Es una obviedad decir que aquellos que nos declamamos revolucionarios, luchamos durante toda nuestra vida buscando las vías para concretar nuestros anhelos: la revolución, el socialismo y el objetivo final, la sociedad sin clases, la única y verdadera democracia, el comunismo. Lo hacemos aún sabiendo que es probable que nunca veamos esos sueños hechos realidad. Es el camino el que nos dignifica. Esa es nuestra verdadera muestra de humanismo: luchar para que otros vivan mejor, sin miseria, sin ser explotados, sin hambre, sin humillación, una vida digna aunque nosotros no lleguemos a gozar de ello.
Luchar por el socialismo significa -está claro- luchar por la destrucción del capitalismo, fuente de toda desigualdad, de todos los males que sufren las mayorías populares en todo el mundo. No es un capricho religioso, es un imperativo civilizatorio y humano.
La lucha por el socialismo es un aprendizaje de la especie que lleva milenios. Desde que el primer ser humano explotó a otras u otros, con la evolución de los modos de producción y los sistemas de explotación que se desarrollaron alrededor de ellos: el esclavismo, el feudalismo y finalmente el capitalismo. La historia humana es el aprendizaje de las mayorías explotadas para liberarse de la explotación de las minorías explotadoras.
Estamos aprendiendo los revolucionarios. No es cosa fácil oponerse a un sistema social constituido y funcionando, mucho menos intentar destruirlo para construir otro que sea justo para todos y no para unos pocos. Es difícil porque el capitalismo no es sólo un sistema político-económico y social, sino que, como todo sistema, ha creado una cultura alrededor de su modo de producción y una conciencia social que deriva de ello en las masas. A pesar de ello, hemos tenido éxitos momentáneos, no muchos pero impresionantes, Estados que han llegado a dominar la mitad del mundo y que sin duda mejoraron la vida de millones de personas que vivían en la miseria y la humillación más absolutas. Sin embargo las fuerzas del capital han prevalecido en este corto proceso histórico (corto respecto de la historia humana) desde que el sistema burgués se impuso como hegemónico en el mundo.
Estamos aprendiendo y por supuesto hemos cometido y seguimos cometiendo errores, pero siempre guiados por valores que tienen que ver con la fraternidad, la libertad, la igualdad, la justicia social, el humanismo... y la razón. Lo importante es aprender de esos errores para no volver a repetirlos. Desde los más grandes hasta los más insignificantes. Desde los que derrumbaron Estados obreros hasta los que impiden constituirlos. Desde, por ejemplo, los que llevaron a la burocracia del PCUS a transformarse en las nuevas oligarquía y burguesía en los países que formaron parte de la ex-URSS, hasta los que en nuestro país llevaron a algunos sectores de izquierda a hacer flamear banderas rojas detrás de la Sociedad Rural y la Mesa de Enlace. Esos errores son imperdonables y no deben repetirse jamás.
«Lucharemos contra Kornilov, al igual que lo harán las tropas de Kerensky, pero no apoyamos a Kerensky. Al contrario, exponemos su debilidad» escribió Lenin a los bolcheviques desde Finlandia cuando se produjo el intento de golpe del general cosaco contra el gobierno provisional surgido de la Revolución de Febrero. “Usen el hombro de Kerensky para apoyar su fusil y disparar a Kornilov. Después nos encargaremos de Kerensky”, les contestó Trosky a un grupo de mineros cuando fueron a visitarlo a su celda. No es cuestión de trasladar mecánicamente una realidad a otra, son distintas aquella de Rusia y la Argentina actual. Pero desechar las experiencias impide el aprendizaje y lleva a cometer y repetir los errores.
Los bolcheviques nos enseñan que en pos de conseguir el objetivo estratégico, hay que tener política para la coyuntura, la lucha de clases y la realidad concreta, por más contradictoria que parezca. Nos equivocamos si queremos hacer entrar la realidad en nuestros libros: por el contrario, hay que usar los conocimientos que nos dan esos libros para cambiar la realidad, para construir una distinta, y la resultante será la síntesis de nuestra acción y la idiosincrasia, usos y costumbres de nuestro pueblo.
Lo que nos deja como enseñanza la política de los bolcheviques en aquel proceso, es que no son iguales los Kornílov y los Kerensky y que, aunque luchemos contra los dos, a veces hay que apoyar el fusil en el hombro del menos malo para dispararle al mal mayor. Eso, sin ser furgón de cola del mal menor.
