidió el reparto de mercaderías en carros y carretelas, vehículos que fueron volcados en las calles para formar barricadas.
Por la tarde se conoció el texto de un decreto del gobernador Lencinas, que anunciaba el completo triunfo de las demandas obreras:
“AVISO: Llevamos a conocimiento del público, que por Decreto del P.E. de la Provincia se ha declarado intervenida la sociedad anónima Empresa ‘Luz y Fuerza’ con fecha 10 del corriente, habiendo esta intervención conseguido el objeto perseguido, o sea el de readmitir el personal de Motormen y Guardas, con el mismo salario que cobraban al 31 de diciembre de 1918, y a más la jornada máxima de 8 horas, quedando por lo tanto regularizados los servicios. Mendoza, 11 de enero de 1919. El Interventor, ANTENOR F. PEREIRA”.
La novedad se dio a conocer a través de los medios, sin comunicación oficial a los gremios. Para verificar su autenticidad, una delegación de la Federación Obrera se reunió con el interventor ese mismo día; pero el funcionario la recibió de mal modo, anunciando de una manera soberbia y altanera que, habiendo concedido ya las mejoras solicitadas, él haría circular “como sea” a los tranvías, a partir de la una de la tarde del domingo 12.
Los delegados regresaron a la asamblea a informar las novedades, y —molestos con la actitud del interventor— resolvieron gestionar una entrevista con el Gobernador en persona, la cual fue fijada para el domingo al mediodía.
Un telegrama reservado fechado el domingo 12 de enero, despachado por el jefe del Correo mendocino al director de Telégrafos en Buenos Aires, daba cuenta cabal de la situación:
“Casas de negocio cerradas, tranvías y autos no circulan. Anoche me informó el interventor de la usina de luz eléctrica que hoy tomarían todos nuevamente servicio, pero hasta ahora no lo han hecho, de manera que aquí se mantiene el paro general (…) Comisiones huelguistas recorren casas comercio para mantener el cierre completo. He puesto aviso en mi frente que en ésa reina calma pues me asaltan preguntándome si es verdad sucesos tan gravemente que resultan exagerados, y algunos inverosímiles (…aunque…) muchos no me dan crédito”.
Ese domingo 12, el clima era de tranquilidad, teniendo lugar incluso las humoradas de la clase poseedora; unos huelguistas que pasaban frente al Jockey Club, tuvieron oportunidad de escuchar la arenga de un singular personaje mendocino, el «conde Saurina», un elegante «dandy» de sociedad, quien proclamó ante los obreros el «derecho a no trabajar».
Al mediodía, la comisión obrera reunida con «El gaucho» Lencinas, acordaba descargar la responsabilidad de los sucesos sangrientos del día 10 en los matones a sueldo de la empresa, quienes fueron identificados y procesados por el asesinato del obrero Gutiérrez, y a dar por terminado el conflicto.
A continuación los delegados se reunieron con el interventor de la empresa y firmaron el compromiso de reanudar el trabajo ese mismo día a las 7 de la tarde. La Federación Obrera aprobó lo actuado, y dio a conocer un comunicado, el «Manifiesto de la FOP», anunciando el triunfo de la huelga y la vuelta al trabajo.
A las 19 horas, partió de la usina de Luz y Fuerza el primer tranvía, “completamente empavesado con banderas nacionales”; viajaban a bordo, como en un viaje inaugural, el interventor, funcionarios de gobierno y diputados provinciales, así como un representante del diario “La Montaña”.
La Semana Trágica mendocina había finalizado con el triunfo del movimiento obrero, acaso por apelar a una herramienta ya olvidada por el sindicalismo peronista: la unidad y solidaridad incondicionales, de todos los trabajadores cuyanos.
En la sufrida Mendoza de hoy, aún se vive, se ama, se sufre, se ríe y se lucha. Desde siempre, y para siempre. Y allí donde campeen el egoísmo y la crueldad, baldones de la condición humana, surgirán mujeres y hombres capaces de gritar, como aquel anónimo canillita mendocino, el grito de guerra de los desheredados de la tierra: “¡Abajo el carnero y viva la huelga general!”.
Horacio Ricardo Silva
Historiador, escritor y periodista
El autor de esta nota es historiador, escritor y periodista. Escribió de Días rojos, verano negro: enero de 1919, la Semana Trágica de Buenos Aires (Bs. As., Libros de Anarres, 2011) y coautor, junto a Roberto Perdía, de Trienio en rojo y negro – La Semana Trágica, las huelgas de la Patagonia, la lucha de los trabajadores de La Forestal y los anarquistas (Bs. As., Planeta, 2017). Este material fue publicado originalmente en mayo de 2012, en formato radial y en folleto impreso, por el colectivo mendocino La Hidra de Mil Cabezas.
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