viernes, 22 de noviembre de 2013

“Pasan los años, el dolor no se va”



El dictador Reynaldo Benito Bignone, preso por otras causas, se presentó en los tribunales de San Martín.

Se trata de los secuestros de jóvenes que estaban haciendo el servicio militar en el Colegio Militar, donde Bignone era director. Por el caso de Luis Steimberg estuvo procesado en los ’80. Nuevas pruebas y nuevos testimonios.

Luis Pablo Steimberg fue secuestrado en agosto de 1976 mientras hacía el servicio militar en el Colegio Militar de la Nación. Pablo era militante del PC. En los años ’80, su caso y el de Luis Daniel García, otro colimba, también del PC y del Colegio Militar, fueron emblemáticos porque lograron impulsar el primer procesamiento de Reynaldo Benito Bignone. Bignone había sido director del Colegio Militar en 1976, pero luego de entregar la banda presidencial a Raúl Alfonsín gozaba de buena imagen. En enero de 1984 la Justicia lo procesó, llegó a estar detenido e incomunicado. La causa se frenó años más tarde con las leyes de impunidad y la semana pasada finalmente logró volver a ponerse en movimiento. El dictador tuvo que presentarse a indagatoria en los tribunales de San Martín convocado por la jueza federal Alicia Vence por esta causa. Con él también lo hizo Santiago Omar Riveros, entonces jefe de Institutos Militares de Campo de Mayo y su responsable. Los dos en este momento están detenidos por otras causas y llegaron en camión celular.
“¿Cómo te puedo explicar?”, reflexiona durante unos segundos Sara Ludmer de Steimberg, la madre de Pablo. “Pasan los años, el dolor no se va, y cada vez que surge algo nuevo a uno se le sacude el corazón, ésa es la cuestión.” Esta mujer, emblemática en la lucha de los organismos de derechos humanos, conoció la noticia del reinicio de la causa con 90 años de edad. Está convencida de que ahora sí la cosa irá para adelante. Y cuando nombra a Bignone le dice “atorrante” porque se acuerda de cómo un día intentó “calmarla”: “Era tan cínico, es tan cínico, tan infame”, dice. “Un día cuando le dije de Pablo, me dijo: ‘Se habrá ido con alguna negrita, por ahí’.” Sara cuenta que Bignone tenía a la familia bien identificada desde los primeros tiempos de búsqueda. “Porque al día siguiente ya sabíamos lo que pasaba. Fuimos a la comisaría. De ahí nos fuimos a donde estaba Bignone y a la porquería en Campo de Mayo, cuando nos dijeron: ‘no está’, nos fuimos directamente a los diarios y el único que nos quiso sacar una nota bastante importante fue Crónica’. Se arriesgaron de verdad, pero salió todo lo que nosotros dijimos.”
La causa estuvo frenada desde 1987. Empezó a reactivarse en el medio del re-impulso de los últimos años, sobre todo a partir de las declaraciones de los colimbas de aquellos años. En ese sentido, el caso tiene dos núcleos, señala Pablo Llonto, abogado querellante. Uno, por el valor simbólico que está vinculado a lo que significó en esos años el procesamiento de Bignone en la lucha contra la impunidad, y otro por lo que está aportando de nuevo sobre las características de la lógica represiva al interior del Colegio Militar. “En los primeros años ’80, Bignone todavía era un tipo de peso. Hay que acordarse que le entregó la banda a un presidente civil y su figura sólo generaba repudio de nuestra parte, para el resto del país era un presidente entregando el mando a otro presidente, tenía un peso especial. Por eso, cuando se conoce el caso Steimberg pasa a ser muy fuerte, porque el acusado era Bignone, que parecía inmaculado y que en el contexto de esta causa aparece involucrado nada menos que con un caso en el Colegio Militar”, señala Llonto. Ese es otro aspecto. La tradición militar siempre trató de decir que el Colegio Militar fue un lugar de formación, que había quedado exento de toda mancha. Ahora se saben varias cosas. Una es que antes del secuestro de Steimberg y de García fueron secuestrando a otros colimbas para dar con ellos. Y que adentro hubo grupos de tareas. “Este caso vino a romper el invicto del Colegio militar –sigue Llonto–. Está indicando que había grupos de tareas adentro, que era un lugar de secuestro, de tortura y por eso la importancia de que estas dos causas avancen después de tanto tiempo, porque permiten ver que el Colegio Militar tuvo una larga participación en la represión.” El jueves pasado, ni Bignone ni Riveros aceptaron responder preguntas durante la indagatoria. Sara no pudo ir pero en su lugar fue Marcela Steimberg, hermana de Pablo e hija de Sara. Marcela ya estaba casada cuando secuestraron a Pablo y ahora tiene poco más de sesenta años. El hecho de que ellos no hayan respondido nada en las indagatorias le parece el dato menos importante porque lo más importante fue verlos ahí. “A las diez y pico de la mañana ya estábamos en el juzgado”, dice. “Pablo (Llonto) me mostró los cuerpos del expediente que yo un poco había visto hace años, porque mi papá tenía muchas copias.” Esperaron. Marcela sabía que Bignone iba a llegar en camión celular. “¡Ahí llegan!”, escuchó. “Salimos a la calle, estábamos los dos solos, y no sé de dónde pero me acordé en ese momento de una frase que me decía mi papá, sobre todo cuando yo lloraba: ‘Miralos a los ojos, sosteneles la mirada, vas a ver que ellos no van a poder’.” Marcela hizo lo que pudo.
“¡Buenos días!”, le dijo a Bignone mientras caminaba. “Soy Marcela Steimberg. Soy la hermana de Pablo Steimberg.” Atrás, dice, “venía Riveros. Te puedo asegurar, que los dos juntos están mejor que vos y que yo. Vestidos, peinados y con bastón”. Los represores entraron por un pasillo. Se metieron en una pieza. Marcela se dio cuenta de que todavía le había quedado algo por decirle a Bignone. Le preguntó a Llonto cuál había sido el último grado con el que pasó a retiro. Y ahora sí, cuando lo vio pasar otra vez le dijo lo que tenía pendiente: “¡General! –le gritó– ¡No se olvide de contar lo que le pasó a mi hermano Luis Pablo Steimberg!” Y listo. “Yo soy diabética como mi viejo y mi hermano mayor, pero si en ese momento me hubiesen dado... no sé, a lo mejor una copa melba, no hubiese sentido la satisfacción que sentí en ese momento: porque el tipo no me pudo sostener la mirada.”

Alejandra Dandan

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