lunes, 2 de diciembre de 2019
El valor estratégico de la historia
En un mundo donde prima cada vez más la instantaneidad y la preocupación por lo práctico inmediato, las cuestiones esenciales y los problemas de la totalidad social parecen condenados a la marginalidad, sino al olvido. Quienes transitan las facultades de Humanidades y quienes se dedican profesionalmente a las ciencias sociales se encuentran –con mayor fuerza desde la crisis mundial abierta en 2008– con ataques sobre los recursos, los espacios no controlados y la producción de conocimiento que en estas instituciones se desarrollan [1]. Esta tendencia del capitalismo encuentra su complemento en otra, que este mismo desarrolló al interior de la universidad, donde “demasiados pensamientos en fuga ante la historia hacen hoy de la historia del pensamiento ‘una serie discontinua de totalidades singulares’” [2].
Un conocimiento fragmentado, súper especializado y desligado de un sentido social y político, difícilmente puede enfrentarse a fuerzas estatales y organismos financieros internacionales. La conservación de las condiciones atacadas, como punto de partida para pelear por una universidad crítica al servicio de la transformación social revolucionaria, implica como decía Goethe, (re)conquistarlas de nueva cuenta. Contradictoriamente, este proceso abre la posibilidad de alcanzar mucho más. Recuperar la historia de los grandes procesos revolucionarios, estudiar los momentos conflictivos, preguntarle al pasado los problemas del presente, exigir un estudio honesto sin apologías, pensar la totalidad de la vida social en su conjunto, descubrir la dinámica del desarrollo y la jerarquía de los elementos que se despliegan del demiurgo histórico, y sobre todo, reconocer el lugar que tiene el sujeto en la transformación social son algunos de los elementos que la obra histórica de León Trotsky pone en el centro de la discusión.
Los historiadores de oficio, nacionales e internacionales, no han sido ajenos a esta forma de estudio científico a lo largo del siglo XX, pero hoy no es lo que prima. Evitar el estudio del conflicto y, con éste, el choque de perspectivas, ocultar la política y la ideología en nombre de una supuesta “imparcialidad” o estudiar los atributos de la existencia social separadamente, implica anular la crítica y condenar la ciencia a la inmutabilidad del pensamiento. La defensa del oficio de historiador, de las disciplinas humanísticas y de la tarea intelectual en general es hoy la lucha por un método de pensamiento que solo se determine por su automovimiento. Como decía Trotsky en el prólogo a su Historia de la Revolución rusa: “un trabajo histórico solo cumple del todo con su misión cuando en sus páginas los acontecimientos se desarrollan con toda la fuerza de su naturalidad” [3].
¿Hasta qué punto recuperar la forma de reflexión histórica de Trotsky permite pensar hoy, la defensa del oficio del historiador? y ¿en qué medida los historiadores encuentran en su oficio un punto en común con la tarea intelectual del marxismo revolucionario?
La historia estratégica
Trotsky escribe dos grandes “historias”: 1905 (1909) y la Historia de la Revolución rusa (1932). El objetivo que se propone no es solamente que se conozca la historia para inspirar futuras luchas, sino también y principalmente es que se comprenda para no repetir errores y dirigir la acción nuevamente con la mayor fortaleza posible. Esto es aprehender un método de razonamiento que permita lidiar con las fuerzas reales frente a lo inesperado del proceso revolucionario, donde los tiempos se aceleran. Su punto de partida es recuperar la historia del conflicto, el cual los vencedores borran y cuya inteligibilidad niegan, y es a la vez un ejercicio para pensar realidades concretas, pasadas y presentes.
Ambas obras parten de la pregunta por las condiciones materiales de existencia, que conlleva la caracterización de la singularidad rusa. Desde un primer momento, el objeto de estudio determina la forma de pensar y escribir su historia, y ésta se constituye a partir de las preguntas que problematizan al primero, y que parten del presente. La caracterización de las condiciones, el contexto y los sujetos reconstruye la objetividad sobre la que se desenvuelve la acción, y con ella afloran a la superficie las determinaciones de la subjetividad: los parámetros dentro de los cuales los sujetos piensan, los estados de ánimo cambiantes, la creatividad de las fuerzas vivas luchando. Pero este acontecer también posibilita el caos de las ideas, la anarquía de los elementos de la realidad en el pensamiento. Trotsky advierte sobre el velo de los síntomas y las apariencias, desconfía de la superficialidad y busca los contornos reales, las causas profundas, el fundamento y la lógica de desarrollo histórico.
