miércoles, 18 de diciembre de 2019
El Reino Unido después del triunfo de Johnson
El primer ministro Boris Johnson logró una holgada victoria en las elecciones del Reino Unido del 12 de diciembre, al alzarse con 365 escaños (66 más de los que tenía) en la Cámara de los Comunes, lo que le asegura una mayoría legislativa propia al partido conservador. En cambio, el partido laborista de Jeremy Corbyn sufrió un derrumbe histórico (203 bancas, 42 menos que antes), en lo que ha sido calificado como su peor resultado desde 1935.
Johnson logró imponer al Brexit como el eje de la campaña electoral. Esgrimió el planteo de concretar de una vez por todas el tortuoso proceso de ruptura con la Unión Europea (UE), aprobado en un referéndum en 2016. Por medio de un ataque a la burocracia ajustadora de Bruselas, le arrebató al laborismo circunscripciones históricas del centro y norte del país, zonas obreras que han padecido el proceso de desindustrialización de la ex primera ministra Margaret Thatcher y que han sufrido como nadie las políticas de ajuste que siguieron a la crisis de 2008. No se privó, durante la campaña, de prometer más fondos para salud y educación. Al mismo tiempo, atacó la “incontrolada inmigración”, que se ha transformado en un chivo expiatorio frente a la crisis en toda Europa. Como parte de su campaña, Johnson logró un acuerdo con el partido fascista y ultraderechista de Nigel Farage (el Partido del Brexit) para que éste bajara sus candidatos en aquellas circunscripciones en que la división de fuerzas ponía en juego la conquista del diputado por parte de los conservadores. El triunfo de Johnson ha sido saludado con entusiasmo por Trump, que le propone como alternativa a la UE un tratado de libre comercio entre ambas naciones.
Corbyn, en cambio, intentó un equilibrio imposible entre los sectores de su partido más proclives al Brexit y aquellos más inclinados a la permanencia. Como concesión al ala derechista de su partido, europeísta, prometió una postura más suave que la de Johnson en las negociaciones y levantó el planteo de un nuevo referéndum, pero sin fijar una indicación concreta de voto en ese potencial escenario. Esto contribuyó a la pérdida de bastiones históricos del laborismo a manos de los conservadores (en cambio, mantuvo su caudal y triunfó en Londres). Las concesiones no bastaron, sin embargo, para conformar al ala derecha, una parte de la cual saboteó su campaña.
Para disimular la falta de una respuesta para las masas al acuciante problema del Brexit, Corbyn adoptó un programa que contempla distintas demandas populares: suba del salario mínimo a 12 euros por hora a partir de los 16 años (actualmente es de 9,50 a partir de los 25, pero baja hasta los 5 para los menores de 18); reducción de la jornada laboral a 32 horas semanales (aunque en un plazo de diez años); nacionalización del ferrocarril y el transporte (pero con indemnización); defensa del sistema público de salud; mayor presupuesto para la lucha contra el cambio climático. De todos modos, Corbyn detuvo en el congreso partidario las propuestas de reintroducir una cláusula derogada por el ex primer minsitro Tony Blair que postula la nacionalización de los principales medios de producción (El País, 24/9).
El plan de Corbyn choca con las rígidas normas de la Unión Europea en materia fiscal y presupuestaria, con lo que desaira a aquellos que con su planteo ambiguo de un nuevo referéndum pretendía cortejar. Corbyn ha sido víctima de sus contradicciones.
La fuerza abiertamente europeísta de los comicios, el partido liberal demócrata, también sufrió un derrumbe. Obtuvo 11 bancas (10 menos) y su máxima dirigente perdió en su distrito. Los verdes sólo ganaron un escaño.
Perspectivas
La victoria de Johnson no resuelve las tendencias a la desintegración del Reino Unido que expuso el Brexit ni le asegura un mandato plácido. Si bien se ha reforzado como líder partidario, la mayoría que obtuvo el partido conservador no es homogénea, ya que cuenta con partidarios tanto de la permanencia como de la salida de la UE.
La burguesía y los grandes medios de comunicación han apoyado su campaña debido a su desconfianza hacia Corbyn (“la espectacular subida de la libra estos días hace pensar que la City pronostica una victoria conservadora”, informaba hace pocos días el corresponsal de El País de Madrid, en un artículo titulado “El dinero vota a Boris”, del 10/12), pero mayoritariamente recela del Brexit y más aún de una salida desordenada (sin acuerdo con la UE).
En Escocia, el Partido Nacional dio un salto político y se quedó con casi la totalidad de los escaños en juego en la región (obtuvo 48). Su referente, Nicola Sturgeon, volvió a reclamar un nuevo referéndum para alinear a Escocia dentro de la UE.
En el caso de Irlanda del Norte, la nueva propuesta en debate en la mesa de negociaciones con la UE, que consiste en situar la aduana en el mar como un modo de evitar el resurgimiento de una frontera dura en el territorio, no satisface del todo ni a los unionistas (partidarios de mantenerse dentro del Reino) ni a los partidarios de una Irlanda unificada. El conflicto irlandés, poco más de 20 años después de los acuerdos de “Viernes Santo”, amenaza con resurgir.
Si el comienzo del siglo XX marcó la pérdida del Reino Unido del status de máxima potencia capitalista global (a manos de Estados Unidos), el comienzo del siglo XXI plantea la amenaza de una disgregación del Reino como tal. El telón de fondo en ambos casos es una profunda crisis capitalista.
Pero no se trata de una crisis restringida al Reino Unido. El Brexit atiza las tendencias disgregadoras en todo el continente europeo, donde hay numerosas regiones que reclaman mayor autonomía o la separación de sus estados nacionales.
Dos variantes ajustadoras
El Brexit supone para algunos de sus impulsores la esperanza de reconquistar la gloria perdida del Reino por medio de una política autárquica y proteccionista. Pero la única perspectiva que se abre es la de una subordinación mayor a los Estados Unidos.
Los trabajadores que han votado a favor del Brexit en 2016 y por Johnson ahora tienen la expectativa de poder salir del chaleco de fuerza de las políticas de austeridad de la Unión Europea y mejorar sus condiciones de vida. Pero el Brexit es otra variante de ajuste, que intentará sacar a la burguesía de su crisis por medio de una desvalorización de la fuerza de trabajo y el ataque a las conquistas obreras. Johnson aprovechará su masiva votación para avanzar rápidamente en algunas de estas políticas.
En todo este período, la izquierda británica no ha podido fijar una política independiente frente a estas dos variantes ajustadoras. Se dividió entre planteos proclives al Brexit y otros de la permanencia en la Unión Europea.
Todo esto refuerza la necesidad de la unidad y la independencia política de los trabajadores. En función de ello, recobra valor el planteo el planteo estratégico de la unidad socialista del Reino Unido y de Europa.
Gustavo Montenegro
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