El otorgamiento del Premio Nobel de Economía, algunas semanas atrás, tuvo la particularidad de que fue otorgado a dos economistas yanquis -Eugene Farma y Robert Schiller- quienes se caracterizan por sus planteos formalmente opuestos. El primero es un abanderado de la “teoría de la racionalidad de los mercados”; el segundo sostiene lo contrario.
Quizá por eso mismo, el mentado Schiller acaba de publicar un artículo en el inglés The Guardian con el siguiente título: “¿Es la economía una ciencia?”. La respuesta positiva apela a un argumento indefendible: la irracionalidad de la ciencia. Dijo el hombre: si en las fronteras del conocimiento de la mayor de las ciencias modernas -la física- las formulaciones son incompletas y aún carentes de coherencia completa ¿por qué negar rigor científico a la “economía” por defectos semejantes? O sea que la prueba de la ciencia es su incoherencia.
La crítica a la economía fue formulada más de un siglo y medio atrás. Marx caracterizó entonces a los economistas como “los representantes científicos de la burguesía”. El autor de El capital los comparó, sin embargo, con los “teólogos”, por convertir el orden existente en un orden natural. La economía, como desarrollo científico, conoció su fin con la consagración de la dominación capitalista y con el comienzo de las revoluciones proletarias.
La economía -a la cual se abocan los “premios nobeles” de marras- va de la teología a la hechicería, no a la filosofía. La llamada, originalmente, “economía política”, que Marx criticó, caracterizó la riqueza social a partir del trabajo. Esta “economía política” inglesa (por Adam Smith y David Ricardo), junto a la filosofía clásica alemana y el socialismo francés, fueron considerados “tres partes integrantes del marxismo” en un célebre artículo de Lenin para una enciclopedia de su época.
La economía de los Schiller y compañía hace abstracción del “trabajo”. El capital, en un período de decadencia y de crisis, observa como una amenaza el señalamiento del origen y la sustancia de su riqueza. Dirige su atención al estudio del “comportamiento” de los individuos, una mezcla de chapucerías y especulaciones. Identifican el metabolismo social como un conjunto de “expectativas” que brotan de la nada. Este “conocimiento” no adolece de la contradicción entre la finitud y la infinitud, propio de la ciencia y la de la actividad humana; adolece de la pura introspección.
La “nueva economía” o simplemente “economía” a secas se postuló como una tentativa de estudio de la acción eficiente del “individuo”. Es una tentativa de abolir la objetividad del sujeto social. El economista Schiller es un especialista en… “economía del comportamiento”. Esto le alcanzó, con todo, para prever la bancarrota de 2007, para lo cual le alcanzó con la lectura de la letra chica de los contratos hipotecarios, en lo cual se especializa. Es por eso que Schiller cuestiona la “racionalidad de los mercados”; sabe, por pura experiencia, que el mundo mercantil está compuesto de alienados.
La “racionalidad” de los que especulan en el mercado a la suba es replicada por los que apuestan, cuando el mercado se invierte, a la baja. El punto más alto de este delirio es cuando los que apuestan a la suba se protegen con inversiones a la baja y viceversa. Creen que este mecanismo particular de compensación frente a un derrumbe, elimina la tendencia a ese derrumbe. En lugar de un seguro para el más allá, creen que hay un seguro para las crisis. Pero el contrato de seguro mismo se ha convertido en instrumento de especulación, en especial cuando el costo de comprarlo es inferior al rendimiento de una quiebra. Los “nobeles” comparan a la economía con la física, pero abogan por la supresión de la ley de la gravedad. Al final, el único seguro que obtienen es el rescate del capital por parte del Estado, o sea a costa de los trabajadores. Tanto va el jarro al río que al final los trabajadores se encargarán de suprimir esta póliza salvaje de la anarquía capitalista.
La racionalidad o irracionalidad del “mercado” no puede ser abordada de forma doctrinaria. Mercado y mercancía han sido un campo de extensión de las relaciones humanas y de fuerzas productivas -finalmente bajo la forma de capital. La razón organizadora de la burguesía encuentra su límite en sí misma, cuando se convierte en factor de estancamiento y retroceso de las fuerzas productivas que alumbraron su nacimiento y que, luego, ayudó a hacer crecer. O sea cuando tienen que hundir en sangre la tentativa de liberación de esas fuerzas productivas. Se llega de este modo a una transición histórica que plantea la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y el desarrollo de la gestión planificada como mecanismo social.
Los planteos de los “premios nobeles” son la expresión bárbara de una barbarie real.
Pablo Rieznik
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