martes, 7 de agosto de 2018

Macrismo y aborto

Como toda fuerza que gobierna la Argentina, el macrismo es un espacio político complejo, policlasista y plástico, donde dirigentes de un conservadurismo por momentos medieval conviven con otros más modernos (o pos-modernos). Lectores de Santo Tomás se mezclan desordenadamente con estudiosos de John Rawls para dar forma a un mix heterogéneo de tradiciones, como por otra parte también lo son el peronismo y el radicalismo. Lo importante entonces es evitar las falacias de composición y tratar de, captando las tensiones y los matices, identificar la orientación general y, sobre todo, los resultados.
Desde el punto de vista económico, el gobierno despliega un programa claramente neoliberal. Con algunas pocas concesiones, como la decisión de no producir un shock de ajuste del gasto público durante el primer tramo de su gestión y no reprivatizar las empresas estatizadas, el modelo se inscribe dentro del paradigma ortodoxo, que el acuerdo con el FMI vino a confirmar y reforzar. Del mismo modo, la política de seguridad adoptó un peligroso enfoque punitivista, con todo tipo de operaciones demagógicas y una estrategia de protección inédita al accionar de las fuerzas represivas. Ambas cosas estaban bastante claras desde el inicio, y así lo señalamos en el Dipló.
En otros aspectos, en cambio, la orientación es menos nítida. Es el caso del debate por la legalización del aborto, que sorpresivamente Macri decidió impulsar en su discurso de apertura de sesiones del Congreso. Por supuesto, el movimiento de mujeres venía reclamando por la ley de interrupción voluntaria del embarazo desde hacía años y su presión en las calles y en los medios fue crucial para que el tema se fuera instalando en el debate público, pero en este punto conviene no engañarse: bajo un sistema presidencialista, donde el jefe del Ejecutivo cuenta con recursos de poder de los que ningún otro actor político dispone, Macri podría haber bloqueado el tratamiento del proyecto, como hicieron todos sus antecesores, a un costo bajo. Parece difícil en todo caso que la oposición kirchnerista hubiera podido cuestionarlo por la misma estrategia que en su momento siguió Cristina.
¿Por qué entonces Macri decidió habilitar el debate, y al mismo tiempo manifestarse en contra de la ley? Elisa Carrió, que jamás duda de sus certezas, sostiene que por pura torpeza, porque pensó que no se aprobaría y que por lo tanto podría emitir un gesto a los sectores progresistas sin pagar nada a cambio. Y aunque quizás la decisión no haya considerado en todas sus consecuencias el movimiento tectónico que produjo, parece poco probable que Macri diera por seguro un rechazo que nadie que recorriera los pasillos del Congreso se animaba a anticipar.
También puede haber sido simple oportunismo, claro. Acorralado por la dificultad para mostrar resultados económicos, alguna ganancia material concreta que compense la crisis, el presidente habría elegido un tema blando que le permitiera conectar con las capas medias, contener a los sectores liberales de su coalición –los fans de Macronmacri– y sintonizar con la demanda en ascenso de las mujeres (recordemos que el anuncio llegó acompañado de un proyecto pour la galerie supuestamente orientado a evitar la discriminación salarial). Con la apuesta a sentar un “hito liberal” a la altura del divorcio alfonsinista y el matrimonio igualitario kirchnerista (1), el macrismo evitaría que la afianzada imagen de un presidente que gestiona exclusivamente para los ricos se complete con la marca indeleble del conservadurismo cultural más rancio. En suma, reponer la idea de Cambiemos como una coalición ideológicamente inclasificable y, de paso, contrastar con el verticalismo atribuido al kirchnerismo. Duranbarbismo puro.
Esta especulación se completa con una intuición. Formado en los círculos de negocios, el fútbol y el jet set de Punta del Este más que en los claustros y las iglesias, las certezas de Macri pasan sobre todo por la economía. Macri cree en la necesidad de recortar el déficit fiscal, desregular los movimientos financieros y achicar el Estado (programa que además, por supuesto, beneficia al establishment que lo ayudó a llegar al poder y al que pertenece). La discusión por las retenciones ilustra el argumento: aunque la lógica económica más elemental sugeriría revisarlas tras una devaluación del 60 por ciento, y aunque medio gabinete así se lo reclama, el hombre se mantiene firme: sus convicciones más profundas no son religiosas o culturales sino económicas. Primer presidente que llega al poder divorciado (dos veces) y con familia ensamblada, sería entonces esta labilidad de principios la que –felizmente– le permitió habilitar el debate.
