El antagonismo entre el peronismo y los intereses populares.
El lema del acto de La Cámpora, “la fuerza de la esperanza”, mal se compatibilizó con un discurso en que la vicepresidenta apenas planteó que la tarea es explicar “con claridad” que no queda otra que seguir este rumbo de ajuste, porque hay que pagar la deuda que dejó el macrismo especialmente con el FMI. Dicho de otra forma, no hay esperanzas. Es que por fuera del folclore peronista y el clamor por la candidatura de Cristina Kirchner, nadie pudo compartir la “alegría” de los residentes porteños por arrancar una paritaria formidable, peleando desde abajo contra Larreta y la burocracia sindical de Sutecba y la AMM. Es un retrato del antagonismo al que ha llegado el peronismo respecto de los intereses populares.
Sin ir más lejos, ese mismo día la Plaza de Mayo había sido ganada por los trabajadores de la salud de hospitales bonaerenses y de la Ciudad de Buenos Aires, en un cuadro de paros y movilizaciones también en Córdoba, Tucumán, Río Negro. Confluyeron allí con los huelguistas docentes de los Suteba Multicolor, Ademys y AGD-UBA, y con la jornada de lucha de los jubilados. Es ahí donde está “la fuerza de la esperanza”… para derrotar el ajuste. 24 horas después comenzaba en Ezeiza un congreso con 2.500 delegados del Polo Obrero electos en 1.500 asambleas organizadas por toda la Argentina, en una instancia de profundos debates políticos entre los luchadores que protagonizan las enormes movilizaciones piqueteras contra el hambre y la desocupación, preparándose de cara a un 2023 “de mayor ajuste”.
En contraste, los militantes kirchneristas que el jueves asistieron el Estadio Diego Maradona en La Plata esperando “que Cristina ofreciera una salida frente a la gravedad de la situación del país, del derrumbe del gobierno del Frente de Todos, se fueron con las manos vacías”, como sentencia nuestro editor Eduardo Salas. La conclusión implícita es que no hay más camino que bancar el plan Massa. Por eso al margen de la centralidad que ocupa la vice en el escenario político, no puede ocultar la impotencia de su propia política, circunscrita a intentar darle oxígeno al gobierno. Como dijo Eduardo Belliboni en la apertura del congreso del Polo Obrero: “El peronismo hoy en la Argentina es la correa de transmisión de los grandes intereses capitalistas y del Fondo Monetario”.
Claro que ese rumbo requiere cruzar los dedos para sortear el verano sin que la zozobra de los mercados de convierta en una corrida que imponga por las malas una devaluación. Es el punto al que llegamos promediando el primer año de un programa fondomonetarista que agravó el desquicio económico, como señala el editorial semanal de Vanina Biasi. Las reservas del Banco Central volvieron a caer en picada tras el fin del dólar soja, desde cuando el capital agrario volvió a acopiar los granos a la espera de una nueva temporada de este beneficio multimillonario. La sequía que azota las cosechas, la crisis de las importaciones que está derivando en parates de fábricas, y la desconfianza de la banca que se rehúsa a renovar sus títulos de deuda pública hasta más allá de las elecciones próximas, forman un combo que puede terminar convirtiéndose en la tormenta perfecta. Un salto en el tipo de cambio, cuando la inflación siguió altísima en octubre, podría ciertamente detonar una híper.
Por todo esto, el margen de maniobra del gobierno es muy angosto. Para que no haya dudas, Kristalina Georgieva declaró después de reunirse con Alberto Fernández y Sergio Massa en Bali que, en vistas del proceso electoral que se aproxima, deben mantener la “disciplina” del ajuste fiscal. Este es el contexto en el que el segundo del Ministerio de Economía, Gabriel Rubinstein, asegura que podemos terminar en un Rodrigazo, es decir en un shock devaluatorio preñado de tarifazos y salto inflacionario. El paralelismo es ilustrativo de quiénes son los que pagan los platos rotos de la depreciación del peso, porque semejante mazazo a los salarios beneficia a los capitalistas, mientras los exportadores mantienen sus negocios en dólares y los industriales ganan competitividad frente al encarecimiento de los productos importados.
