miércoles, 4 de diciembre de 2019
Renuncia el primer ministro iraquí y la calle va por todo
Dos meses de rebelión.
“La mayor ola de manifestaciones antigubernamentales en décadas” en Irak, tal como la caracterizó la corresponsal del Washington Post, sigue encendida luego de dos meses y de que este fin de semana Adel Abdul Mahdi, el primer ministro, presentase su renuncia y la misma fuese aceptada por el parlamento.
La dimisión del mandatario, que permanecería en el Ejecutivo hasta tanto no se logre la (difícil) conformación de un nuevo gobierno, “es solo una gota en un océano de nuestras demandas”, sentenció una de las manifestantes, resumiendo el sentir actual de una rebelión dirigida contra todo el régimen de gobierno, responsable de las insoportables carencias de infraestructura en el acceso a los servicios públicos, la desocupación masiva y una pasmosa corrupción.
Mahdi se vio obligado a presentar la renuncia luego de la masacre acometida contra los insurrectos entre el miércoles 28 y el jueves 28 -con al menos 62 asesinatos en la ciudad de Nasiriyah, 12 en Najaf y 4 en Bagdad-, que incluso fue respondida por manifestantes armados, y la subsiguiente demanda de que renuncie por parte del principal líder chiita, el ayatolá Ali al-Sistani. Desde el 1° de octubre, cuando estalló la rebelión, la represión se ha cobrado la vida de 430 manifestantes y dejado unos 19 mil heridos, según señaló un observatorio de DDHH del país.
La rebelión, que se concentra en Bagdad y el sur del país -de predominancia chiita-, ha comenzado a recoger expresiones de apoyo en el norte –de mayoría sunita-, como la movilización de cientos de estudiantes vestidos de negro en la ciudad de Mosul tras la masacre. También de parte de la comunidad cristiana del país. El levantamiento supera las divisiones rituales y es protagonizado por una juventud plebeya, de 25 años o menos, que representa un 60% de la población y ha crecido bajo la barbarie de la ocupación norteamericana, primero, y de la avanzada de ISIS después; que ha visto desarrollarse grandes procesos de lucha en estos años y que es testigo de cómo las corporaciones internacionales –y los políticos corruptos- se enriquecen con el petróleo de uno de los países con más reservas de este en el mundo, mientras ella pena por acceder a un trabajo y hasta a agua potable.
Esta juventud es la que copó Tharir en Bagdad y otras plazas centrales, que se organiza para asistir a los heridos por la represión, organizar clases públicas y reparar calles, y que incluso ha parido un periódico diario para difundir las novedades de la lucha ante el bloqueo oficial y el ataque a medios independientes, llamado “Tuk Tuk” por los modestos taxis de tres ruedas que –por la actitud combativa de sus conductores- se han vuelto un símbolo de la insurrección. Es decir, que transita un promisorio proceso de organización, más cuando se tiene en cuenta que confluye con la participación de sindicatos en las protestas, con huelgas de maestros y otros sectores.
“‘Después de Adel Abdul Mahdi, fuera el Parlamento, los partidos políticos e Irán’, siguen coreando los iraquíes” (El País, 2/12), en cánticos que expresan el rechazo al conjunto de los partidos sectarios que forman parte del régimen de reparto de cargos montado por Estados Unidos tras el derrocamiento de Saddam Hussein en 2003. Y al gobierno nacionalista del vecino país persa, que tiene un peso clave tanto dentro del gabinete iraquí como en las milicias paramilitares que están a la cabeza de las represiones sanguinarias, en primer lugar las Fuerzas de Movilización Popular. A los dictámenes de este se ha plegado incluso el clérigo chií Muqtada al Sadr: referente en el pasado de protestas, al Sadr pasó la mayor parte de estos dos meses en Irán –donde habría discutido, según algunas especulaciones, tratar de ponerse a la cabeza del nuevo alza popular para desviarla, sin resultados. Pero muchos manifestantes entrevistados rechazan también la injerencia de otros países, como Turquía o Estados Unidos.
El imperialismo norteamericano había coincidido con su enemiga Irán en la designación de Mahdi, para la cual aportaron votos los dos mayores bloques del parlamento: la coalición Sairún (que integran Al Sadr y el Partido Comunista) y Fatah, ligada a las milicias sostenidas por Irán. Pero “durante su año en el cargo, Mahdi fue ampliamente visto en Washington como un líder débil incapaz de hacer valer su voluntad sobre un gobierno fragmentado“ (estuvo ocho meses hasta que el parlamento le aprobase el gabinete); “su renuencia o incapacidad para tomar medidas enérgicas contra las milicias respaldadas por Irán, incluida su presencia en áreas cristianas y yazidíes en Irak, o para tomar medidas contundentes hacia la independencia energética de Irán exasperó tanto a la Casa Blanca que nunca se le concedió una reunión con el presidente Trump”, sostiene el Wall Street Journal. Incluso así, “los estadounidenses también han respaldado la idea de no cambiar al primer ministro en el marco de la crisis. Argumentan que esto podría dar pie al resurgimiento de los grupos extremistas, especialmente de una reagrupación de seguidores del ISIS” (La Vanguardia, 2/12). Para algunos, Estados Unidos buscará montarse a los choques sociales en curso para hacer avanzar su influencia en la región, mientras que según fuentes de la diplomacia yanqui Trump ve Bagdad “como una causa perdida”, inherentemente pro-iraní, y cree que hay que invertir menos recursos en el país, en línea con otros pasos de retirada que ha dado en Medio Oriente y que han generado el repudio de todo un sector de los capitalistas norteamericanos.
Un escenario revolucionario
La renuncia de Mahdi ha profundizado la crisis política, con consecuencias imprevisibles. Bajo las reglas vigentes, la principal coalición parlamentaria debería proponer un candidato a primer ministro, que luego debería formar gabinete y someterlo a la aprobación del parlamento. Pero esa coalición es Sairún, que sostuvo este domingo que no nominará un candidato. Así, se espera un largo tire y afloje (Al Jazeera) hasta que logre formarse una alianza entre grupos chiitas, que luego debería conseguir el apoyo de los partidos kurdos y sunnitas. Es decir que por el momento, y hasta no se sabe cuándo, quedaría un gobierno provisional… encabezado por Mahdi. El trastorno para formar gobierno del año pasado ha vuelto, en una escala infinitamente superior.
El punto central, desde ya, es que la calle continúa de pie. “No nos vamos a ir a casa hasta que la renuncia del primer ministro desate la disolución del Parlamento, y se lleven a cabo nuevas elecciones para que todos los partidos políticos y milicias actualmente en el poder puedan ser removidos”, señaló una manifestante a Al Jazeera, añadiendo que el proceso debe comenzar con una nueva ley electoral. Y no como la prometida por el presidente iraquí, Barham Salih, que los manifestantes han descartado como un intento cosmético de mantener el sistema.
Con un régimen absolutamente incapaz de satisfacer las demandas del pueblo y este levantado, se ha configurado un escenario verdaderamente revolucionario. Desde el Partido Revolucionario de los Trabajadores de Turquía (DIP) han señalado que “el devenir de esta revolución será decisivo” para el destino de todo Medio Oriente, teniendo en cuenta que Irak es el nexo entre la zona árabe y no árabe de la región, ambas atravesadas por grandes levantamientos.
Tomás Eps
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