Pero no lo sabemos. Como escribió Ignacio Ramírez (2), la decisión estuvo envuelta desde el comienzo en una nebulosa ambigüedad, que es la que nos lleva a formular estas especulaciones: no conocemos las razones que la motivaron, qué piensa Macri realmente sobre el tema, qué prefiere que ocurra en el Senado, qué le conviene que suceda. Porque a la vez que habilitó el tratamiento legislativo, Macri se pronunció “a favor de la vida”. Y luego, todo así lo indica, se corrió: liderando sin liderar, dejó que la dinámica legislativa y la evolución de la opinión pública decidieran. Aunque poco habitual, esta posición sintoniza con la idea de que el Estado y la política deben limitarse a establecer ciertas reglas para que sean las fuerzas creativas de la sociedad las que creen –y repartan– la riqueza. Y si en materia económica el resultado de esta concepción liberal es la selva desigualadora del mercado, en este caso dio lugar a un debate más equilibrado, en buena medida porque el lobby pro legalización demostró ser tan o más poderoso, y definitivamente más creativo, militante y astuto, que las fuerzas que se le oponen.
La experiencia comparada demuestra que los caminos que llevan al aborto legal son diversos. Mientras que en España fue resultado de la gestión de dos presidentes socialistas (Felipe González primero y José Luis Rodríguez Zapatero después) y en Estados Unidos fue posible gracias a un fallo de la Corte Suprema, en Francia se concretó por impulso de la ministra Simone Veil bajo el gobierno del ex gaullista Giscard d’Estaing. Aunque hay otros ejemplos, quizás el más cercano, por lo confuso, sea el de Italia: en el país de los Papas, la interrupción voluntaria del embarazo se aprobó gracias a la decisión del oficialismo, liderado por la Democracia Cristiana, de dar libertad de acción a sus legisladores para que votaran “encerrados solo en su conciencia”, como parte de una estrategia orientada a garantizar su coalición de gobierno con la izquierda. Como en Argentina, la mayor parte de los diputados y senadores de la DC se pronunciaron en contra, pero una minoría votó a favor: la ley se aprobó raspando.
Como toda decisión histórica, la jugada de Macri involucra un riesgo. Las encuestas coinciden en que la mayoría de los votantes de Cambiemos se oponen al proyecto. El fervoroso rechazo de dirigentes como Nicolás Massot, el hecho de que Federico Pinedo llegara al punto de perder el tono con un tuit destemplado y la atroz insensibilidad exhibida por Gabriela Michetti confirman que se trata de la posición prevaleciente en el núcleo duro del macrismo. Y sin embargo, parece difícil que la tensión interna derive en algo más que el mero malestar, que conduzca por ejemplo a la indisciplina legislativa o incluso a la deserción electoral. Mientras el macrismo se siga ubicando firmemente en el polo neoliberal del arco político, es improbable que emerja otra opción con capacidad real de disputarle el poder, como sucedió con el polo populista durante el kirchnerismo. Las chances de que Pinedo y Michetti se escindan para formar una fuerza confesional o que el peronismo federal construya una opción electoralmente competitiva sobre la base de su rechazo al aborto son nulas.
Porque además, volviendo al comienzo de este editorial, el oficialismo es un espacio político heterogéneo. Los números de Diputados muestran que el radicalismo votó mayoritariamente a favor, que la Coalición Cívica se opuso masivamente y que el PRO se dividió: dos tercios en contra y el resto a favor, con el plus de que aportó algunas de las voces más notorias en defensa de la ley, como Daniel Lipovetzky, cuyo rol como conductor de los debates fue destacado por Daniel Filmus, que pidió un aplauso en la sesión, y Silvia Lospennato, que pronunció el discurso más conmovedor. En espejo, el bloque del kirchnerismo, que cuando estuvo en el gobierno esquivó el tema, aportó la mayor cantidad de votos, y ya anunció que lo apoyará unánimemente en el Senado, incluyendo a Cristina, que cambió de posición.
Reconocer la complejidad de un fenómeno político no implica defenderlo; supone simplemente registrar sus contradicciones, sus tensiones y sus puntos ciegos. Como todo espacio político, el macrismo incuba sus propios monstruos: reducirlo a las declaraciones de Michetti es como equiparar al kirchnerismo con Guillermo Moreno, al que últimamente se la ha dado por defender a Franco (porque en su momento, dice, acogió a Perón). La política es menos una cuestión de intenciones, deseos o hipocresías que de resultados, poder y decisiones. El programa económico neoliberal del macrismo se ha revelado ineficaz en sus propios términos: hasta el momento, sus efectos son una profundización de la recesión, la pobreza y la dependencia externa. Pero el aborto legal es otra cosa. Sea por un error de cálculo, por oportunismo o por convicción, lo cierto es que Macri decidió habilitar el tratamiento del proyecto y que una mayoría peronista lo acompañó, mientras el movimiento de mujeres mantenía firme la presión militante. Si la iniciativa se convierte en ley, será un triunfo compartido.

José Natanson
Le Monde Diplomatique

Notas:

1. Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Nº 228, abril de 2018.
2. En www.revistaanfibia.com

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