Lejos del lugar al cual el marxismo fue condenado por ciertos intelectuales en la década de 1980, el de una teoría de la historia sin sujeto –encubriendo al estructuralismo–, la historia de Trotsky, si se centra en explicar la naturaleza de la revolución y la dinámica del conflicto entre las clases como principal motor de los procesos en que las masas “irrumpen en el gobierno de sus propios destinos” [4], no deja de lado las determinaciones propias del objeto que aborda. Desde la configuración del trabajo campesino en sus variaciones regionales hasta la psicología de la zarina y la leyenda de Rasputín son sometidas al análisis en tanto explican, y por ende permiten comprender, la lógica del proceso.
En este punto, Trotsky hace un trabajo muy innovador para la literatura sobre el tema (o sobre tantos otros). Cuando la historia todavía “corre a cargo de los especialistas de este oficio: monarcas, ministros, burócratas” [5], estos pasan al primer plano y se los ve pensar, moverse y actuar, así como volver a pensar frente a la incapacidad de sus actos, mostrando el cambio en su sensibilidad. Cuando las masas luchan, se pasa a mostrar su accionar de conjunto, las iniciativas, los puntos débiles, la capacidad de acción y la forma en que razonan. Si por un lado discute con quienes quieren suplir el análisis histórico y social con la mera investigación psicológica, no por esto deja de lado la agencia del sujeto individual, sino que la integra en la dificultosa tarea de recrear la psicología, de las personas y de las clases, en los momentos en que están luchando, por lo cual ésta sufre rápidos y violentos cambios. Trotsky revela cómo las individualidades encarnan las profundas tendencias del desarrollo histórico en un juego de verdaderas fuerzas vivas.
La fortaleza de su trabajo, que tiene como gran eje vertebrador el complejo lugar de la conciencia en continuo cambio, no reside sobre su experiencia como dirigente de la revolución. De hecho, aun habiendo participado y teniendo claras posiciones políticas al respecto, Trotsky basa su estudio en una enorme serie de documentos, desde las cartas privadas de los ministros hasta los cánticos populares de la época, pasando por las estadísticas de gobierno y la literatura que consumían las clases, los cuales lo enfrentan al trabajo mismo del historiador de oficio: reconstruir la lógica del proceso y situar la acción en su contexto, un proceso dialéctico que constituye nuevos puntos de objetividad. Trotsky demuestra la erudición de un humanista y la rigurosidad de un profesional puestas al servicio de la reflexión sobre el concreto pensado, tradición de larga data en el marxismo, que revela cómo la teoría habilita la indagación sobre las profundidades de la realidad.
Como 1905 no terminó en un triunfo y el de 1917 fue desviado posteriormente, Trotsky señala que hay que volver sobre sus pasos, como un sujeto vivo, fundido con sus condiciones de existencia, para comprender y recrear cómo se originan los conflictos decisivos. Si 1917 no se entiende sin su “prólogo”, la experiencia adquirida en 1905 cobra suma importancia. El proletariado aprendió de las luchas burguesas y cuando quiso ir contra ella tuvo que inaugurar su propia escuela histórica de lucha:
…aquel pensamiento era más científico, no solo porque en buena parte había sido engendrado por los métodos del marxismo sino, ante todo, porque se nutría todo el tiempo de la experiencia viva de las masas que pronto se lanzarían a la palestra revolucionaria [6].
El estudio de estas obras no solo permite comprender el pasado, sino sobre todo pensar históricamente el presente, y hacer de esa práctica una convicción profunda que prime en el oficio. Los procesos más creativos de la historia sugieren respuestas innovadoras que los historiadores pueden revalorizar desde su propia práctica intelectual.
La estrategia histórica
El estudio de la historia tuvo siempre un lugar preeminente en el marxismo revolucionario porque este se constituyó desde sus inicios como un método de conocimiento que parte de lo sensible para elevarse hacia lo inteligible y arribar al concreto pensado, habilitando su transformación.
Trotsky, entre muchos otros, se encargó de dejar un registro de la experiencia de octubre, pero también se dedicó a pensarla a la luz de su desarrollo y resultado, no solo por la larga preparación revolucionaria que abre 1905, el triunfo de la toma del poder por parte de los soviets y la victoria en la guerra civil, sino también por la posterior deriva burocrática-totalitaria que desarrolló el estalinismo, así como los resultados de otros procesos revolucionarios a lo largo del mundo.
