miércoles, 8 de agosto de 2018
A 85 años del concordato entre el Vaticano y el régimen nazi
La doble moral de la Iglesia Católica.
En medio de los debates por la conquista del aborto legal, la Iglesia se ha erigido como el principal enemigo de este derecho adjudicándose una supuesta bandera en defensa de “la vida”. La impostura de los autodenominados “pro vida” es doblemente perversa porque la Iglesia católica se ha bañado de sangre a lo largo de su historia desde tiempo inmemorial. La cruz y la espada fueron de la mano aplastando civilizaciones enteras de las que hoy apenas quedan rastros. Entre tantos hitos de una historia plagada de crímenes y abusos, uno de los más destacados es su complicidad con los regímenes fascistas que se cobraron millones de vidas en Europa. El pasado 20 de julio se cumplió el 85 aniversario de un histórico pacto internacional que firmaron el Vaticano y el nazismo en el marco de una alianza sin la cual Hitler no hubiera podido consolidar su poder. Al igual que Cristo, la Iglesia Católica tiene que cargar con una cruz muy pesada. En este caso, la de su propia historia siniestra.
´El concordato´: un pacto criminal contra la clase obrera
El 24 de marzo de 1933 se debatió en el Reichstag (parlamento alemán) la Ley Habilitante, oficialmente llamada “Ley para remediar la miseria del pueblo y del Reich”. Esta ley otorgaría plenos poderes a Hitler, con los cuales buscaba imponer una derrota aplastante al proletariado, movilizando a su base social, la pequeña burguesía alemana, a una guerra civil sin cuartel contra la clase obrera. Los nazis y sus aliados contaban con más del 50% de los votos de los diputados, pero necesitaba 2/3 para poder aprobar la ley. El Partido Comunista no participó de la sesión ya que a raíz del incendio del Reichstag, realizado por los propios nazis unos meses antes, todos sus diputados habían sido arrestados y enviados a campos de concentración, junto con algunos de los socialdemócratas. Fue entonces cuando Hitler abrió una negociación con el partido del clero, llamado Zentrumspartei (Partido del Centro), liderado por el sacerdote Ludwig Kaas, agente del cardenal Pacelli (futuro Papa Pío XII) para obtener los votos que le permitirían llevar a cabo su política criminal.
Finalmente, todos los diputados del clerical Partido del Centro votaron a favor de la Ley Habilitante y desde entonces el régimen nazi desató un ataque sin límites a todos los derechos democráticos, políticos y sindicales que quedaban el pie en Alemana para resistir al nazismo. Suele considerarse esta ley como el inicio de una escalada que terminará con la carnicería de la Segunda Guerra Mundial y con los campos de concentración más atroces de la historia. A pocas semanas de este acuerdo entre la iglesia y el nazismo a propósito de la Ley Habilitante, el 20 de Julio de 1933 el Vaticano y el gobierno de Hitler, en plena persecución contra la clase obrera alemana, llegaron a un acuerdo en Roma, conocido como el Reichskonkordat (oficialmente Concordato entre la Santa Sede y el Reich alemán) que significó una lavada de cara internacional de un régimen que estaba cometiendo los peores crímenes puertas adentro.
Con Dios y con los fascistas
El Vaticano ya contaba con antecedentes en la realización de pactos con regímenes de tipo fascistas. En 1929, bajo la jefatura del papa Pío XI, firmó el famoso Pacto de Letrán con Benito Mussolini. Con este acuerdo la Iglesia católica obtuvo la fundación de la Ciudad-Estado del Vaticano, tal como existe hoy, dando fin a la larga controversia de la Questione romana. También obtuvo el reconocimiento del catolicismo como única religión oficial de Italia, aumentaron los subsidios del Estado a la Iglesia, se eliminó la legislación laica y los crucifijos se volvieron a fijar en todas las escuelas. Mussolini, otrora ateo, colocó a seis sacerdotes en los ministerios de su primer gabinete y llevó a cabo un saneamiento de las finanzas del Vaticano con el rescate al Banco di Roma que se encontraba en bancarrota. La Iglesia mantuvo una participación activa en el gobierno fascista y, por supuesto, sirvió de manto ideológico y justificación divina para los abusos y asesinatos de Mussolini.
Con el concordato con el Reich alemán, la Santa Sede selló otro pacto de sangre desarrollando su política de colaboracionismo con los regímenes fascistas. El encargado de llevar a cabo dicho acuerdo fue el cardenal Eugenio Pacelli, , quien había sido arzobispo de Baviera (1917-20) y nuncio papal en Alemania desde 1920 a 1925. Pacelli era entonces el Secretario de Estado del Vaticano ,y como recompensa sería elegido en 1939 para ser el nuevo Vicario de Cristo, convirtiéndose en el Papa Pío XII. La iglesia otorgó una cobertura ideológica a la población alemana que marchaba al frente de batalla con la idea de que llevaban a cabo una “cruzada” contra el bolchevismo. Compartían con los nazis su odio hacia los judíos y hacia la revolución, muchas veces unidos en uno solo por el protagonismo de los judíos en la fundación de sindicatos y de partidos obreros en el siglo XIX.
