Las masivas protestas populares de rechazo a la realización de los Juegos Olímpicos, que han movilizado a miles de japoneses en la ciudad de Tokio el día de la fiesta de apertura, son una respuesta de la golpeada población local a la decisión de los organizadores de llevar adelante la competencia en medio de un pico de la pandemia en la ciudad nipona, donde solo el 20% de su población se encuentra vacunada.
Fue tal la prioridad colocada por los gobiernos nacional y municipal de Tokio y por el Comité Olímpico Internacional (COI) de llevar adelante las competencias contra toda lógica sanitaria, que, a último momento, tomaron la decisión de que todo el desarrollo de los Juegos se llevará a cabo sin la presencia de público –aunque esto afectaba (y lo lamentaran), los ingresos de todos los que lucran con su realización- justamente por el brote de coronavirus desatado en la ciudad, entre otros puntos del país.
Mientras los organizadores incluían la realización de un minuto de silencio en homenaje a las víctimas por el coronavirus, en el estadio vacío donde se realizaba la ceremonia se escuchaban los cánticos de la multitud que lo rodeaba, que cuestionaba a las autoridades que realizaban el recordatorio cuando Tokio tiene los picos más altos de contagio en varios meses.
Y cuando, al mismo tiempo, la cantidad de contagiados sigue creciendo entre los deportistas y el personal afectado a los juegos -ayer ya superó los 90-, en algunos casos, como en el de la delegación checa, dejándola afuera de un par de competencias por quedarse sin atletas en condiciones de intervenir.
Competencia de escándalo
Los Juegos, además, han sido salpicados en los últimos días, por varios escándalos que terminaron con el despido del director a cargo de la ceremonia de apertura, Kentaro Kobayashi, por hacer comentarios ridiculizando el holocausto y del compositor de las ceremonias de apertura y clausura de los Juegos Olímpicos de 2020, el músico japonés Keigo Oyamada, luego que se enfrentara a una reacción violenta en las redes sociales por rescatar públicamente los abusos que realizara contra compañeros discapacitados.
Está claro que las declaraciones de los organizadores sobre la posibilidad de suspenderlos “si crecía la cantidad de casos” fue solo una manifestación que apuntó a prevenirse frente a una catástrofe sanitaria. La decisión de que el negocio de los Juegos no se detenga se mantiene aún con el cuadro de pandemia desatada, adentro y afuera de los estadios.
Brutal ataque al medioambiente
Otro de los aspectos que muestra el gran negocio capitalista en el que se han convertido los Juegos, al igual que la mayoría de los grandes eventos deportivos internacionales, es el del desastre ecológico que suponen, por el carácter irracional de su organización. Esto pese, o tapado por, declaraciones rimbombantes del COI y todos los gobiernos organizadores, donde dicen tomar como prioridad de los Juegos la defensa del medio ambiente.
Uno de los aspectos que se destacan por las consecuencias medioambientales, pero también de la irracionalidad, es el de la infraestructura que siempre corre por cuenta de los gobiernos y que luego queda en desuso pese a la magnitud de las obras y la dimensión de las inversiones realizadas. Esto porque su construcción solo aporta al negocio de la realización de esa edición de los Juegos y no tiene en cuenta si el lugar donde se instalan requiere o no de ellas.
La irracionalidad capitalista
Una nota de Yahoo (19/7) da cuenta de que luego de la realización de los Juegos Olímpicos en Brasil, en el 2016, donde el gobierno nacional y los locales –que son los que realizan las obras y corren con el costo de las mismas- invirtieron 13.000 millones de dólares, el monumental estadio de Brasilia -entre otros- ha quedado totalmente abandonado, las piletas olímpicas y sus estructuras están, asimismo, sin uso y de los 3.600 departamentos construidos para el alojamiento de los atletas, solo se vendieron 340, mientras que el resto permanece desocupado y abandonado, pese a la terrible situación de la vivienda que sufren las masa populares del país.
Esto, destaca la nota, se replica en el caso de Atenas 2004, donde se invirtieron 11.800 millones de dólares en grandes estructuras donde, entre otras, se alojaron las competencias de vóley, natación y de kayak, y que hoy se encuentran totalmente abandonadas.
En Sotchi 2014, el gobierno de Putin partió casi de cero para construir (y destruir) toda la estructura necesaria para los Juegos en esa relativamente pequeña ciudad rusa. Se invirtieron 41.600 millones de dólares en obras que incluyeron hasta la construcción de un aeropuerto y, según la Unesco, se produjo un desastre ecológico, con la liquidación de bosques naturales; el cambio del curso de un río y sus consecuencias para la fauna, entre muchas otras cosas y con la obsolescencia por la actual falta de uso de toda la infraestructura construida.
En la ceremonia de apertura, el titular del COI, Thomas Bach, alabó el esfuerzo de los atletas y dijo que era un momento de “alegría y alivio” especialmente para ellos porque finalmente había podido llegar allí que era lo que querían.
La verdadera razón de esa “alegría y alivio” la explicó la atleta negra norteamericana y activista por los derechos de los negros, Gwen Berry, quien forma parte de la delegación de ese país pero en 2019 recibió del Comité Olímpico de los EE.UU. una suspensión condicional por 12 meses por levantar el puño en protesta contra los ataques racistas en su país y, por esa razón, perdió a sus patrocinadores. Eso, dijo, “fue extremadamente devastador porque cortaron todos mis ingresos” como para poder “competir, ir al extranjero, ir a competencias, conseguir premios”.
De la más antigua competencia deportiva de la humanidad, nacida en la ciudad de Olimpia –se estima- en el año 776 AC solo quedan los emblemas. El capitalismo ha dado cuenta de la misma para convertirla en un gran negocio.
Solo la liquidación del capitalismo hará posible que las grandes gestas deportivas vuelvan a convertirse en una gran fiesta y competencia fraternal.
Nelson Marinelli
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