En este sentido, La Teoría de la Revolución Permanente (1929) aparece como un punto de partida para pensar la organización en pos de una transformación revolucionaria que tenga a la cabeza las masas trabajadoras y oprimidas. Pero su aprehensión no es mecánica, para comprenderla se vuelve cabal el estudio en profundidad de esas experiencias históricas: entre lo concreto (la experiencia revolucionaria) y lo concreto pensado para actuar (la TRP) hubo sucesivos momentos de abstracción que son necesarios recrear, especialmente cuando la realidad no los muestra por sí misma.
Por ejemplo, un atributo sustantivo de la historización que lleva a cabo Trotsky es la teorización del llamado “desarrollo desigual y combinado” [7] que se constituye al pensar el proceso histórico desde una perspectiva dialéctica en relación a la singularidad rusa. La crítica a la reducción de la historia a patrones preestablecidos [8] que permite entender el carácter rezagado de la historia rusa reaparece como concepto al servicio del análisis político, y a su vez servirá de base para la TRP, cuando Trotsky discute, entre otras, la orientación estalinista de la URSS en torno a la colectivización forzosa del agro [9]. Esta parte de una caracterización en base a ciertos “rasgos generales” en lugar de preguntarse por la especificidad de las formas sociales nacionales, de la cual se desprende una estrategia radicalmente distinta a la propuesta en la TRP, que opera como obturador del desarrollo integral de las fuerzas productivas para construir en su lugar un socialismo nacional. El análisis histórico se muestra en estrecha interdependencia con el análisis político.
Sin embargo, en tiempos de “paz” las ideas constituyen las armas de la crítica y la re-creación científica de los fenómenos de los cuales se sacan lecciones no puede eludirse al momento de explicar las tareas a realizar, proceso que requiere absolutamente del estudio y la explicación del desarrollo histórico. Como diría luego en La Revolución Traicionada:
El fin científico y político que perseguimos no es dar una definición acabada de un proceso inacabado, sino seguir todas las fases del fenómeno, desprender sus tendencias progresivas de las reaccionarias, exponer sus relaciones mutuas, prever las diversas variantes del desarrollo ulterior, y encontrar en esta previsión un punto de apoyo para la acción [10].
En este punto los historiadores encuentran una tarea común con la del marxismo revolucionario: la de explicar la singularidad del desarrollo histórico, la de hacer común el legado de la experiencia –la rusa junto a tantas otras– y la de poner en pie una forma de pensamiento que habilite la intervención sobre el cambio histórico. “El método es brutal, pero la historia no conoce otro” [11], para aprehenderlo hay que estudiar la obra de Trotsky.
Damián Andrés Rivas
Notas
[1] Piro, Gabriel, “¿Qué universidad para qué sociedad?”, IdZ 42, abril-mayo 2018.
[2] Vilar, Pierre, “El tiempo del Quijote” en Crecimiento y desarrollo: Economía e historia. Reflexiones sobre el caso español, Barcelona, Editorial Planeta-De Agostini, 1964 (1956), p. 332.
[3] Trotsky, León, Historia de la Revolución rusa, Buenos Aires-México D.F., Ediciones IPS-Museo Casa de León Trotsky, 2017, p. 18.
[4] Ibídem, p. 15.
[5] Ídem.
[6] Ibídem, p. 143.
[7] Su formulación ya se anticipa en los escritos de 1905 pero toma su forma plena en el capítulo 1 “Las peculiaridades del desarrollo de Rusia” de su Historia. El debate en torno a la apropiación reciente de este concepto se discutió en esta revista en números anteriores, ver Quindt, Tomás, “Cómo occidente llegó a dominar”, IdZ 44, agosto-septiembre 2018.
[8] Trotsky discute en el apéndice al capítulo 1 de su Historia con el historiador ruso Prokrovsky, quien proponía una lectura etapista del desarrollo histórico abstrayéndose de las determinaciones singulares de la forma social rusa, pensando en una sucesión lógica de rígidas categorías sociales. Frente a esto, el primero realiza un balance empírico, propio del trabajo que caracteriza al historiador profesional.
[9] Trotsky, León, La Teoría de la Revolución Permanente, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2011, p. 240-2.
[10] Trotsky, León, La revolución traicionada, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2014.
[11] Trotsky, León, 1905, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2006, p. 97.
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