En su encíclica Quadragesimo anno (1931), el Papa Pío XI condenó inequívocamente al comunismo y sostuvo que los principios del socialismo son incompatibles con las doctrinas de la Iglesia católica, así como también defendió la prohibición de las huelgas y la liquidación de los sindicatos, llevadas a cabo por el fascismo. La entrega de la Iglesia tanto al fascismo en Italia como al nazismo en Alemania, dos movimientos políticos sobre los que tenían poca ascendencia en su origen, venía de la importancia que tenían estos regímenes como último recurso para aplastar la revolución proletaria.
Al acercarse el final de la Segunda Guerra, el papa Pío XII, quien nunca olvidaría su experiencia como nuncio apostólico en Munich durante las revoluciones de 1919, comenzó a presionar por un compromiso de paz entre las potencias imperiales enfrentadas, en oposición a quienes pretendían una derrota total de Alemania, para evitar un nuevo levantamiento del proletariado alemán. Luego de la derrota de los países del Eje, muchos nazis aprovecharán los vínculos que habían estrechado durante largos años con la Iglesia católica para que Roma fuera su ruta de escape hacia los países latinoamericanos. La Iglesia también jugó un papel clave en la reconstrucción del Estado italiano de posguerra, recomponiendo una parte importante del aparato del Estado fascista, para evitar lo que parecía un inminente levantamiento de la clase obrera italiana.
“La iglesia se separa del Estado”
La estrecha vinculación del Vaticano con los gobiernos fascistas tiene como contrapartida su política hostil para con el Estado ruso que parió la revolución proletaria de 1917. Y no le faltaron razones. El 20 de enero de 1918 el Consejo de Comisarios del Pueblo presidido por Lenin lanzó un decreto sobre las asociaciones eclesiásticas que en su artículo 1 decretaba la separación de la Iglesia del Estado”. En su artículo 9, “la escuela es separada de la iglesia”; en su artículo 11 quedó prohibida “la recaudación forzosa de impuestos” por parte de la Iglesia y en su artículo 13, todos sus bienes “se declaran propiedad del pueblo”. A su vez, en el artículo 3 sostenía que “cada ciudadano puede profesar cualquier religión o bien no profesar ninguna. Todas las limitaciones de los derechos ligados al hecho de profesar la fe que sea o de no profesarla son abolidas”.
En el decreto sobre la protección de la salud de las mujeres del 18 de noviembre de 1920, el Comisariado del Pueblo de Salud y Justicia denunció que la prohibición del aborto en el mundo llevó a generalizar la práctica de abortos clandestinos “y ha hecho de las mujeres víctimas de charlatanes mercenarios y a menudo ignorantes, que hacen una profesión de las operaciones secretas. Como resultado, hasta el 50 por ciento de estas mujeres desarrollan infecciones en el transcurso de la operación, y hasta el 4 por ciento de ellas mueren”. Por eso, en el mismo decreto se resolvió “permitir que este tipo de operaciones [abortos] se practique libremente y sin ningún cargo en los hospitales soviéticos, donde las condiciones necesarias para minimizar el daño de la operación estén aseguradas”.
Como contrapartida, el papa Benedicto XV realizó en 1920 una declaración (motu proprio) llamado Bonum Sane, donde condenó expresamente el comunismo y advirtió contra el advenimiento “de una república universal basada en el principio de la perfecta igualdad entre los hombres y en la comunidad de bienes, república en la que hubiesen desaparecido las diferencias entre las naciones y en las que no se reconociese ya autoridad alguna del padre sobre los hijos, del Estado sobre los ciudadanos ni la de Dios sobre la sociedad de los hombres”. Inmediatamente a la revolución, el Vaticano comenzó a tejer vínculos diplomáticos con los Estados limítrofes con Rusia (Finlandia, Polonia, Lituania, Estonia, Letonia, etc) con el fin de crear un muro de contención y aislamiento de la Revolución Rusa del resto de Europa. El Estado soviético y el clero, sin embargo, comenzaron nuevamente a colaborar bajo el régimen stalinista, tanto con la iglesia ortodoxa en Rusia como con la católica en la ocupación de Polonia, y el aborto legal fue abolido en 1936 con un decreto de Stalin.
Aborto legal, seguro y gratuito
El marxismo ha supeditado su lucha contra los prejuicios religiosos a la lucha por el socialismo, porque la emancipación material de los hombres y las mujeres es la base de su emancipación ideológica. Con ese espíritu la Revolución Rusa decretó la libertad de culto religioso, al mismo tiempo que separó a la iglesia del Estado y comenzó una intensa labor educativa sobre la clase obrera para promover el ateísmo. Esa es la razón por la que el Vaticano tejió alianzas con los regímenes más sanguinarios y brutales que jamás hayan pesado sobre las cabezas de la clase obrera: porque la explotación material de ser humano es la base de su enajenación mental. En momentos en que las mujeres, en nuestros días, están luchando por sus derechos, la Iglesia se encuentra desatando toda su fuerza contra esta pelea. La conquista del aborto legal, seguro y gratuito será un enorme paso en la lucha por la emancipación material y mental de la humanidad.
El Be
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