Los revolucionarios en Argentina luchamos por el socialismo. Queremos destruir el estado burgués y estamos en contra de toda representación política del mismo. Pero para allanar el camino hacia nuestros objetivos no podemos tener la misma política para las bestias fascistas que para los que intentan erróneamente, humanizarlo.
El pueblo argentino viene de cuatro años nefastos, donde se entronizaron en el gobierno miembros de los mismos sectores que detentan el poder. Esos cuyo objetivo fue, es y seguirá siendo la destrucción de todos los derechos ganados por la clase trabajadora a través de décadas de lucha, de sangre obrera derramada, para así instalar un paraíso burgués en el país. Ése es en realidad el objetivo del estado burgués, cosa que le ha hecho difícil la lucha de clases, la lucha de los trabajadores por una vida digna. En fin, el pueblo no soporta esas políticas. Por eso elige –eligió- lo que tiene a mano para sacarse de encima a los que le hacen más daño: el Frente de Todos de Alberto y Cristina Fernandez.
Es obvio que esta corriente no es ni por asomo revolucionaria. Está más que claro que no impondrá el socialismo. Es de Perogrullo repetir que va a sostener el sistema burgués. Y que por lo tanto, nuestra acción estratégica debe tener que ver con una persistente política de constante denuncia contra el capitalismo y contra los poderes fácticos que lo constituyen. Esa política debe ser meticulosa, coherente, inteligente. La inteligencia debe expresarse al elaborar políticas teniendo en cuenta el contexto, el proceso histórico, la relación de fuerzas, los factores que constituyen el poder y los del campo popular. Tener la cintura necesaria para luchar por el socialismo sin caer en las trampas que tejen el imperialismo y la derecha.
El nuevo gobierno sabe que no tiene margen para continuar algún tipo de ajuste, porque el pueblo humilde y trabajador ya no puede más. Además, porque ve el resultado de los ajustes constantes en Nuestramérica, con Chile y Bolivia como ejemplos más cercanos, pero con convulsiones en toda la región, como Ecuador, Perú, Colombia, Haití. El Pacto Social que propone (al cual hay que oponerse porque pretende repartir las cargas de la crisis tanto en los que se beneficiaron o apoyaron a la administración anterior, como en sus víctimas) todavía está en el aire, mientras que ya se esbozan políticas urgentes para atender las penurias populares que pueden hacer estallar la realidad como un volcán en erupción. ¿Lo hace para beneficiar a los explotados? Más bien lo hace para salvar la institucionalidad del sistema en el que creen. Pero lo que hay que ver es quién está en condiciones de reemplazarlo en el caso de que cayera. Y obviamente, no es la clase trabajadora, no es la izquierda, los que reúnen esas características. Sí lo es la derecha más rancia, que ha obtenido en las últimas elecciones 10 millones de votos y cuenta con la estructura necesaria y el apoyo del imperialismo para hacerlo.
No se puede hacer política sin tener presente el pasado inmediato, sin tener en cuenta de dónde venimos. No se puede tampoco, sin tener en cuenta el humor popular. No se puede ignorar que hasta el 10 de diciembre los que salían a apoyar las políticas gubernamentales eran la oligarquía, la burguesía -financiera sobre todo- y la tilinguería barata clasemierdera que odia al laburante con olor a taller, al cabecita negra explotado, saqueado y marginado por las clases dominantes. Hoy, en cambio, se nota que la alegría en las calles ha saltado la grieta y son los humildes los que festejan. Hoy se ven ondear wiphalas, banderas originarias y de los pueblos hermanos nuestroamericanos en las calles.
