lunes, 25 de noviembre de 2013

El “modelo” en la encrucijada



El ascenso de Axel Kicillof a ministro de Economía ilusiona a los “progres” que todavía tienen alguna esperanza en que el gobierno tome un curso distinto al señalado por los acuerdos con Chevron, la devaluación salarial en cuotas y la vuelta a los “mercados”. Por otro lado, el establishment salió a poner reparos al ministro “marxista”. Es ridículo. Kicillof escala en un gobierno donde los empresarios “se la llevan con pala” y que es “pagador serial” de deuda externa.

Aunque desde la Subsecretaría de Coordinación Económica y Mejora de la Competitividad, que tiene bajo su mando, buscó “monitorear” las ganancias y alentó la participación de funcionarios en las empresas con participación estatal generando reacciones adversas de algunos empresarios, que por regla son reacios a la intromisión en sus asuntos privados, en realidad el ministro es un guardián de los beneficios patronales. Incluso en algunos casos los resultados de sus “monitoreos” terminaron promoviendo límites a las subas salariales, como ocurrió con los choferes de media distancia en 2012. Ni hablar que los techos en las paritarias siguieron su curso. Además, la intervención de funcionarios en empresas con participación estatal es gracias a los recursos que el gobierno sustrae de la ANSES para invertir en acciones mientras niega el 82% móvil a los jubilados. El “monitoreo” tampoco impidió que con los aportes de los jubilados se pague la deuda externa convirtiéndola en interna, es decir, en gran parte, en deuda del estado con los mismos jubilados. Nada parecido a atacar la ganancia empresaria, algo básico para Carlos Marx. La preocupación del ministro es orientar la inversión de una burguesía nacional que como dicen economistas cercanos al gobierno tiene “reticencia” inversora. Por eso instigó el acuerdo con la imperialista Chevron. De todos modos, la caída de los niveles de inversión en la economía durante su gestión habla por sí misma de sus “éxitos”.
Si la designación de Kicillof no provocó entusiasmo en el empresariado, la salida de Guillermo Moreno hizo que el Mercado de Valores de Buenos Aires festeje con un alza. Los modales del ex secretario de Comercio Interior y las trabas a importaciones no gustan entre los hombres de negocios, aunque siempre arbitró a favor de las patronales más concentradas como ocurrió con los acuerdos de precios que hizo con las cadenas de supermercados y en los arreglos que alcanzó con las grandes cerealeras.
Las alternativas para solucionar los problemas del “modelo” habían abierto brechas en la conducción económica. Los desaciertos se sumaron uno sobre otro. El control de precios no se cumple. La inflación por la remarcación empresaria para licuar el salario termina afectando la propia “competitividad” de la burguesía. La industria está virtualmente estancada. El “cepo” cambiario llevó a la caída de la actividad inmobiliaria y de la construcción. El blanqueo de capitales culminó en un fracaso. El pacto de entrega con la Chevron no resolvió la crisis energética, que en lo que va del año absorbió 11 mil millones de dólares por importación de combustibles. Además de airear un gobierno golpeado por el resultado electoral, el cambio en el gabinete es un intento de poner coto a esa interna y buscar una salida a la encrucijada económica.

“Me quiero ir” a endeudar al país

Como compensación por su salida de economía el gobierno ubicó a Hernán Lorenzino en la “Unidad especial para la reestructuración de la deuda”. Lorenzino ya había dado pasos para regularizar la relación con el Banco Mundial. Este banco habilitó un préstamo por 3 mil millones de dólares a cambio de un pago a capitales especulativos que litigaban contra Argentina en el CIADI, un tribunal hecho a medida de las empresas imperialistas. Ahora tiene como misión llegar a un acuerdo con el Club del París y con los fondos buitres. Además, renegociaría los pagos de deuda del año próximo. El acercamiento a los “mercados” se completa con un nuevo índice de precios consensuado con el FMI. Los márgenes de maniobra por el desendeudamiento es un verso. Como reconoció Mercedes Marcó del Pont, renunciada presidenta del Banco Central, el 75% (7.500 millones de dólares) de las reservas perdidas este año fueron a pagar la deuda externa. En este curso el año que viene se perderían otros 9 mil millones. Cediendo reservas a los especuladores el gobierno debilita su poder de fuego para enfrentar corridas cambiarias. A la vez, deja caer la cotización de su famoso relato sobre el desendeudamiento.

Sin salida a la vista

Los cambios de gabinete en lo inmediato no fueron acompañados de anuncios que modifiquen la política. No obstante, en la práctica Juan Carlos Fábrega, nuevo presidente del Banco Central, aceleró el ritmo devaluatorio y entregó unos 600 millones de dólares de reservas para tratar de achicar la brecha del dólar oficial con el “blue”. Esto va en sintonía con los deseos empresarios. Pero la situación endeble en el frente externo por la escasez de dólares hace prever nuevos anuncios. Un desdoblamiento cambiario (formal o de hecho) con un dólar más caro para el turismo es una de las medidas esperadas en los medios económicos. Pero sin rechazar el pago de la odiosa deuda externa no hay forma de evitar que los dólares se vayan del país. La nacionalización de la banca y la creación de un banco estatal único, controlado por los trabajadores, permitiría combatir la especulación financiera y destinar todos los recursos para satisfacer las necesidades del pueblo trabajador, por ejemplo mediante un plan de obras públicas para construir viviendas. Hay que establecer, como plantea el programa del FIT, el monopolio estatal del comercio exterior para confrontar a las grandes cerealeras (Cargill, Bunge, Dreyfus y otras) que especulan reteniendo ventas de soja. La designación del ex hombre del INTA, Carlos Casamiquela al frente de Ministerio de Agricultura que se mostró “abierto al diálogo con todos los sectores” va en el sentido opuesto. El gobierno intenta ganar tiempo buscando dólares en los “mercados”. Pero los problemas estructurales de la economía permanecen aún luego de una supuesta “década ganada”. Entre tanto cambio de gabinete, lo que nadie discute es la agenda de los trabajadores que día a día pierden con la inflación. Para defendernos de los aumentos de precios hay que luchar por la reapertura de las paritarias, un plus de fin de año y la escala móvil de salarios en función de la inflación realmente existente. Tenemos que pelear por acabar con la precarización laboral y conquistar todas las demandas obreras. Que la crisis de su “modelo” la paguen ellos.

Pablo Anino

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