Casualmente, ese fue el punto de llegada del tercer gobierno peronista, ese que vendría luego del retorno de Perón tras 17 años de exilio, efeméride que precisamente vino a reivindicar el acto de Cristina. Si el camporismo puede hacerse el distraído de este derrotero -que incluyó el boleo al propio Cámpora y el copamiento de la derecha peronista de la mano de López Rega y las AAA-, no zafó de escuchar a su jefa reclamando la militarización de las barriadas del Conurbano con la Gendarmería.
Lo hizo responsabilizando a los pobres por la inseguridad, apenas horas después de que el Indec publicara que la canasta de pobreza se encareció en octubre nada menos que un 9%, y la canasta básica alimentaria (la línea de indigencia) un 9,5%, pasando a costar el doble que un año atrás. Es que los alimentos vienen siendo el vector de mayor incidencia en la escalada inflacionaria. Así, es evidente también quiénes son los que pierden con la inflación, porque los trabajadores son quienes destinan sus ingresos al consumo de estos rubros, mientras que los capitalistas invierten, especulan y remarcan precios. La responsabilidad oficial, con todo, quedó expuesta por el propio organismo de estadística, que reveló que la suba del IPC fue lideraba por los tarifazos de la segmentación y el aumento concedido a las prepagas. No requieren mayor explicación las razones de la Unidad Piquetera para volver a concentrarse frente al Ministerio de Trabajo el martes 22, después del debut de Argentina en el Mundial, ante un Consejo del Salario Mínimo que condena a millones a la indigencia.
Como sea, la mayor impostura de la vice fue jactarse que el kirchnerismo es “lo nuevo” en la política Argentina, más aún por contraste con Milei y su reivindicación del menemismo. Una estafa por partida doble: porque el gobierno de Menem tuvo en Néstor y Cristina a fieles exponentes en la provincia de Santa Cruz, especialmente ante la emblemática privatización de YPF -a cuyos obreros despedidos reprimieron usando a la misma Gendarmería que hoy quieren desplegar por el Conurbano-; y porque desde entonces han sido la fuerza política que gobernó el mayor período de tiempo.
Por esto, decir que el kichnerismo terminó ahora “adoptando los dogmas neoliberales”, como hizo Miryam Bregman en un acto del PTS, es una concesión gratuita, que solamente sirve a los fines de tender un puente con el discurso de La Cámpora. Es lo que se ve en el lema “combatir a la derecha y la resignación”. Este seguidismo de un nacionalismo devenido en fondomonetarista es un callejón sin salida para la izquierda. La única perspectiva pasa por contribuir, interviniendo en cada una de las luchas obreras y con una agitación política socialista, a que los trabajadores dejen atrás al peronismo como referencia política. Los multitudinarios actos que hizo el Partido Obrero a lo largo y ancho del país trazaron ese rumbo planteando ir por un nuevo “que se vayan todos”, construyendo un movimiento popular que se lleve puestos a todos los políticos capitalistas.
Es la clase obrera la única que puede inclinar la cancha para el lado contrario. Vale esto a nivel mundial, cuando la cumbre del G20 fracasó ruinosamente en explorar una tregua de la guerra en Ucrania, y el encuentro entre Biden y Xi Jinping no despejó ninguno de los frentes de conflicto entre el imperialismo yanqui y el gigante asiático. Es la expresión de un capitalismo que no puede ofrecer más que choques militares, crisis y hambrunas. Este es el marco en que empezará a rodar la pelota en el Mundial de Qatar, que si puso de relieve la superexplotación laboral y los negocios que rodean la organización de estos megaeventos deportivos, también dejó en off side la impostura imperialista de los guerreristas de la Otan que hablan de democracia mientras oprimen a los pueblos del mundo, afuera y adentro de sus fronteras.
Las posiciones están definidas. ¡A la cancha!
Buen domingo.
Iván Hirsch
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