Hay decisiones del nuevo gobierno que van en el sentido correcto:
- Créditos extra-bancarios para los que no tienen acceso al crédito
- Obra pública para generar empleo
- Doble indemnización por despido
- Reposición de la paritaria nacional docente
- Suspensión del pago de la deuda
- Reposición del impuesto a los bienes personales (riqueza)
- Sostenimiento y aumento de las retenciones al agro
- Tarjeta alimentaria
- Intervención a la AFI
- Reforma Judicial
- Fin de pautas individuales a periodistas
- Ruptura del bloque de poder judicial – espías – operadores de prensa
- Reinstalación de la presunción de inocencia
- No al protocolo Bullrich- Chocobar. No al gatillo fácil. No a los fusilamientos por la espalda
- Ministerios de Salud y Trabajo
- Ministerio de la Mujer
- Reposición del protocolo de aborto
- Campaña por la legalización del aborto
- Desconocimiento del gobierno de facto boliviano
- Asilo a Evo
- Cambio de postura hacia Venezuela y Cuba
Fue conmocionante escuchar al nuevo presidente decir “Si no cumplo con lo que digo, salgan a la calle para hacérmelo recordar”, algo que nunca se le escuchó a otro presidente del sistema burgués en la historia. Son cosas que demuestran que no son “todos iguales”, que no hay continuidad entre un gobierno y otro.
La situación en Nuestramérica es muy delicada. Los yanquis han vuelto a poner toda su atención y sus garras en lo que consideran su patio trasero. Ya lo anticipaban con los llamados “Fakenews” y “Lawfare”, con los que han corrido y destituido gobiernos que consideraban aunque más no sea “incómodos” para ellos, como los de Lugo en Paraguay y Zelaya en Honduras, Dilma y Lula en Brasil y las persecuciones a Correa y Cristina Kirchner, más el acoso constante a Venezuela, Nicaragua y Cuba. La vuelta de tuerca, el agravante, es que en Bolivia han vuelto a exacerbar a las botas. Hay toda una política de hostigamiento hacia los gobiernos llamados “progresistas” o “populistas” que no puede ignorarse. Al contrario, debe tenerse en cuenta antes de pergeñar cualquier movimiento.
En Argentina debe haber una política contraria al Pacto Social desde los sectores revolucionarios. Debe haber políticas contra el pago de la Deuda. Debe haberlas por la reestatización de las empresas de servicio público. Debe haberlas contra los tarifazos. Debe haberlas por el fin del latifundio y la socialización de las tierras. Debe haberlas por el Juicio y Castigo a los que han implementado políticas de hambre y miseria, a los que han reprimido y matado inocentes, incluso por la espalda. Debe haberlas para erradicar a la podrida burocracia sindical. Son problemáticas que difícilmente el gobierno actual haga suyas y que la izquierda debe llevar adelante.
Pero siempre diferenciándose de la derecha y de las políticas de la embajada yanqui.
Si la izquierda tuviese el peso necesario y suficiente, la llegada a las masas, la inserción social, la organización y la estructura económica mínima como para contrarrestar la hegemonía económica, cultural y social de la burguesía y la derecha política, entonces podría salir a la calle sin ningún miramiento. Pero como no es así, como es exactamente al revés, cualquier movida que se haga desde la izquierda al mismo tiempo que la derecha, se verá como (y será) funcional a los intereses de ésta.
Por ejemplo, para el 18 de diciembre el Poder Ejecutivo ha llamado a sesiones extraordinarias en el Congreso de la Nación para declarar la emergencia económica y de salud, para poder así encarar la batería de medidas contra el hambre de millones. La oposición macrista, lo peor y más rancio de nuestra sociedad, llama a oponerse y a salir a las calles ese mismo día. Cualquier movida política que se pergeñe para esas fechas contra el gobierno quedará enmarcada dentro de la agitación de ese sector antiobrero y cipayo, como funcional a los dictados de la Embajada, factor fundamental de esta movida y las que vendrán, para transformar a la Argentina en lo que hoy es Bolivia.
Parece mentira que haya quienes no lo vean y quieran repetir viejos errores, como los que cometieron durante la rebelión patronal contra la 125.
Hay que oponerse a las políticas que tratan de conciliar los intereses de los que siempre pierden con los de los que siempre ganan, porque así sólo se mantendrá el nefasto statu quo de la desigualdad. Pero hay que hacerlo con cuidado y con inteligencia, sin caer en las trampas de los que manejan los hilos de la realidad y tratan de transformarnos en sus peones.
El socialismo no será posible sin ganar las consciencias de los que hoy festejan o se sienten aliviados por el triunfo de Alberto y Cristina. Diferenciándonos de ellos, por supuesto, pero sobre todo de la tilinguería cipaya. Y para ganar esas consciencias debemos empezar, por lo menos, intentando que no nos repudien.
Gustavo Robles
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